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André Gide, el irregular

La editorial DeBolsillo comenzó a publicar, el pasado marzo de 2021, el diario íntegro de André Gide. Más de sesenta años de vida y obra entrelazadas. Así se construye el mundo de un ser humano
André Gide. EP
photo_camera André Gide. EP
ERA APENAS un niño. Sus profesores lo censuraban, sus compañeros se burlaban de él. Su madre lo asfixiaba con un puritanismo sofocante. La pureza, por un lado; el pecado de la carne, por el otro. Ambas fuerzas en conflicto atroz. "¡No soy igual a los otros!", le gritaría entre sollozos desconsolados a su madre, en una de tantas ocasiones en que su angustia lo haría enfermar. 

Pero ¿quién era ese niño sufriente? De nombre André, de apellido Gide. Nacido en 1869, en París, en un ambiente acomodado e intelectual. Su padre se llamaba Paul Gide y era profesor de Derecho en la universidad. Murió cuando su hijo tenía once años, lo que le llevó a aferrarse con más ahínco a una madre de rígida moral, llamada Juliette Rondeaux, cuyo amor lo salvaba y lo condenaba, al mismo tiempo. Empezó a padecer schauderns, además, así, en alemán, que vienen a ser temblores, estremecimientos, que derivarían en crisis enfermizas. Este término fue utilizado por Goethe en la segunda parte de Fausto y Gide lo asociaría años más tarde –tras un profundo estudio de Goethe y su obra– a una agitación positiva que tenía más que ver con la belleza artística que con la angustia existencial. 

Esos arrebatos del niño serían estudiados, a su vez, por el psiquiatra Jean Delay, en una obra titulada Jeunesse de Gide ou la lettre et le désir (Juventud de Gide o la escritura y el deseo), publicada en 1958, y analizada profusamente en los famosos seminarios de Jacques Lacan. En lo que se conoce como Caso Gide, se intenta llegar al origen de su lucha: "Por tres veces oyó el niño su voz pura. No es la angustia lo que lo acoge, sino un temblor desde el fondo del ser […] del sentimiento de estar excluido de la relación con el semejante".

Desde entonces, el niño Gide va a ser denominado por sus familiares "el irregular".  "¡No soy igual a los otros!", gritaba una y otra y otra vez.

Gide, el irregular, quería ser escritor. No así su madre, que se oponía a una carrera literaria que suponía lo alejaría del camino marcado. Sin embargo, él insistiría. Dedicó su tiempo de juventud a leerlo prácticamente todo y a los dieciocho años comienza a escribir un diario que no cerraría hasta 1950. En 1951 cerraba también la vida. Sesenta y tres años de monumental construcción de un ser humano. De su verdad. 

Las primeras entradas del Diario fluctúan entre las dudas y los miedos mientras va edificando una sólida base intelectual

Su primera inclinación fue la poesía. Junto a su compañero de estudios, Pierre Louÿs, quien compartía sus ambiciones literarias, soñaba logros futuros. Ambos cursaban estudios en la prestigiosa École Alsacienne, un centro fundado por pedagogos protestantes que muy pronto se convertiría en parada obligatoria para los descendientes de la élite parisina.

Las primeras entradas del Diario fluctúan entre las dudas y los miedos mientras va edificando una sólida base intelectual. Lee literatura, filosofía, ciencia. Se pone metas. "Tendré que leer algo de Goncourt, Anatole France, Dickens, Bourget, Tolstoi,...". Y también dice: "¡Escribir! ¡Ah, qué alegría delirante! ¡Qué locura! Pensar, soñar y cantar lo que se ha soñado y pensado. Hacer un bien a los demás, empujar la rueda del progreso, y no pasar la vida como una sombra vana que no deja ninguna huella a su paso". Planifica obras. Busca modelos. Escribir a la Turgueniev, a la Mérimée. Pero todavía no se atreve: "Cuántas cosas bullen en mí y reclaman cristalizar en el papel. ¡Tengo miedo! Tengo miedo de que al poner por escrito la frágil y fugaz idea la eche a perder, le dé la rigidez de la muerte".

En 1891, a los 21 años, publica su primera obra, poética, Los cuadernos de André Walter, a la manera simbolista, que pronto abandonará. Quiere encontrarse a sí mismo, se siente confuso, angustiado, dividido. El camino moral que le muestra su madre choca violentamente con la dirección que él se propone seguir, no sin dolor. Comienza a frecuentar los salones literarios parisinos, a conocer a personalidades a las que observa y sobre las que reflexiona. Oscar Wilde lo deja fascinado. Gide, el irregular, quiere aprender a ser libre.

Se aleja, ya sin remedio, de la religión, de los dictados maternos, del pasado: "Todos estos años han consistido en desembarazarme de todo lo que había puesto en torno a mí de inútil, de demasiado estrecho y que limitaba demasiado mi naturaleza; sin repudiar nada sin embargo de todo lo que podía educarme y aun fortificarme".

Su prima Madeleine, con quien siente que puede ser lo más parecido a él que puede.

Hay una persona, sin embargo, con la que no rompe. Su prima Madeleine, con quien siente que puede ser lo más parecido a él que puede. Si hablamos de máscaras, la más fina sería la que lleva cuando está con ella. Le recomienda lecturas, le confiesa sus aspiraciones. Ella, por su parte, lo admira y siente por él un profundo amor. Que sería correspondido. Y no.

 Emprende sus primeros viajes a África, continente al que volverá y que siempre irá asociado a los términos de aventura y descubrimiento. Siempre, en el regreso, hay una transformación. También viaja a Alemania, Italia, Suiza. Trae de vuelta a París más ejemplos de vida y más literatura.

André Gide. EP
André Gide. EP

Publica su segunda obra, Paludes, en 1985 y será en ese año cuando su madre muera. Le escribe a ella, poco antes de morir: "Me parece ahora que mi juventud está terminada. En este libro que voy a escribir quisiera enterrarla entera. Me siento madurar ahora para obras más graves y más fuertes". Entonces se casa con Madeleine: "No me quedaba más a lo que agarrarme que el amor por mi prima: mi voluntad de casarme con ella era lo único que orientaba mi vida".

En 1897 se publica Los alimentos terrestres y se produce un punto de giro en Gide, quien, al fin, comprende la significación profunda de su "irregularidad". Inicia, entonces, otra lucha, no ya con su madre y su familia, sino con el entorno, con el mundo del que ahora ya forma parte. Gide, el irregular, escritor que, poco a poco, adquiere influencia como intelectual capaz de explicar su época, es, también, homosexual. Al mismo tiempo que todo se rompe, todo se construye de nuevo. "¡No soy igual a los otros!", gritaba una y otra y otra vez.

Está presente en las conversaciones y en las acciones de la intelectualidad durante las idas y venidas históricas del siglo XX

REVISTA. En 1908, coeditará La Nouvelle Revue Française (NRF), que se convertirá en una referencia indiscutible en el panorama literario francés. Seguirá publicando obras en las que defenderá la libertad del ser frente a cualquier otra traba moral y social. Se quita máscaras, se gana enemigos. "Hay que volverse irreprochable", escribe en una ocasión. Lo consigue. Y no.

Está presente en las conversaciones y en las acciones de la intelectualidad durante las idas y venidas históricas del siglo XX. La Gran Guerra, la Segunda Guerra Mundial, el comunismo, la Guerra Civil Española. En 1937, muchos intelectuales le dan la espalda a raíz de su viaje a la URRS y su consecuente libro que contiene una crítica abierta a las derivas stalinistas y que poco más tarde, matizaría con otro, ‘Retoques a mi regreso de la URSS’, en el que trata de explicar su postura. Son famosas las palabras del escritor español, José Bergamín, que lo tacha de traidor en el transcurso de la celebración del II Congreso Internacional de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, y al que Gide no acude, por razones obvias. Una entrada de su Diario dice, refiriéndose a Bergamín: "Según él en mi libro he injuriado al pueblo ruso y a los escritores soviéticos. Si hubiera estado presente en el congreso de los escritores en el que pronunciaba su discurso, le habría pedido que diera lectura pública a los pasajes incriminados".

LA CONSTRUCCIÓN. Gide, el irregular, sigue rompiendo barreras, o abriendo caminos, o despidiéndose, con sus libros. Los sótanos de Vaticano, adiós a la Iglesia. Los falsificadores de moneda, adiós a la literatura que constriñe; Corydon, adiós a la moral que ahoga.

En 1947 gana el Premio Nobel de Literatura. En 1950, ya enfermo, acude con entusiasmo a los ensayos de la adaptación teatral de su libro Los sótanos del Vaticano. La última entrada del Diario es esta: "Ensayo todo el día. No podré resistir hasta el estreno; pero ¿dónde refugiarme?". Morirá pocos meses después. Y no. 

"La pasión de vivir y de pensar no me abandona en todo el día y me sigue persiguiendo durante el sueño".

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