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El centro del mundo habita en un cajón polaco

El pasado marzo, Nórdica Libros publicaba 'Correo literario', una selección de textos en los que la poeta y premio Nobel, Wislawa Szymborska, respondía a los autores que enviaban sus textos a la revista en la que trabajaba y publicaba. Reflexionando sobre la eventualidad de que la señora Szymborska nos hubiera enviado sus manuscritos, quisimos tener preparada una respuesta digna de tal privilegio

Wislawa Szymborska. EP
photo_camera Wislawa Szymborska. EP

Dice de sí misma que es un poco anticuada y que "leer es el pasatiempo más bello creado por la humanidad". No le reprochamos nada en absoluto en lo que respecta a esa afirmación pero, señora Szymborska, ¿querría usted aclararnos en el próximo correo el porqué de su aversión a la esfera pública? ¿Es que se pasa el día leyendo? Aquí en la redacción estamos convencidos de que no es así. Usted demuestra, con cada texto que nos envía, un conocimiento profundo de eso que podríamos llamar ‘existir’. Y se existe con más cosas alrededor que con libros, aunque, en eso compartimos su visión, no se llega a ser una gran poeta sin ellos. Sin embargo, es importante también darse a conocer y hablar de lo que sabe ¿no le parece? Entendemos que, tras el premio Nobel que le fue concedido en 1996, ha tenido usted que multiplicar sus apariciones públicas. Sentimos decirle que quizá eso haya sido necesario. No se tome a mal las ansias de conocimiento de la gente. Aquí, en España, no se habían traducido sus obras hasta la fecha de tan insigne distinción. Queremos, en general, saber más de usted, sobre todo porque lo que leemos suyo nos parece inmenso. Discúlpenos si, desde su posición de recogimiento vital, nos hemos extralimitado en las indagaciones; lo cierto es que hemos estudiado a conciencia su biografía.

Usted dijo en alguna ocasión que en su infancia lloraba mucho y que eso suponía un problema preocupante y difícil de soportar para sus sucesivas niñeras. Déjenos decirle que de esa naturaleza asombrada y rebelde ha salido una poesía excepcional. Puede tomárselo como un cumplido, a pesar de que su escepticismo no le permita creer al pie de la letra las sentencias de estos redactores. Sabemos que sus raíces están en Zakopane, un lugar al sur de Polonia al que volvía cada otoño y en el que sentía algo que podría denominarse con el término ‘familiaridad’. Allí se instalaba en la casa de reposo Astoria, espacio de reunión de escritores, y charlaba con sus amigos y escribía algún poema. Allí se hallaba usted, pluma en mano, cuando la llamaron de Estocolmo para decirle que le habían concedido el Nobel. Tenía, por aquel entonces, 63 años, y todo lo de antes, toda su vida anterior, su obra literaria anterior, era un océano de desconocimiento para nosotros, un mar de dudas. Nos deleitamos con este tipo de metáforas para que usted tenga ocasión de criticarnos. Su ironía, sépalo de antemano, nos enseña a estar alerta.

Sus padres se trasladaron de Zakopane a Kórnik —allí fue donde usted nació, en 1923—, de ahí a Torun y definitivamente a Cracovia. Estudió en centros para alumnado procedente de buena familia, mientras la suya iba perdiendo posiciones en la escala social debido a negocios fracasados de su padre. Leía mucho y se divertía, se colaba con sus amigas en el cine para ver películas prohibidas. El cine, desde entonces, es un arte que disfruta. Sabemos que en un viaje frustrado a Nueva York tenía usted intención de visitar a Woody Allen, director al que admira. También que ahora Woody Allen posee una postal-collage de esas con las que suele obsequiar a sus amistades. Déjenos decirle que ese es un gran detalle por su parte y que la invitamos a hacer lo propio con nosotros.

"Sabemos que Woody Allen posee una de esas postales 'collage' con las que suele obsequiar a sus amistades"

De cómo vivió los años de la guerra se sabe poco, algún fleco suelto, en alguna correspondencia, en algún miedo, en algún verso. Después de eso entró usted en la universidad, salió antes de haber completado los estudios de sociología y comenzó a frecuentar un edificio, en una calle, que supondría el inicio de un proceso valiente de maduración ética y poética, un camino interior cuyo centro neurálgico fue la duda y el posterior reconocimiento de un error inmenso. En el número 22 de la calle Krupnizca se levantaba la llamada Casa de los Escritores y fue en ese ambiente de espacios compartidos y libertades racionadas donde la exaltación estalinista se transformaba en las poéticas aprobadas con gusto por el régimen. Se dio cuenta de su equivocación cuando supo. Cuando supo todo, cuando comprendió todo. Y renegó de sus primeros textos, tan en consonancia con el sentir aquel de la nueva nación, de los nuevos y orgullosos ciudadanos convencidos de que la felicidad colectiva iba a lograrse matando la libertad individual. Devolvió el carnet del partido. La investigaron unas cuantas veces. No ocurrió nada, pudo seguir escribiendo.

Permítanos considerar esos gestos acciones clave dentro de su propia historia. La discreción que la caracteriza podría hacer que los pasáramos por alto y nos perdiéramos elementos insdiscutiblemente críticos de su biografía. Probablemente nos tache de atrevidos si afirmamos que los rasgos de su carácter, unidos a las elecciones de comportamiento a lo largo de su vida, no hubieran sido los mismos de no ser por esa sospecha que fue creciendo en usted de que había dado su apoyo a una causa fallida y cruel. Sus consecuentes decisiones, a partir de ese momento, la honran y la moldean, al igual que su poesía es honrada y moldeada por su pluma. "...Si no fuera por la tristeza, el sentimiento de culpabilidad, quizá no me arrepentiría de las experiencias de aquellos años. Sin estas nunca hubiera sabido realmente qué es tener fe en una única verdad. Y lo fácil que resulta entonces no saber lo que no deseamos saber. Y de qué acrobacias mentales somos capaces cuando confrontamos nuestra verdad con las verdades ajenas". Eso lo dijo usted en 1991, tras haberle sido concedido el prestigioso Premio Goethe. El tiempo anterior correspondió a la construcción de otro edificio, en otra calle que le pertenece sólo a usted. Aún a riesgo de que nos califique de grandilocuentes , algo que nos consta que no es de su agrado, nos atreveremos a declarar lo siguiente: esa casa que ha construido ha logrado que la poesía tenga siempre un sitio privilegiado adonde ir.

En 1951 se crea la revista Zycie Literarckie (Vida Literaria) y usted, poco después, entraría a formar parte del consejo de redacción. Además de publicar sus poemas, se ocupaba de las Lecturas no obligatorias, unas no reseñas literarias que le dieron pie para desplegar su pequeño mundo que llegó a ser grande. En 1960 comenzó su ‘Correo literario’, la sección en la que usted respondía a los autores. Ese humor, le suplicamos, no lo pierda nunca. De sus textos en prosa no solo aprendimos, señora Szymborska, la corriente humorística que recorre también su obra poética, nos llegaron además retazos de la realidad polaca mezclados con el oficio de escribir.

Sabemos que después de habitar la Casa de los Escritores se mudó a lo que usted llamó, con sorna, "el cajón", un apartamento de una sola habitación en el que pudo desarrollar su universo poético. Los pequeños detalles, la inmensidad de la naturaleza, la complejidad de todos los seres vivos, los objetos cotidianos, las cosas olvidadas, la sorprendente manera que tenemos cada uno de nosotros de estar en este mundo, la mirada siempre nueva, siempre atenta, siempre queriendo vivir. Una existencia, si nos permite los adjetivos, ordenada y tranquila, despojada de ambiciones locas, de egos destructivos, poco a poco poniendo en ella, al igual que en su poesía, lo fundamental. Prefiere el silencio al ruido y, por supuesto, a las entrevistas; elige la reflexión solitaria frente a los encuentros colectivos. Su timidez se fue haciendo, con los años, un dulce rasgo de contención y decoro. Afrontémoslo, no le gusta hablar ante multitudes, ni de su poesía, ni de literatura, ni de política, ni de nada. Tras el Nobel se vio en la necesidad de buscar un secretario para no apartarse de esa realidad cotidiana que llenaba sus días. Resultó bien. Pudo seguir elaborando collages, recortando lirismo de aquí y de allá, pudo seguir escribiendo.

Hubo en su vida, confusión y amor, miedo y felicidad. Hubo poesía con la que salió de su cajón al mundo. Nadie ha dicho a ciencia cierta que la muerte impida escribir. Es por eso que le rogamos, Sra. Szymborska, que siga enviándonos poemas a esta humilde y devota redacción.

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