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El escritor entero

Este año 2023 celebramos el centenario de Italo Calvino, escritor italiano que aspiró a construir una sociedad nueva a través de la literatura.
Italo Calvino. EP
photo_camera Italo Calvino. EP

Después vio que no, que no se podía. O, al menos él, no era capaz. Entonces entró en un periodo de semiascetismo que, sin renunciar del todo a sus múltiples compromisos profesionales, lo llevó a querer ser invisible. O casi. Fue en su casa de París, en su estudio atestado de libros, donde se replegó sobre sí mismo y su mirada dejó de apuntar hacia fuera en un sentido estricto. Su mujer, Esther –conocida como Chichita–, dijo de él: "Italo no tenía ningún amigo cercano, pues vivía completamente dentro de sí". En el caso de Calvino, dentro de sí, quiere decir lo mismo que dentro de la literatura. En 1983, apenas dos años antes de su muerte, pronuncia una conferencia en la Universidad de Nueva York en la que profundiza en la significación del mundo escrito y el mundo no escrito y, entre otras cosas, explica esto: "Pertenezco a esa parte de la humanidad –una minoría a escala planetaria pero creo que una mayoría entre mi público– que pasa gran parte de sus horas de vigilia en un mundo especial, un mundo hecho de líneas horizontales en el que las palabras van una detrás de otra y en el que cada frase y cada punto y aparte ocupan su lugar debido: un mundo que puede ser muy rico, quizás incluso más rico que el no escrito, pero que en cualquier caso, requiere de cierto trato especial para situarse dentro de él. Cuando me aparto del mundo escrito para reencontrar mi lugar en el otro, en lo que solemos llamar el mundo, hecho de tres dimensiones, cinco sentidos y poblado por miles de millones de seres como nosotros, esto equivale para mí a repetir, cada vez, el trauma del nacimiento, a dar forma de realidad inteligible a un conjunto de sensaciones confusas y a elegir una estrategia para enfrentar lo inesperado sin que me destruya".

De naturaleza nerviosa, quizá reavivada constantemente por el ansia de una búsqueda infinita, tenía esa peculiaridad en el habla, un tartamudeo que iba y venía, que muchos de sus conocidos creían a medias original y a medias impostado. Uno de sus compañeros de trabajo habla de él así: "Desmañado, tímido por no decir torpe, a veces casi tartamudo –aunque, muy en el fondo, fuese puro teatro–, inspiraba en los circundantes un fuerte sentimiento de protección, de ilimitada indulgencia. Había visto en seguida –no por nada se es inteligente– que sólo detrás de la pantalla semitransparente de la ironía era posible actuar, vivir". Por aquel entonces, en la década de los 50 del siglo pasado, ya formaba parte de la prestigiosa editorial Einaudi, fundada por Giulio Einaudi en 1933 e impulsada por Leone Ginzburg, auténtica fuerza intelectual del proyecto. Ambos provenían del liceo clásico D'Azeglio de Turín, un hervidero cultural, germen de la intelectualidad italiana durante varias generaciones, políticamente comprometida contra el fascismo. Augusto Monti, escritor y profesor, reuniría a su alrededor a un grupo de alumnos entusiasmados. Además de la editorial, Einaudi puso en marcha dos publicaciones, que servirán de cauce para la discusión política y la expresión cultural, La Riforma Sociale y La Cultura. Al cabo de poco tiempo y, tras una inicial resistencia, se uniría Cesare Pavese, también dentro y también fuera del mundo, al igual que su futuro discípulo y compañero, Italo Calvino. En 1935, todo ellos fueron detenidos, condenados y dispersados por distintos centros penitenciarios. A medida que iban siendo liberados, se iban reincorporando a la editorial y proseguían sus tareas.

Su curiosidad intelectual es infinita. Escribe sobre todos los asuntos que atañen al ser humano.

En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, Einaudi cambiaba de sede en función de los bombardeos que caían encima de las palabras. Primero, de Roma a Turín y después, ya en Turín, distintas calles, distintos edificios que se buscaban y se ocupaban sobre la marcha del fuego enemigo. En 1940, con Italia ya aliada de Alemania, confinan a Leone Ginzburg en un pueblo llamado Pizzoli. Tras la caída de Mussolini es liberado y se dirige a Roma para ocuparse de la sede de la editorial. Allí se reúne con su mujer y sus hijos y lo que parecía un nuevo comienzo acaba en abrupto final. Ginzburg será arrestado, torturado y asesinado por la Gestapo. Tras la guerra, Einaudi nombra director editorial a Pavese y se inicia otra etapa, protagonizada por quienes serán el alma de la empresa: el propio Giulio Einaudi, Cesare Pavese, Natalia Ginzburg –ya imbricada de manera profunda en ese entramado intelectual desde su matrimonio con Leone– y Elio Vittorini, novelista y traductor. Es en este punto de la historia donde emerge Italo Calvino, un joven de 23 años, ansioso por entrar en el universo de los grandes. 

"Hay momentos, te lo aseguro, en que siento que me hierve dentro la voluntad de convertirme en un gran hombre y casi me parece que una vida humana es demasiado breve para contener cuanto yo me siento potencialmente capaz de hacer". Esto se lo dice Calvino a un amigo de juventud, que acostumbraba a ser el interlocutor de sus angustias universitarias, centradas todas ellas en su incompetencia para estudiar Agronomía, la carrera que su padre –insigne científico y agrónomo– le había designado para que siguiera su estela, y también la de su madre, Eva Mameli, eminente botánica. Este matrimonio fue modelo de la unión entre vida y ambición profesional, gestionando en común una de las instituciones más famosas de la Italia de principios de siglo XX: la Estación Experimental de Floricultura Orazio Raimondo, que era, al mismo tiempo, su propia casa.

Habiendo crecido en ese ambiente, lo que se esperaba de Calvino era la prolongación de la obra iniciada por sus progenitores. Pero a él le apasiona la literatura y le gustaría cambiar el mundo. Lo que no concuerda con una existencia entre cultivos. No se puede decir que no lo intentara. Lo intentó y fracasó estrepitosamente. Suspendía los exámenes y la motivación era nula. La pulsión por la literatura crecía en idénticas proporciones al agujero negro que se abría ante su futuro profesional. Leía compulsivamente y sus primeros intereses apuntaron al teatro, escribiendo varios textos dramáticos que consiguió materializar en alguna obra. Escribía, asimismo, relatos, y muchos serán el germen de posteriores éxitos editoriales.

Pero la guerra está en curso y se incorpora a la milicia universitaria, donde adquiere un compromiso importante con el antifascismo. Se afilia al Partido Comunista Italiano y se une a la resistencia. La lucha partisana, en los montes de Liguria, se saldó con un arresto y una fuga posterior, y poco después, llegaría la desmovilización. El fin de la guerra afianza su postura política y su decisión irrevocable de abandonar el camino anterior. En 1945 se instala en Turín y se matricula en la carrera de Letras. Escribe, escribe. Los primeros son cuentos de guerra que envía, insistentemente, a diversas revistas. Uno de esos envíos es interceptado por Cesare Pavese y entonces todo cambia o todo empieza de nuevo. 

Su curiosidad intelectual es infinita. Escribe sobre todos los asuntos que atañen al ser humano. Sobre la cultura y sus expresiones; sobre la ideología y sus aspiraciones. Escribe cuentos y se lanza a la narrativa. Su primera novela, Los senderos de los nidos de araña supone su adscripción al neorrealismo, que irá abandonando por la fabulación, con la trilogía Nuestros antepasados, por la neovanguardia, con Las cosmicómicas y por la experimentación, con Las ciudades invisibles y Si una noche de invierno un viajero. La senda política se resquebraja en 1956, con la revolución húngara. Como editor, lanza colecciones esenciales que serán el poso cultural de la Italia de posguerra y como periodista, tras haberse distanciado del articulismo político, continúa sus publicaciones en forma de crónicas, ensayos y crítica.

Conoce a Esther Singer en París. Allí se instalará más adelante y seguirá trabajando para Einaudi, en un torbellino de viajes y responsabilidades, que van mermando sus fuerzas. Es cuando comienza a mirarse dentro, cada vez más dentro. Su búsqueda de una suerte de armonía para el ser humano a través de la literatura se truncó en septiembre de 1985, a causa de una hemorragia cerebral. Tenía 61 años y quizá ya lo había dicho todo.

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