A principios del siglo XVII, en el Reino de Inglaterra, las cosas no iban del todo bien. Al menos para algunos. A la inestabilidad polÃtica se unÃa la disputa religiosa y nada era como tenÃa que ser, sobre todo para un grupo no demasiado numeroso, pero sà suficientemente intrépido como para desafiar las fronteras del mundo conocido. Por este motivo, un buen dÃa, los Padres Peregrinos embarcaron en el puerto de Plymouth, Inglaterra, a bordo del Mayflower y, aunque pretendÃan llegar a un lugar determinado, arribaron a otro, debido a elementos climatológicos incontenibles.
Una vez allÃ, fundaron la Nueva Plymouth que, poco a poco, fue extendiendo su nivel de influencia y agrandando el territorio hasta formar lo que hoy se conoce como Nueva Inglaterra, la región estadounidense en la que aún perviven el viejo puritanismo de aquellos primeros peregrinos y, en cierto modo, el orgullo de poseer la historia. Exactamente 260 años después, aparecerÃa alguien que iba a tomarse ese legado al pie de la letra.
Limitando con el estado de Massachusetts, donde todo empezó, se sitúa Providence, la capital de Rhode Island. Será esa la ciudad que, espoleada por el espÃritu de la revolución industrial, se convertirá en una de las más ricas de Estados Unidos y también será esa la ciudad que contará con el privilegio, convenientemente adaptado al mercado de los tiempos, de haber asistido, en un remoto y cálido 20 de agosto de 1890, al nacimiento de una criatura extraña, la cual, años más tarde, convencida de un vÃnculo situado más allá de toda construcción identitaria, dirá: "Yo soy Providence".

Lo insólito de la criatura no era percibido a simple vista. Aunque tampoco se podrÃa afirmar, a simple vista, que era un niño como los demás. Las circunstancias que lo rodeaban no se asemejaban exactamente a los estándares de una vida propia de una clase bien asentada, aunque venida a menos. Cuando tenÃa tres años, su padre, viajante de comercio, sufrió un colapso nervioso y como consecuencia, fue ingresado en un centro psiquiátrico. Se le diagnosticó sÃfilis, enfermedad que le provocarÃa múltiples desórdenes, mentales y fÃsicos, y que no llegarÃa a superar, muriendo, paralizado y loco, cinco años después del primer ataque. Su viuda se trasladarÃa a casa de su progenitor, llevándose consigo al niño de ocho años, que nunca siguió una educación regulada a causa de su debilitada salud; que no estableció, en su infancia, contacto alguno con sus semejantes; que vivió entre los fervores de una ascendencia británica y, por lo tanto, pura, y las amenazas del cambio social, alentado todo ello por una madre cada vez más fuera de este mundo, cada vez más afectada por la pérdida de privilegios, por la incomprensión de una sociedad que se cernÃa, con velocidad alarmante, sobre la estructura de sus cosas y sus sÃmbolos. La tradición, el orden, el derecho. Su razón de ser.
La criatura, sensibilizada y enferma, creció creyendo que la realidad era el enemigo y que la distancia era la mejor opción existencial para salvaguardar lo que fuera que quedara de la burbuja burguesa. Lo que más hizo en su infancia fue leer, gracias a la biblioteca de su abuelo, la cual le proporcionaba no pocos entusiasmos y enormes oportunidades para desarrollar la imaginación. Era aficionado a las publicaciones cientÃficas y comenzó a escribir textos sobre astronomÃa en el periódico local. PadecÃa ataques nerviosos y pesadillas horribles que lo convertÃan en presa fácil del aislamiento. Cualquier contacto con el exterior suponÃa enfrentarse a un sinfÃn de consecuencias neurológicas.
Empezó a desarrollar una intrincada teorÃa alternativa del vivir que, más tarde, darÃa lugar al llamado horror cósmico, esa sustancia particularmente grotesca, viscosa y terrorÃfica, que recorre los relatos y las novelas de Howarth Phillips Lovecraft, un escritor que jamás conocerÃa el éxito en vida y entre cuyo legado se encuentra una mitologÃa, el ensayo sobre el terror que sostiene la arquitectura teórica del género y toda una narrativa expandida –que hoy en dÃa se conoce como transmedia– y que recorre lenguajes y formatos diversos: cine, cómics, música, videojuegos, juegos de rol, novelas, ensayos, etc.
A través de su afiliación a la United Amateur Press Association conoce a un grupo de colegas, aficionados como él, al periodismo, y con ellos entabla una relación epistolar que se prolongará hasta su muerte. Apenas sale de casa, su contacto con el mundo es escasÃsimo. De vez en cuando escribe versos y algún que otro texto para alguna publicación amateur. QuerrÃa ser escritor, pero, de momento, el único material que tiene son sus sueños. Y sÃ, siguen siendo, como los que tenÃa de niño, sueños espeluznantes, pero todavÃa no sabe cómo convertirlos en narraciones. De todos modos, poco a poco, lo intenta.
Asà transcurre su juventud hasta que, de pronto, dos hechos, como dos fuerzas centrÃfugas, lo hacen convulsionar en su letargo. Comienza a trabajar. Por primera vez, a los 28 años. Corrige textos de autores aficionados y recibe una pequeña remuneración. Sin embargo, el otro hecho revoluciona su mundo. Su madre es internada en un hospital para enfermos mentales después de una crisis psicótica. Él se traslada a vivir con su tÃa. No come, no escribe. Durante dos años, sus problemas nerviosos no hacen más que acrecentarse hasta que su madre muere y todo parece mejorar.
Es 1921 y Lovecraft cumple 31 años. Retoma la escritura y consigue colocar relatos en una revista pulp, Weird Tales, un tipo de publicación de bajo coste asociada a la literatura popular, especializada en temas fantásticos, de ciencia-ficción, suspense y terror, sin faltar el componente erótico. La regularidad en la venta de textos le permite creer en la posibilidad de traspasar el umbral de lo pulp y comienza a asomarse a lugares más allá de Providence.
EnvÃa sus relatos a algunos editores, pero son rechazados por considerarlos demasiado extraños. Ante las negativas tiende a adquirir la actitud soberbia y escéptica de un viejo caballero inglés ya de vuelta de todo. Viaja a Boston a una convención de periodistas amateur y allà conoce a Sonia Greene, quien se convertirá en su esposa. Con ella se traslada a Nueva York. Muy al principio, todo va bien. Ella trabaja en una tienda y él no trabaja. Parecen felices. Sin embargo, Sonia es despedida y Lovecraft se ve obligado a buscar empleo, que no encuentra.
Entonces se inicia el odio, el asco, el rechazo visceral hacia Nueva York o, más bien, hacia lo que contenÃa Nueva York. Seres de otros mundos, existiendo, expresándose, mezclándose, en definitiva, corrompiendo: "Inmigrantes obscenos, repelentes, de pesadilla", "Mulatos grasientos y burlones", "Negros horribles parecidos a enormes chimpancés". Tras el fracaso de su matrimonio, regresa a Providence. Con sensación de fracaso, de espanto, de vacÃo.
Y es asà como escribe sus mejores textos, y es asà como se iniciará, sin él saberlo, la Épica Lovecraft, que habÃa comenzado con un puñado de amistades nacidas en el mundo pulp y que se prolongará hasta hoy. La llamada de Cthulhu, En las montañas de la locura, El caso de Dexter Ward. Criaturas horripilantes que enfrentan al ser humano con lo desconocido, esa dimensión pegajosa y sobrecogedora que a veces es la realidad misma.
Lovecraft murió a los 47 años de un cáncer intestinal. Tres personas fueron a su entierro. Dejó dicho: "Estoy casi decidido a no escribir más cuentos, a soñar simplemente cuando me apetezca, sin detenerme a hacer algo tan vulgar como transcribir mi sueño para un público de cerdos. He llegado a la conclusión de que la literatura no es un objetivo conveniente para un caballero… un viejo caballero benévolo, nacido en Providence (Rhode Island)". Y con el casi arrancó el relato.