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Escribir bajo la furia

Se cumplen cien años del nacimiento de Norman Mailer. En pleno debate sobre la cultura de la cancelación, aquí tienen a un hombre iracundo y violento con las mujeres. Y también a un escritor que merece ser leído.
Norman Mailer
photo_camera Norman Mailer

La primera vez que reventó una fiesta tenía trece años. Se celebraba su Bar Mitzvá, esa ceremonia en la que, según el rito judío, un niño se hace adulto, se compromete a cumplir los preceptos de la Torá y asume las responsabilidades propias de su nueva condición. Es un momento de alegría y orgullo para toda la familia y una ocasión para el disfrute. Fue allí donde declaró que quería ser marxista. Esa bravata de niño insolente la llevó consigo durante toda su vida. La alimentó, la explotó, la, digamos, comercializó. Lanzaba la ofensa y esperaba, divertido, soberbio, a que se le echaran encima. Se convirtió en un experto. A veces le salía bien; otras, no tanto.

 Norman Mailer nació en el año 1923, en Nueva Jersey y creció en Brooklyn. Fue un niño mimado. Fue un niño, asumiendo un diagnóstico de la actualidad, con altas capacidades. Su madre lo adoraba y él adoraba a su madre. En privado. En público evitaba su presencia. Se llamaba Fanny. Visitaba a su hijo en la universidad y le llevaba sus comidas preferidas metidas en bolsas de papel. Una de las razones por las que, más tarde, gritaría o, incluso, pegaría, a su esposa del momento, iba a ser la falta de pericia a la hora de cocinar los huevos revueltos. Ninguna lograba hacerlos igual que su progenitora. Y a él eso no le gustaba nada.

Otra obsesión que sacaba a relucir el recuerdo de Fanny, a la vez de vergüenza y de culpa, era la imagen de alguien con bolsas de la compra. Según su segunda esposa, Adele Morales: "Las bolsas de la compra marcaron a Norman para el resto de su vida: no podía llevarlas, ni ser visto con alguien que las llevara. Tras su gran éxito, en una ocasión en que él y Bea se hallaban en el Ritz de Londres, ella se había presentado con una bolsa en cada brazo y él, presa de la vergüenza, se había puesto furioso. Nunca se ofreció a llevar una bolsa que cargara yo o cualquier otra persona".

Bea era Beatrice Silverman, su primera mujer, con la que se casó al terminar sus estudios en Harvard, donde se licenció en Ingeniería Aeronáutica para satisfacer deseos familiares. Ya por entonces le atraía la escritura. Se presentaba a concursos literarios y a los 18 años ganó su primer premio por un relato. Melville, Dos Passos, Hemingway, sobre todo Hemingway, eran los modelos con los que siempre creyó codearse. Estar a la altura o superar la altura. Nunca menos.

Norman Mailer
Norman Mailer

En 1944, un año después de graduarse, ya en los últimos delirios de la Segunda Guerra Mundial, fue reclutado por el ejército y enviado, primero a Filipinas y luego a Japón. A pesar de no haber estado en el centro de la batalla, su experiencia le sirvió para escribir el libro que le haría famoso y que se convertiría en una referencia imprescindible de la novela bélica: The naked and the dead (Los desnudos y los muertos). En un año vendió un millón de copias y el desconocido, pero no por ello menos arrogante, Norman Mailer, pasó a ser el escritor más codiciado de la época. Había escrito la gran novela americana sobre la guerra. Era 1948, tenía 25 años y, sin duda, la vida le ofrecía oportunidades. Esa gloria repentina le hizo huir de Estados Unidos para refugiarse en París, donde estudió en La Sorbona y recogió material para su siguiente novela titulada Barbary shore (Costa Bárbara), inspirado por Jean Malaquais, escritor combativo e irreverente, cuya carrera literaria fue impulsada por Gide y quien traduciría Los desnudos y los muertos de Mailer.

Tampoco fue bien acogida por la crítica ni por el público su siguiente novela, The Deer Park (El Parque de los Ciervos), relacionada con su experiencia en Hollywood como guionista. Con el tiempo, la perspectiva y las nuevas costumbres, la opinión acerca de la calidad del libro varió. Su título hace referencia a un barrio de Versalles, allá por el siglo XVIII, en el que había una casa gestionada por Madame de Pompadour, de quien se cuenta que se ocupaba de proporcionar al rey Luis XV, al menos dos jóvenes menores de edad a la semana, para entregarse a los placeres y desestresarse de los asuntos de Estado. Mailer traslada el ambiente a Hollywood y su intención, según sus palabras, era "escribir una novela sobre el sexo. Pero el sexo entendido como la última frontera de la literatura aún no explorada enteramente, ni agotada, por los novelistas del siglo XIX y la primera mitad del XX". O sea, una metáfora.

Lo cierto es que, a lo largo de la década de los años 50, trató –parece que con todo su entusiasmo exploratorio– de personificar la alegoría. Fueron años de violencia, drogas, alcohol, orgías, depresiones e histerias. Fueron años de abuso continuado y casi asesinato de su segunda esposa, Adele Morales: "Me hallaba frente a un perfeccionista, a un crítico incansable, especialmente con los seres más allegados a él, provisto de un ego que lo devoraba todo. Con el paso del tiempo se puso más duro, y las discusiones entre nosotros fueron más frecuentes.  Me destrozaba con las cosas que me decía. Era un maestro del sadismo, con una lengua viperina que me fustigaba hasta hacerme sangrar. Y el whisky exacerbaba su ira".

También tuvo tiempo para estrenar su nuevo perfil público como periodista, fundar un periódico llamado The Village Voice y destacarse como el crítico más ferviente de la sociedad y la política americanas. Especial relevancia tuvo su controvertido reportaje The white negro: Superficial reflections on the hipster (El negro blanco: reflexiones superficiales sobre el hipster), en el que argumenta que los hípsters no se adecuaban al sistema, estaban traumatizados por la guerra y los valores estadounidenses y se arrimaban a los márgenes en los que se encontraban con los negros y adoptaban su cultura: "El hipster ha absorbido la sinapsis existencialista del Negro y prácticamente podría ser considerado un negro-blanco".

 Inauguró los 60 con el ingreso en un centro psiquiátrico durante unas semanas tras haber apuñalado con una navaja a su mujer en una fiesta que ya desde el inicio, se había desbordado por todos los extremos. "Me dio cerca del corazón y en la espalda con una sucia navaja de siete centímetros que había encontrado por ahí", escribiría Adele Morales tiempo más tarde. Un hombre que presenció el suceso intentó ayudarla y Mailer se lo impidió, forcejearon y, finalmente, el hombre cogió en brazos a Adele y salió de allí pidiendo auxilio. Llegó la ambulancia, llegó la policía y, siguiendo el consejo de alguien, no delató a su marido y contó una historia distinta. Él se presentó en el hospital y le dijo: Primero: "No le has dicho nada a la policía ¿no? Seguirás con la historia de la botella rota ¿no es cierto?". Una vez confirmada la falsa versión, le dijo: "¿Es que no entiendes por qué lo hice? Porque te quiero". Tardaron dos años más en divorciarse y la vida siguió su curso.

Se casaría cuatro veces más y tendría nueve hijos. Su furia no se apaciguó, continuó pegando a las mujeres. Mientras tanto, lideró las luchas antisistema, contra Vietnam, contra el gobierno, contra lo americano. Sus crónicas sobre las convenciones demócratas y republicanas, así como sus libros de no ficción lo elevaron al Olimpo del Nuevo Periodismo. Ganó el Premio Pulitzer y el National Book Award, en 1969, con la crónica The armies of the night (Los ejércitos de la noche), basada en la Marcha sobre el Pentágono, la gran protesta contra la intervención estadounidense en Vietnam, y volvió a ganar el Pulitzer con The executioner’s song (La canción del verdugo), en 1980. En el medio, la legendaria crónica del combate de boxeo Ali- Foreman, ejemplo inigualable para aquel o aquella que aspire a convertirse en periodista.

Quiso ser, en dos ocasiones, alcalde de Nueva York con suerte nula, y acudió a construir polémica allí donde fue llamado. La organización ponía el público y él proporcionaba el show. Contra el movimiento feminista –sonado fue el debate con Germaine Greer en 1971–, contra otros escritores, contra presidentes, contra todo lo que pudiera dar juego. Conservó su estilo narcisista, machista y provocador. Siguió escribiendo hasta el año de su muerte, 2007, a los 84 años.

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