La irreverente hija de la Belle Époque
Es momento para visitar a Colette, controvertida y aclamada escritora francesa, que levantó, sin pudor alguno, los faldones de la sociedad parisina, y se dispuso a escribir lo que veía. Tras la reedición de 'Chéri', obra esencial, por Acantilado, este noviembre se estrena en cines el biopic
COLETTE DISOLUTA. Colette desvergonzada. Colette extravagante. Escandalosa Colette. Desafía, rompe, atraviesa, brilla y se apaga, se rebela y consiente. Escribe, escribe, escribe.
Pueblerina en París. Parisina fuera de él. Gran dama en los music-hall de Montmartre. Cabaretera en los salones aristocráticos. Amante, amante, amante.
Por las venas de Sidonie Gabrielle Colette no corre, sino que se revuelve tempestuosa, la Belle Époque.
Saint Sauveur en Puisaye es una localidad de la Borgoña, situada a tres horas de París. Ese podría ser el tiempo en que tarda una vida en hacerse o deshacerse, yendo y viviendo, hacia atrás y hacia delante, en un movimiento constante e inacabado, que a veces incapacita y otras estalla en múltiples piezas creativas, alocadas, desafiantes, siempre contradictorias. Allí, en 1873, nació Gabry, así llamada en el entorno familiar, en una edificación propia de la burguesía de finales del siglo XIX, lo suficientemente grande como para perderse y con un jardín propio como para poder expandir una naturaleza interior —que muchos calificarían de salvaje—. De allí salió a los veinte años, dejando a una madre, Sidonie Landoy, desconcertada y apenas preparada para soltar los lazos que la unían con su hija; lazos que, por momentos, la agarraron con una firmeza tan aguda tan punzante, que resultaron más tarde libros heridos. Y dejando también a un padre, el capitán Jules Colette, de quien se llevó algún rasgo de carácter, pocos recuerdos y el apellido, que, poco a poco, pasó a convertirse en uno de los nombres más prestigiosos de la literatura francesa del siglo XX.
En aquel París refinado comenzaban a escucharse las risitas maliciosas que condenaban un enlace repleto de irregularidades. La familia Gauthier Villars frecuentaba unos ambientes en los que la niña Colette desentonaba. Sin embargo, a la niña Colette no le disgustaba, en el fondo, ese desajuste. Hay mucho de juego, de seducción y de desafío. También de apariencia, de contención y de ambicioso, planificado, codiciado ideal. Por su parte, Willy, combinaba amantes masculinos y femeninos e integraba a Colette en los frecuentes ménage à trois que tornaron de pasatiempo a modo de vida. Si estos hábitos disipados fueron resquebrajando el, ya de por sí, poco sólido matrimonio, la escritura, en esencia, no se resintió. Tras el divorcio, continuaron durante una larga temporada servidumbres evidentes y servidumbres sutiles; un conflicto de autoría por las Claudine y una lucha profunda, descarnada, de naturaleza incierta y penetrante, por el amor y su significado.
No escapó Colette a a esa búsqueda de los afectos. Eligió caminos provocadores que utilizaba para crear personajes, tachados por una parte de la intelectualidad conservadora, de frívolos, y por la otra, elevados a una suerte de estudio penetrante de psicología femenina, de análisis certero de las pasiones. El resto se rendía a sus pies.
Se fue a vivir con la marquesa Mathilde de Morny, más conocida como Missy o Max, la cual prefería vestirse de hombre, llevar el pelo corto y retar a la sociedad
Con Willy divorciado, pero aún inmiscuyéndose, se fue a vivir con la marquesa Mathilde de Morny, más conocida como Missy o Max, la cual prefería vestirse de hombre, llevar el pelo corto y retar a la sociedad. Retos así suponían un estímulo para la Colette transgresora y fue en esa época cuando se hizo bailarina del music-hall y actriz de piezas teatrales más que insinuantes. Es famosa la foto en la que luce un atuendo que deja un pecho al descubierto y, así, encima del escenario, declama su papel. Ese público –por lo que relatan las crónicas de la época– salía del teatro arrebatado. La vagabonde (La vagabunda) fue una de sus obras-espejo de esa trayectoria. Mantenía, al tiempo que perfeccionaba, el género autorreferencial y la prosa se iba haciendo más afilada, lo que permitía llegar más y más dentro. Lo que le permitía estar más expuesta y, a la vez, más oculta.
Amantes. Amantes. Amantes. Unos y otras, llegaban, partían y se insertaban en un proceso que parecía responder a la consigna de «vivirlo todo». «Y pronto».
Conoce, en ese ir y venir, a Henry de Jouvenel, redactor jefe del diario Le Matin, y se enamora o se apasiona o se sobresalta a su modo absoluto y se casa con él. Empieza entonces una carrera periodística en la que adquiere reconocimiento y que será una tabla de salvación en los momentos de crisis económicas que se intercalan con el esplendor. Escribe sobre teatro, sobre cine, sobre moda, sobre guerra; elabora crónicas de actualidad y se convierte en editora de prestigio. Además de las novelas que adapta al teatro y en las que se reserva el papel principal, se inicia en los guiones cinematográficos de sus propias historias. Hay, en París, quien la califica de egoísta, hay reproche, hay adulación.
Tiene una hija, conocida como Bel-Gazou, a la que quiere a una distancia que resultó demasiado lejana, en la que se entremezclaron sentimientos pasados, de su propia infancia, revividos puede que con dolor o arrepentimiento o anhelos rotos.
Es el año en que se publica 'Chéri', la novela que la encumbrará definitivamente. André Gide le escribirá, admirado; François Mauriac la querrá «salvar»
1920 es la fecha que marca un antes y un después en la vida de Colette. Es el año en que se publica Chéri, la novela que la encumbrará definitivamente. André Gide le escribirá, admirado; François Mauriac la querrá «salvar». En ella, describe las formas del deseo, sus consecuencias, sus temblores, encarnados en Léa, una cortesana que perdió su juventud pero no su atractivo, y que, tras iniciar a su inexperto amante durante un tiempo y verlo marchar a un matrimonio de conveniencia, se enfrenta a un vacío que tiene que ver más con el desamor que con la soledad. Que hace referencia a un desajuste.
Lo que no encaja en el matrimonio de Colette, también poblado de amantes, acaba por deshacerse en el momento en que ella emprende una aventura extrema con su hijastro, Bertrand de Jouvenel, de diecisiete años, reproduciendo así –para gloria de editores, lectores y sociedad parisienne en general– el argumento de Chéri. Ella tenía cuarenta años y una inmensa pericia para entrelazar ficción y realidad.
Siguió el escándalo con su libro Le pur et l’impur (Lo puro y lo impuro), relato basado en la vida de la poeta Renée Vivien, sin omitir detalles que muchos consideraron lo suficientemente escabrosos como para tildar la escritura de Colette de pornografía. Volvió a casarse, con Maurice Goudeket, escritor y periodista judío que logró sobrevivir a la II Guerra Mundial, regresar junto a ella y compartir a su lado el fulgor del reconocimiento. Sus obras eran adaptadas al teatro y al cine, Gigi, estaría entre las más famosas. Nombrada miembro de la Academia Goncourt, continuó escribiendo hasta el final. Fueron 81 años de vida disoluta, desvergonzada, extravagante y escandalosa. Mito literario de aquella turbia e irresistible Belle Époque.
CHÉRI, Sidonie Gabrielle Colette
Editorial Acantilado
Páginas 152
Precio 14,00 €