La paradoja de Han

Byung Chul Han. AEP
El filósofo Byung-Chul Han continúa la senda que abrió con La sociedad del cansancio, obra que cumple quince años y que inicia la proyección mundial de su autor

Si nos situáramos en el Seúl del año 1959 y pensásemos en una familia, podríamos tener un dibujo bastante aproximado de cómo funciona la tradición y de cómo pesa; de qué significaba vivir bajo un régimen autoritario tras haber salido de la Guerra de Corea y de cómo la doctrina de Confucio permeaba cada acción de los surcoreanos. En ese contexto, la figura del padre se adecúa a la perfección al modelo de la época, alguien a quien hay que mirar y a quien hay que seguir y, por supuesto, a quien hay que obedecer. Así, o aproximadamente así, transcurrió la infancia y la adolescencia Byung-Chul Han.

Por esa referencia paterna, imponente y difícil, Han comenzó estudios en ingeniería metalúrgica, aunque nunca encontró ahí su lugar y mucho menos su destino. Atraído desde joven por la literatura y la filosofía, probablemente no sabía cómo salir del mapa ya trazado para él por otros. Su familia se resistía a que dejara esos estudios y a que rompiera esos lazos tan densos, tan abigarrados.

En el año 1980, a los 22 años, dejó su país natal y emigró a Alemania. Lo hizo en secreto. Lo hizo queriendo y también, posiblemente, sin querer.

No resultó sencillo, el irse, ni tampoco el olvidar. Se fue a Heidelberg, cuna de la filosofía alemana, cuna del Romanticismo, germen del pensamiento. Optó por estudiar literatura. Pero no manejaba el idioma como hubiera deseado y buscó salida en la filosofía. Más tarde se trasladó a Friburgo y se doctoró con una tesis sobre Martin Heidegger, quien aparecerá, una y otra vez, en sus libros, como eje central de su tesis sobre la sociedad contemporánea. Heidegger, al menos su nombre, leído por mucha, mucha, mucha gente. La sociedad del cansancio, obra emblemática que catapultó a la fama mundial a su autor, hace ya quince años, vendió más de dos millones de copias.

No abandonó, sin embargo, su pasión por la literatura y realizó estudios de literatura y teología en la Universidad de Múnich. Es en ese tiempo cuando se van gestando en una mente los corpus teóricos de aquí y de allá, el conocimiento compartido de Oriente y Occidente, entremezclándose y dialogando. Ese carácter híbrido es propio de los libros de Han. 

Comenzó a dar clase en Basilea

Comienza a dar clase en la Universidad de Basilea y, más tarde, en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe, donde comparte pasillos y, suponemos que conversaciones, con Peter Sloterdijk, otro filósofo referente en la actualidad. A partir de 2012 se convierte en profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlín. Su vida allí discurre —o parece discurrir — al ritmo que reivindica en su obra. Tiene que tocar el piano porque si no lo pasa mal, hace jardinería, se dedica a contemplar y a pensar. En 2010 se proyecta al mundo a través de un libro que afirma que el exceso de positividad, la autoexigencia inagotable y la autoexplotación son los males de nuestro tiempo. Habla con contundencia sobre nosotros, sujetos actuales que sufrimos depresión, burnout y narcisismo digital. Habla de nuestra fatiga, de nuestra constante e inabarcable ansiedad.

Sus libros son breves, casi aforísticos, en muchas ocasiones la impresión de lectura se asemeja más a una sentencia que a una reflexión crítica. Ha conseguido transmitir conceptos y diagnosticar a la sociedad con pocas palabras y, a la vez, ha levantado sospechas en el mundo académico con las consiguientes críticas que apuntan a una forma efectista más que a un fondo certero. Le siguieron otros libros, repitiendo fórmula: 'La sociedad de la transparencia', en el que advierte contra la dictadura de la exposición, la vigilancia y la pérdida del secreto, En el enjambre en el que realiza una crítica a la comunicación digital que conlleva la pérdida de la conversación y del pensamiento, los cuales son sustituidos por el ruido y la reacción instantánea, No-cosas en el que la información aplasta todo intento de experiencia contemplativa, de lentitud en el vivir: "Quizá mis libros duelan porque muestran lo que la gente no quiere ver. Pero no soy yo ni mi análisis el despiadado; es el mundo en que vivimos el que es despiadado, loco y absurdo".

Con este agotamiento humano, si hablamos de poder, encontramos que, para Han, el mundo ha pasado de la represión a la seducción sutil y, desde ese posicionamiento, explota el deseo de libertad y convierte los deseos propios en instrumentos de dominio. Algunos lo acusan de excesiva nostalgia por el pasado, por las vidas antes del ecosistema digital. Lo acusan de pesimismo. Merece la pena reiterar que, en su opinión, el mundo es "despiadado, loco y absurdo". No parece demasiado esperanzado.

Hay autores que cita constantemente: Foucault, Heidegger, Baudrillard, Nietzsche, que le sirven para construir su casa de pensar. Por momentos, sin embargo, esa casa se parece más a una serie distópica que a un libro que plantea los retos de la sociedad actual con hondura filosófica. Cierto es que dio con la manera de interesar al público si partimos de la premisa siguiente: al público no le interesan los diagnósticos de ese tipo, sobre todo, los que acostumbran a dejarlo en muy mal lugar.

Su escritura, por otro lado, puede ser un espejo incómodo, un reflejo quizá no del todo aceptado. Dice cosas como esta: "El cansancio de la sociedad del rendimiento es un cansancio a solas, que aísla y divide. Estos cansancios son violencia, porque destruyen toda comunidad, toda cercanía, incluso el mismo lenguaje" o como esta: "La depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre de excesiva positividad. Refleja una humanidad librando una guerra sobre sí misma".

El eros que agoniza

En más títulos, insiste en su mirada desesperanzada: La agonía del Eros, La expulsión de lo distinto, La sociedad paliativa, Vida contemplativa. Si resistimos a esta actualidad, a su funcionamiento, será desde la recuperación del dolor, la espera, el asombro y el silencio. Tendremos que apartar el ruido, el griterío absurdo y ponernos a escuchar. Habrá que salir del cansancio y ponerse a contemplar. 

Siguiendo esta línea, Byung-Chul Han no deja de detectar las enfermedades de la época y de señalar grietas por las que se cuela, o podría colarse, un futuro mejor. En el año 2025, la concesión del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades consagró su poderío como filósofo y divulgador de una doctrina, en principio, fácil de entender. Su diagnóstico resulta, a la vez, incómodo e inquietante. Su persona, reservada, prudente, enemiga de toda pompa y parafernalia mediática, es, sin embargo, cada día que pasa más influyente. Y esa es, o podría ser, la paradoja de Han. Su vida dice una cosa y sus libros —no exactamente sus diagnósticos, sino la concepción de su obra libros cortos, libros rápidos, libros fácilmente consumibles, libros casi sentencia que se pueden digerir y difundir sin que se requieran grandes usos ni de tiempos ni de espacios— parecen decir otra. Sea así o no, él ya está metido en la vorágine que denuncia. Si el problema es la sobreexposición, él está constantemente expuesto porque la fama que carga así lo dispone; cuanto más quiere el retiro, la contemplación, tocar su piano, más reclamado está, más lo quieren en todas partes; cuanto más señala la positividad sistémica, más crece su impacto entre quienes buscan parar y pensar, salirse, de algún modo, del espectáculo.

Así que el recorrido sigue. El siglo XXI probablemente siga ofreciendo cosas para decir. No parece que Byung -Chul Han vaya a cambiar de táctica y, por otra parte, por qué habría de hacerlo si le está saliendo tan bien.

Si se lee hoy, La sociedad del cansancio posee algún que otro juicio erróneo. Y algún que otro acertado. Aunque lo cierto es que ya resulta complicado referirse a nuestra época sin pronunciar el nombre de Han. No sabemos qué estarán pensando en Seúl. Lo que sí sabemos es que el secreto con el que partió ha estallado en múltiples voces a lo largo de todo el mundo.