Lipograma Perec

George Perec. WIKIMEDIA
Lugares es el libro que Anagrama edita y que se corresponde con el cuarto de un proyecto autobiográfico inacabado y pensado en 1969 por el escritor francés Georges Perec. Cuatro libros que contarían su vida y su escritura.

Con la ausencia de algo transcurrió la vida de Georges Perec. La palabra justa, el momento justo, la fama justa. Hay, en quien escribe, un latido constante ligado a la trascendencia que pasa por el reconocimiento, no sólo de los pares, sino también, por decirlo así, del mundo. Perec quiso ser escritor desde niño y lo que encontró, durante la búsqueda de ese anhelo, fue una especie de vacío o, para decirlo mejor, insuficiencia. Más que pozo negro, falta de.

La pérdida más terrible la empezó a sufrir ya en su infancia. Pertenecía a una familia judío-polaca que, a principios de siglo XX, se había instalado en Francia, en un barrio destino de las oleadas migratorias llamado Belleville. Allí vivían, junto con el resto de los inmigrantes llegados mayoritariamente de Centroeuropa tras la Gran Guerra, sus abuelos, una tía y sus padres. Tenía dos años cuando su hermana pequeña, recién nacida, dejó de respirar. Falta de aire. Primera ausencia.

Al estallar la II Guerra Mundial, su padre se unió al Regimiento Extranjero de Infantería y encontró la muerte a seis días de que su país firmara la rendición. Falta de fortuna. Segunda ausencia. Cyrla, la madre de Perec, consiguió, sin embargo, salir de Belleville antes de las grandes redadas en las que la Gestapo, en connivencia con la policía francesa, cayó sobre la población judía con destino fatal. En la historia y en las almas queda la conocida como Rafle du Vél' d’Hiv', la horripilante Redada del Velódromo de Invierno, en julio de 1942, en la que 12.884 judíos fueron arrestados. Una parte fue enviada al campo de internamiento de Drancy y otra parte fue conducida al Velódromo y retenida allí, durante cinco días, sin comida, sin ropa de abrigo y sin apenas agua. Las personas que intentaron huir fueron fusiladas allí mismo, hubo desesperación, sufrimiento y suicidios. A los supervivientes los llevaron a Drancy que era, lo sabemos, la parada previa al exterminio. Pero Cyrla y Perec se salvaron.

Dos años más. La madre estaba en París y la guerra no había acabado. En 1943 fue arrestada y deportada a Auschwitz donde fue gaseada. Falta de humanidad. Tercera ausencia.

Georges Perec tenía entonces siete años. Lo acogieron unos tíos, quienes lo adoptarían al finalizar la guerra. Los Peretz pasaron formalmente a llamarse Perec por razones de seguridad. Tras una temporada con su abuela, finalmente viviría en París, en casa de unos amigos de sus padres adoptivos. Ya asentado, pudo estudiar y comenzar a desarrollar sus incipientes, pero intensas, pasiones: leer, escribir y la nemotecnia. A los trece años escribió W, que se convertiría más adelante en el libro titulado W o el recuerdo de la infancia. Se le pasó por la cabeza hacerse pintor, pero lo otro, las palabras con sus juegos, era más fuerte.

Una novela que le dio visibilidad

Tras abandonar la carrera de sociología y con la pulsión del escritor intacta, empezó a abrirse hueco en diversas revistas literarias en las que publicaría críticas y ensayos. Su primer proyecto de novela quedó malogrado por la irrupción del servicio militar, aunque continuó publicando sobre todo artículos de índole política. También quiso fundar una revista, pero no lo logró. Conoció a la que se convertiría en su mujer, Paulette Pétras, aunque su matrimonio no duró. En ella se inspiraría para su primera novela, titulada Las cosas, que se publicaría en 1965 y con la que ganaría el Premio Renaudot. Y de pronto, las cosas reales parecieron encauzarse. Llevaba tres años trabajando como bibliotecario archivista en el Centro Nacional para la Investigación Científica. Y aquello era, en principio, un asunto provisional. Escribir era la prioridad. La novela le dio visibilidad, cierto prestigio y miradas que se posaron sobre él, expectantes. El mundillo literario le abría las puertas y le indicaba el camino. Tan solo tenía que echar a andar. Y lo hizo. Pero no exactamente por el lugar marcado.

OuLiPo, es el acrónimo de Ouvroir de Littérature Potentielle (Taller de Literatura Potencial), y lo crearon un grupo de escritores y matemáticos liderados por Raymon Queneau y François Le Lionnais, con el objetivo de experimentar con la literatura. Querían crear obras en las que restricción sería el concepto esencial: "Llamamos literatura potencial a la búsqueda de formas y de estructuras nuevas que podrán ser utilizadas por los escritores como mejor les parezca". Restringir palabras según unas reglas establecidas por el grupo como forma nueva de crear. Y aquel adolescente Perec, entusiasmado con los juegos nemotécnicos, vio en este grupo algo así como una respuesta. Y restringir, al fin y al cabo, es reducir y reducir, al fin y al cabo, es que algo va a faltar. Y entonces, cuarta ausencia.

En 1967, año en que ingresó en OuLiPo, publicó Un hombre que duerme con una respuesta bastante fría por parte de crítica y público. Dos años más tarde vendría El secuestro, titulado en el original francés La Disparition, que tiene más sentido si nos atenemos al asunto del que trata: desaparece una letra, no una cualquiera, sino la más común del idioma, la e. Es una novela escrita en su totalidad con una letra que no está. Falta la e. Quinta ausencia. En la traducción al español la letra ausente sería la a. Este experimento se llama lipograma y responde a ese afán de búsqueda que consiste en una fascinación por contar historias que sean, a la vez, un interrogante en torno a la escritura y a la relación del escritor con ella. De ahí el juego, o la aventura.

Elementos autobiográficos

A lo largo de la década de los setenta, escribió varias novelas con distinta suerte en el sentido de acogida exitosa –más bien poca–. Entonces llegó La vida instrucciones de uso que “no es un balance –sería demasiado decir que es una suma–, pero sí un poco la reunión de todo lo que he estado haciendo los veinte años anteriores en una novela que va a satisfacer mi gusto por lo novelesco, mi amor Raymond Rusell, Julio Verne y Rabelais y que, al mismo tiempo, va a concentrar, a describir el lenguaje, el mundo, a volcar una especie de cotidianidad a través de ese lenguaje, del apilar palabras, y tiene esa especie de vocación enciclopédica, es cierto, sí, esa especie de bulimia verbal […] Y al mismo tiempo, integrando ahí dentro los elementos autobiográficos que están enmascarados pero que igualmente para mí afloran todo el tiempo". Es decir, la aventura de escribir.

En 1982 lo que le faltó fue la vida. Se le diagnosticó un cáncer y murió a los 45 años. Muchas de sus obras quedaron en suspenso. Obras literarias, también cinematográficas, también radiofónicas, teatrales. Experimentó o jugó o se aventuró en muchos campos. Escritor de culto, más que popular, aunque de lo que parecía querer hablar siempre era de la vida cotidiana y de las cosas que nos pasan y de las cosas que nos faltan cuando nos pasa lo que nos pasa.

A medida que iba experimentando la cadencia del juego, el misterio de lo oculto o de lo ausente, se iba alejando más y más del reconocimiento literario. La profundización en el experimento alejó a los lectores de la aventura. Y, sin embargo:

"Creo que hay una cosa que define bastante bien la vida en primer lugar y después la infancia y la escritura: es un niño que juega al escondite. No se sabe muy bien qué nos apetece más, si que nos encuentren o no; si nos encuentran se acabó el juego, pero si no nos encuentran aún hay menos juego. Si uno se esconde tan bien que no lo vuelven a encontrar se muere de miedo, por eso cuando uno juega al escondite se las apaña siempre para que lo encuentren. Si no hubiera cosas escondidas no buscaríamos leer. El hecho mismo de leer es ir a buscar en un libro algo que no sabemos o que creemos no saber. Y eso hace que continuemos".

Pero falta un escritor. Sexta y definitiva ausencia.