Nacer así. En esto

Treinta años de la muerte de Charles Bukowski. Maldito, sucio, alcohólico. La polémica y la literatura están servidas.

Heinrich Karl Bukowski. Alemán. El 16 de agosto del año 1920 llegó al mundo un ser atormentado. No en ese momento, por supuesto, pero tampoco mucho más tarde. "¿Te han pegado alguna vez con una correa de barbero tres veces por semana desde los 6 años hasta los 11? ¿Sabes cuántas palizas son esas?". Así que hubo cinco años buenos o no conscientemente malos. Cuando tenía 2 años, la familia se mudó primero a Baltimore y después a Los Ángeles escapando de las penurias económicas tras la Primera Guerra Mundial. El Heinrich se americanizó y se transformó en Henry y el Henry en Hank, para los amigos

El nombre de escritor será Charles, pero cada cosa a su tiempo. El acné —una furia de pústulas en rostro, cuello, espalda y brazos— y las ganas de escribir surgieron de su interior más o menos en la misma fecha. "Yo creo que tenía unos 13 años. Por aquel entonces estaba cubierto de espinillas y lo primero que escribí lo hice en un cuaderno, ya sabes, de la escuela. Simplemente encontré un bolígrafo, empecé a escribir y llené el cuaderno de palabras. Supongo que esa fue la primera vez que saltó el mecanismo. Y me sentía muy bien ahí sentado escribiendo en el cuaderno con el bolígrafo. Escribiendo sin parar. Me parecía una cosa muy fácil y agradable de hacer. Todavía hoy me sigue pareciendo algo muy fácil y agradable de hacer". 

La sensación. La cotidianidad no solía aportar esa sensación de bienestar, más bien todo lo contrario. En casa, la violencia, la humillación, el daño. Fuera, la marginalidad. Un adolescente diana. Hacia él las burlas, el rechazo, la marginalidad. Así era, pues. Nacer así. En esto. Su padre salía como para ir a trabajar, pero no trabajaba. Bebía, regresaba tambaleándose. Se enfadaba, suponemos, de frustración. Su madre no actuaba ante las palizas, tan solo estaba por allí. La indecorosa rabia es la espita. Después es el alcohol, el fluir. "Mi padre fue un gran maestro de Literatura, me enseñó el significado del dolor, del dolor sin sentido". Mientras entraba y salía del hospital para tratarse el acné, con intervenciones de pesadilla que le dejaban una profunda huella física y psicológica: "Experimentaban con los pobres y, si funcionaba, lo usaban para los ricos. Y si no, siempre había más pobres", leer y escribir suponían un cierto alivio, una cierta distancia. Los libros los encontraba en la biblioteca pública, allí el mundo se abría ante él de otra manera. Las frases se iban formando en los cuadernos escolares, en ellos escribió cuentos que nunca vieron la luz porque su padre los tiró a la basura un día o una noche de la ira.

No quería que escribiera, no quería que leyera. A lo que no puso freno fue a la bebida. Hank, integrante del grupo de los desposeídos del barrio y, podría decirse, del mundo, se inició pronto en el asunto del alcohol. Y no lo dejaría jamás, salvo una breve temporada, ante peligro inminente de su misma vida. Pero cada cosa a su tiempo.

Acabó la Secundaria y trató de seguir estudios. Estuvo dos años matriculado y barajó la idea de convertirse en periodista. No pasó del segundo año. Lo suficiente para saber que aquello no era lo suyo. Y que tenía de salir de allí. De aquella "casa de los horrores, la casa de la agonía, la casa donde me hice pero no del todo",

Así que estamos ante un joven dañado, probablemente en muchos más sentidos de los que podamos imaginar, saliendo de allí. Cómo no, huyendo. Corría el año 1939, se fue primero a Nueva York y durante la década que empezaba siguió ruta por un Estado y otro y otro más. Ya parecía tener claro que quería escribir, así que el plan trazado sería el siguiente: buscar el modo de ir sobreviviendo y el resto de las horas ponerse a ello. "Solo comía una barrita de caramelo al día. Costaban un níquel". Los trabajos le duraban poco, unos días apenas. Después, nada. Lo de dormir, bueno, imaginemos. Pero sí, escribía. "Durante esa época escribía cuatro o cinco relatos cortos a la semana. Los enviaba a todas las editoriales, pero me los devolvían".

Largos, penosos y etílicos años

Así transcurrieron largos, penosos y etílicos años. En la rutina de la escritura de un cuento, su finalización, la compra de sobres y sellos, la lista de potenciales revistas donde ver publicado su texto, el camino al buzón más próximo, la espera. La respuesta. El rechazo. Así una década entera. Hay algo ahí, si se quiere, de rigor heroico. En un momento dado, surgió la oportunidad del despegue, a través de la publicación de un relato suyo en la revista Story Magazine. Recibió la llamada de un agente literario neoyorquino. Él rechazó su propuesta. ¿Miedo? Después de eso plantó la máquina de escribir. Nacer así. En esto. Entonces pasaron cosas. 

De lo que sucedió después se hizo una idea el público lector de sus libros, y continuará haciéndosela por los siglos de los siglos. 

Regresó a Los Ángeles, conoció a su primera novia, y allí se instaló. Consiguió empleo en una oficina de correos y estuvo unos quince años —con algún intervalo— repartiendo cartas en horario nocturno. "Era un sitio terrible para mí". "Dos años y medio de infierno: de puro infierno". Tras arder, el intervalo. Renunció al trabajo alegando terribles efectos psicológicos en una carta formal dirigida a su superior.

Y lo cierto es que bebía sin parar durante la totalidad de las horas que dedicaba a escribir. Durante la luz. Luego oscurecía y, seguidamente, se marchaba a trabajar. Y eso era todo. Vino entonces el colapso. Una hemorragia estomacal que superaría por los pelos y que trajo como consecuencia la prescripción temida. Dejar de beber o morir. 
Se sucedieron las novias, compañeras y, a veces, pocas, esposas. No se quedaban demasiado. Hasta la última, que lo vio morir. Pero cada cosa a su tiempo. "El amor es una niebla que se quema con el primer rayo de luz de la realidad", dijo en una entrevista. Lo cierto es que cuando la realidad es un tipo enorme, de 1,90 de altura, con deformantes cicatrices en la cara, litros de alcohol en el cuerpo y una furia incontrolable, las cosas del amor se ponen feas. El caso es que se apartó de la bebida. Y para llenar el abismo se hizo adicto a las carreras de caballos. Iba al hipódromo y se apaciguaba, de alguna manera. 

La poesía era lo único presente

Comenzó a escribir poesía: "Durante esa época solo me salía poesía. La prosa se había ido a alguna parte". En una analogía que bien pudiera ser lúcida, la poesía, para él, era lo mismo que el chillido, quizá, el rugido: "Creo que necesitaba gritar un poco". Además de al deseado caballo ganador, se entiende. Se le ocurrió escribir otra carta muy formal para ser readmitido en su antigua oficina postal. Y lo logró. Volvió a su antigua rutina. Un editor llegó a decir esto: "En el 59 se le conocía como el rey de las pequeñas revistas. Envió kilos y kilos, sin parar, no podíamos acarrear con ellos".

Nombres de revistas como New York Quaterly, The Outsider y, pasados los años y las botellas y las parejas, un periódico independiente, Los Angeles Open City, en el que le ofrecieron una columna que inauguró con el título de Escritos de un viejo indecente. A finales de los 60, la cabecera cerró, pero su columna sobrevivió —mismo nombre, mismo estilo— en Los Angeles Free Press. Y es aquí, en este punto, cuando le sobreviene la suerte. No sabemos si la vio venir.

John Martin leyó unos poemas suyos y entonces: "Dios mío, este es el Whitman de hoy. Este es el hombre de la calle que escribe para gente de la calle". Y le ofreció cien dólares mensuales durante el resto de su vida a cambio de la exclusiva dedicación a la escritura. Él se encargaría de publicarlo en su recién estrenada editorial, Black Sparrow. Y aceptó. Tenía 49 años. Al poco, John, con una cierta visión de negocio, le pidió que escribiera una novela. En menos de cuatro semanas se la presentó. Se tituló Cartero y fue la primera de seis. A ellas se sumarían una gran cantidad de cuentos, ensayos y poesía, que no dejó de escribir nunca. Murió a los 63 años, de leucemia. En uno de sus poemas titulado Born into this (Nacer en esto) hay un verso que dice: "Hemos nacido en la mortífera tristeza". Y así nació también Charles Bukowski.