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Se dice, se rumorea

A los 125 años del nacimiento de Jorge Luis Borges, se sigue especulando acerca de lo que fue y no fue, de lo que tuvo y no tuvo, como si eso —de algún modo— pudiera convertirse en la explicación definitiva
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photo_camera Luis Borges retratado por el fotógrafo argentino Daniel Mordzinski. EFE

Dijo María Kodama, su viuda; dijo Bioy Casares, primero su amigo y después, al parecer, no tanto; dijeron Alejandro Vaccaro y María Esther Vázquez, ambos biógrafos del escritor; dijo Elsa Astete, su esposa durante tres años equivocados desde el principio; dijo Norman Thomas Di Giovanni, su traductor al inglés; dijo, finalmente, Epifanía Úveda, Fanny, quien trabajó como empleada del hogar y cuidadora del "señor Borges" durante 50 años. Dijeron muchas cosas, ellos, y también todos los demás. Estudiantes, editores, abogados, aquellos y aquellas que se cruzaron en algún momento con Jorge Luis Borges, el escritor faro para la literatura del siglo XX.

Lo que contó él, en una autobiografía publicada en inglés en la revista The New Yorker, en 1970, fue esto: Nació en 1899, en casa de sus abuelos maternos y poco después, su familia se trasladaría a Palermo, que entonces era un suburbio del norte de Buenos Aires, a una casa que, por su descripción, destacaba de entre las aledañas. "Tengo recuerdos tempranos de otra casa con dos patios, un jardín con un alto molino de viento y un baldío del otro lado del jardín. Nuestra casa era una de las pocas edificaciones de dos plantas que había en esa calle; el resto del barrio estaba formado por casas bajas y terrenos baldíos". No era un niño al que dejaran corretear por las calles y experimentar la mezcolanza social, intuir los peligros, los excesos o las posibilidades que ofrecía la vida que comenzaba a despuntar. Lo dijo y quedó escrito: "Apenas salía de casa".

Su familia paterna procedía de tierras inglesas y su abuela, Frances Halman, se trasladó con su hermana y su cuñado a Argentina. En 1870 conoció al coronel Francisco Borges, poco después se casaron, tuvieron dos hijos y otro poco después, el coronel muere en acto de servicio. En aquella casa se leía mucho. La pasión de la madre se traspasó a los hijos y el Borges niño, al que llamaban Georgie, creció en ese ambiente en el que la literatura era una manera de entender el mundo. "Mi padre me reveló el poder de la poesía: el hecho de que las palabras sean no sólo un medio de comunicación sino símbolos mágicos y música. También me dio, sin que yo fuera consciente, las primeras lecciones de filosofía".

Se seguirán escribiendo investigaciones, tratados, elucubraciones de la más diversa índole sobre la interrelación de la literatura de Borges con la filosofía. Él dejó dicho que prefería considerar el conjunto de su obra como "el débil artificio de un argentino extraviado en la metafísica". El padre de Georgie se llamaba Jorge Guillermo Borges y era abogado, pero daba clase de psicología en inglés. En esta autobiografía destaca la bondad como rasgo destacado del carácter de su padre: "Mi padre era muy inteligente y como todos los hombres inteligentes muy bondadoso". Más adelante, en unas declaraciones a la prensa especificará, a propósito de unos comentarios no demasiado indulgentes con su madre, que —al contrario de lo que se pensaba— era el padre el estricto y, quizá, no tanto la figura del todo bienintencionada y espíritu bonachón de los primeros recuerdos. Las aguas vienen y van, traen y llevan.

Él la llama Madre con mayúscula. Madre dice, Madre hace, Madre tal o cual. Se llamaba Leonor Acevedo de Borges, de raíces argentinas y uruguayas, de carácter fuerte y decidido, de espíritu vivaz y curiosidad intelectual, aprendió inglés y comenzó a traducir a Saroyan, Hawthorne y, más tarde, Melville y Virginia Woolf, trabajos, estos últimos, atribuidos a Borges, que se ocupa de traspasar el crédito a quien parece que corresponde. Dice de ella: "Para mí siempre ha sido una compañera —sobre todo en los últimos tiempos, cuando me quedé ciego— y una amiga comprensiva y tolerante. Hasta hace muy poco, fue una verdadera secretaria: contestaba mis cartas, me leía, tomaba mi dictado, y también me acompañó en muchos viajes por el interior del país y el extranjero. Fue ella, aunque tardé en darme cuenta, quien silenciosa y eficazmente estimuló mi carrera literaria". Ella, por lo visto, sugirió más de una frase, más de una idea, más de un enfoque al escritor. En unas memorias publicadas sobre Leonor de Acevedo se puede leer esto: "Mi marido —afirma— fue quien realmente educó a Georgie; le franqueó el acceso a su la biblioteca, le dijo que leyera lo que le interesaba y que si un libro lo aburría lo dejara. Su inteligencia, su manera de escribir… todo eso Georgie lo ha heredado de su padre". 

Lo que sí parece muy próximo a la verdad es la inteligencia temprana y el interés apabullante por el saber que demuestra el pequeño Georgie. Comienza a leer pronto y profundo. Y combina esa actividad con otra que también tenía que ver con el estímulo de la imaginación: "Ya he dicho que pasé gran parte de mi infancia sin salir de mi casa. Al no tener amigos, mi hermana y yo inventamos dos compañeros imaginarios. Cuando finalmente nos aburrieron, le dijimos a nuestra madre que se habían muerto".

En su autobiografía habla del trauma de su debilidad y miopía. De no responder al perfil de futuro hombre aguerrido que parecía imperar en su familia. Atribuye su dedicación intelectual a esa "incapacidad" genética. Parece ser que le llevó bastante tiempo superar el complejo: "Alrededor de los treinta años logré superar esa sensación".

A los seis años comenzó a escribir y, como el resto de aspirantes a entrar en la literatura, lo hizo por imitación: Mi primer cuento fue una historia bastante absurda a la manera de Cervantes, un relato anacrónico llamado La visera fatal. Hasta los nueve años no ingresó en la escuela y sus recuerdos se centran en las burlas de sus compañeros. Poco después se fueron a Europa y aquello acabó. Vivieron en Ginebra, con su abuela materna y —dicho por él— a los 15 años se convirtió en "un buen latinista". Y también: "Por mi cuenta, fuera del colegio empecé a estudiar alemán". Y además: "Mientras vivíamos en Suiza empecé a leer a Schopenhauer". Al finalizar el bachillerato, ya era algo evidente que Georgie iba a dedicarse a escribir. Parece que todo el mundo en aquella casa lo tenía claro desde que había cumplido los 8 años. Durante una breve etapa en España, escribió un cuento que no logró publicar y su primer poema, que sí encontró espacio en una revista. Su carrera fulgurante ya había arrancado. Editaría después dos libros, uno de ensayo y otro de poesía, de los que más tarde renegaría. Entonces regresan a Buenos Aires. Y allí ya no parará. De la vanguardia literaria al localismo; ensayos, cuentos y obra poética. En una década se convirtió en la joven promesa de las letras argentinas. Fundó revistas, colaboró en otras, adquirió renombre, pero también pulso literario. Unió su recorrido al de Bioy Casares, con quien publicó varias obras, y a la revista Sur de Victoria Ocampo. "El verdadero comienzo de mi carrera de cuentista se produjo con la serie de ejercicios titulada Historia universal de la infamia, que publiqué en las columnas de “Crítica".

Tras un trabajo de auxiliar en una biblioteca municipal donde pasaba la mayoría de las horas escribiendo y leyendo, vinieron los años de los libros que traspasarían fronteras: "Ficciones y El Aleph son, según creo, mis libros más importantes". A los 47 años comenzó a dar clase y a impartir conferencias, y poco después, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional. Mientras tanto, la ceguera ya se había apoderado de él. Siguió escribiendo con la ayuda inestimable y próxima, muy próxima, de su madre. A los 68 años se casó con Elsa Astete y su matrimonio duró apenas tres años. A los 86 se casó con María Kodama, primero alumna, después secretaria y, finalmente, esposa de un hombre de infinita cultura, premiado en todo el mundo. Muy poco después se murió dejando tras de sí libros intensos, eruditos y nuevos. Y los demás empezaron a decir muchas cosas. Palabras que vienen y van, que traen y llevan.

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