De la vida, ¿qué supura?

Obra de Angelica Liddell. EFE
En este año que casi acaba pueden ustedes adentrarse en la propuesta de obra y de vida de la dramaturga, directora teatral y poeta Angelica Liddell con su último libro 'Cuentos atados a la pata de un lobo'

Dice: "En la escena el texto va a morir". Dice: "Para mí sólo existen dos opciones: la escritura o la horca, la escritura o el crimen". Dice: "Para mí trabajar no es producir, trabajar es consagrarse, es hacer del suicidio una fiesta". Y la que lo dice es Angélica Liddell, González, en realidad, antes de autodenominarse de otro sitio, de otro mundo. Recogió el apellido de Alice Liddell, la niña en la que se inspiró Lewis Carroll para su 'Alicia en el país de las maravillas'. A partir de ahí, o siempre, fue otra o quiso ser otra o fue ella más que nunca. 

Nace en Figueras en 1966 y es hija única. Su padre era militar y, al pensarlo, quizá podamos construir una imagen de disciplina rancia y una religiosidad probablemente perversa en un hogar itinerante, porque los años de su infancia fueron pasando por distintas casas que se correspondían con los cuarteles de destino del progenitor. 
Hubo, como revelaría en su obra 'Kuxmmannsanta', la tercera de la trilogía dedicada a sus padres, malos tratos por parte materna. Es decir, hubo violencia y soledad y tormentos y delirios. Quiso estudiar música, pero luego no. Por la decepción del sistema. Y de la gente en el sistema. Estudió, finalmente, psicología y arte dramático, pero se desentendió de ese funcionamiento institucional que normalmente coarta más que libera.

Comenzó a escribir pronto, ya con esa decepción en la mirada y, suponemos, en los huesos, que es, para algunos seres, como una especie de abono creativo. Siembra y recogerás. 'Greta quiere suicidarse'  es el título de su primera obra y ya con ella obtuvo su primer reconocimiento.

Angélica Liddell es poeta, dramaturga, directora teatral, amenaza y controversia, admiración y repudio. Todo en uno, en el mismo lugar, a la misma hora. Su carrera —o su batalla— como autora se libra al doblar las esquinas, en los cuartos oscuros, en los desagües del ser y sus circunstancias. Y las rabias y los desprecios y la configuración de una concepción del arte como vida o dentro de la vida o algo que, ciertamente, el resto no sabe bien porque no acaba de entender bien. En las pocas entrevistas que concede —de hecho, no concedió ninguna durante seis años —, nombra a Kierkegaard, a Schopenhauer, a Faulkner, a los poetas malditos. Aparece constantemente la pulsión del exceso. "Por otro lado, yo solo sé desenvolverme en el exceso. Es una de esas cuestiones que no sabría contestar, simplemente me desenvuelvo bien en ese mundo de extremos. Esos mismos excesos no causan escándalo en el mundo, sin embargo, cuando los trasladas al teatro causan un escándalo pavoroso, pero yo no pretendo escandalizar, el escándalo está en la realidad. El escándalo es que haya niños con un fusil en los brazos. Sí que es verdad que utilizo la ética y la estética de la provocación, la provocación tiene que ver sobre todo con una actitud política. Pero utilizo la provocación desde el punto de vista clásico; me gusta pensar en el clasicismo de la provocación".

El clasicismo de la provocación

En los primeros años de la década de los 90 del siglo pasado escribió 'La condesa y la importancia de las matemáticas', 'El jardín de las mandrágoras', 'La cuarta rosa' y 'Leda'. El estreno de esta última, en 1993, coincide con la fundación de una compañía propia: Atra Bilis. La crea con Gumersindo Puche, actor y productor de sus obras, cuyo nombre hace referencia a la bilis negra, uno de los cuatro humores que el griego Hipócrates había establecido para analizar los temperamentos. La bilis negra, como ya imaginarán, no era, precisamente, la más luminosa. Se va construyendo, pues, su marca o su sello o su huella dactilar. 
Y su universo semántico: suicidio, sacrificio, violencia, sexualidad, dolor, enfermedad, cuerpo y deseo, vida y obra.
Con Atra Bilis se configura su modo de trabajo y su hábitat, por así decir. Se hace cargo del montaje, de la dirección y de la interpretación. Y es, a partir de ahí, que su teatro comienza a ser visto en lugares que, por supuesto, también serán foco de sus críticas. Mientras en España se diluye, fuera es reclamada. A finales de los 90 e inicios del siglo XXI, estrena en festivales internacionales, gira por Europa y América Latina. Se mueve entre lo alternativo, lo experimental y lo oficial. Extiende, de alguna forma, su construcción dramática y existencial a través de publicaciones de diversa índole: textos teatrales, relatos, piezas poéticas y ensayos. Ella ha dicho de ella que es una artista "de la herida". Con la herida o a través de la herida busca expresar lo humano. Esa búsqueda es el corazón de su obra: "Tiene que ver con la verdad, con el conocimiento y con la revelación. ¿Cuál es la parte humana sobre la que quiero revelar algo?". Y en ese recorrido, que es un viaje hacia dentro y desde dentro, parece que la felicidad no tiene cabida: "Ese esfuerzo humano implica siempre un dolor y un desgarro, porque al fin y al cabo lo que uno intenta contar es el conflicto del hombre consigo mismo, empezando por el nacimiento y la muerte". 

Este posicionamiento de Liddell, permanentemente situada en una radicalidad explícita, no ha dejado de crear polémica desde sus primeras obras. Una percepción así de lo humano abre unas cosas y cierra otras, va a generar siempre polémica caracterizada por la polarización. O todo o nada o a favor o en contra. Dice: "Cuando fui a ver este verano ‘La trilogía de la vida’ de Pasolini éramos 10 personas en el cine y 500 imbéciles en la terraza de enfrente con un gintonic en la mano y la vacuidad en el rostro...". Dice: "Los españoles vuelven al tardofranquismo una y otra vez. Lo que ellos llaman cultura es la incultura". Dice: "Si no escribiera, me suicidaría".

En Europa se convierte en la figura imprescindible del teatro contemporáneo. Las dos primeras décadas de los 2000 están plagadas de premios: Premio Casa de América-Festival de escena contemporánea, en 2003; Premio El Ojo Crítico Especial, en 2005, a toda su trayectoria; Premio Villa de Madrid: Lope de Vega de Teatro, en 2007; Premio Valle-Inclán de Teatro, en 2008; Premio Nacional de Literatura Dramática en 2012 por 'La casa de la fuerza'; León de plata de la Bienal de Teatro de Venecia, en 2013; Premio Leteo, en 2016; Chevalier de l’ordre des Arts et des Lettres, en 2017. 

 En el año 2024 abre el Festival de Aviñón, la cita teatral más importante del panorama europeo, con la obra 'Dämon, el funeral de Bergman', en la que, de nuevo, el impacto, la provocación y el desafío, estructuran la propuesta. Pero allí, en Aviñón, esa vez, ocurrió algo. En un momento determinado, en un pasaje titulado 'Humillaciones', Angelica Liddell decide jugar con la venganza. Dando la espalda al público comienza a leer extractos de críticas negativas publicadas en la prensa francesa al tiempo que se proyectan el nombre y el medio. Y ella refuerza la, ya de por sí impresionante escena, con una pregunta que, suponemos, habrá estallado en los oídos de los interpelados. Pregunta: "¿Dónde estás?" Y, seguidamente dice el nombre. Hubo personas que no se quedaron contentas. Tras esa pulsión rabiosa, Liddell recibió una demanda por injurias por parte de un periodista especialmente ofendido. 

El caso es que, en 2025, después de una relación con España no precisamente cordial, después de haberse negado a estrenar sus obras durante bastantes años en su país de origen y, en fin, de haber dicho lo que tenía que decir, es galardonada con el Premio Nacional de Teatro. Dice: "La felicidad es un fallo". Y el pasado noviembre convocó al público a las cinco de la mañana para ver su última obra titulada 'Seppuku. El funeral de Mishima', en el Teatre de Salt de Girona, en el marco del Festival Temporada Alta. Resultado: Algún desmayo y, de nuevo, enorme impacto. La muerte ocupando el centro, dolor e incomprensión orbitando, extremos chocando. Todo contado con detalle, todo desmenuzado, despedazado. De la vida, ¿qué supura? Universo Liddell.