Las reglas del juego electoral
La realidad demuestra que nuestros políticos no están preparados para cambiar el sistema hacia uno más proporcional
VUELVE AL primer plano de la actualidad un asunto recurrente y cíclico como es la reforma de nuestro sistema electoral. La última vez que se puso sobre la mesa en serio fue en 2014, cuando a las puertas de las municipales Mariano Rajoy y Alberto Núñez Feijóo defendían que en 2015 se caminase hacia una elección directa de alcaldes o alguna fórmula que permitiese gobernar a las listas más votadas, lo que favorecería claro está al Partido Popular. Ahora, Podemos y Ciudadanos proponen otra reforma de las reglas del juego electoral, aunque en este caso en el sentido contrario, hacia una mayor proporcionalidad que les beneficie a ellos frente al bipartidismo.
Sobre los sistemas electorales se pueden escribir ya no tesis, sino enciclopedias enteras. Los hay para todos los gustos —hasta en Corea del Norte van a las urnas cada cinco años por raro que parezca— y lo único que tienen en común a lo largo del planeta es que ninguno es perfecto ni contenta a todo el mundo. De todas formas, para simplificar y hacer más digerible este enredo, los podemos agrupar en dos grandes familias: los sistemas proporcionales y los mayoritarios. La virtud del primero, que es el de España y el más común en Europa, es que traslada con mayor fidelidad el resultado de las urnas a la composición de los parlamentos y garantiza una mayor representación de todas las fuerzas. Y la ventaja del segundo es que refuerza las mayorías absolutas, con lo que garantiza la estabilidad y la gobernabilidad, aunque lo hace a costa de distorsionar y desvirtuar más los resultados electorales. El mejor —y más extremo— ejemplo de este modelo mayoritario es el de Estados Unidos, donde el que gana en un Estado se lleva todos los votos de él, dejando a los votantes perdedores sin ningún tipo de representación.
Aquí, el PP y el PSOE empiezan a estar más por este segundo porque, aunque siempre fueron fuerzas dominantes, ahora que el bipartidismo flojea un sistema mayoritario les regalaría ese plus que no consiguen en las urnas para gobernar. Y Podemos, Ciudadanos y otros partidos pequeños quieren ahondar, por contra, en una mayor proporcionalidad que les permitiría sumar escaños que ahora entienden —y con razón— que les birla el sistema electoral español.
→ LAS PARTES DEL SISTEMA ELECTORAL
El electoral es un sistema complejísimo formado por muchos elementos: las circunscripciones electorales —en España predomina la provincial—, el mecanismo de conversión de votos en escaños —aquí ley D’Hondt—, los tipos de listas —cerradas—, la cláusula de barrera o porcentaje mínimo de votos para obtener representación —está en el 3% para las generales y el 5% para municipales y autonómicas gallegas—, las vueltas —aquí las elecciones se celebran a una única—, el sistema de voto exterior —rogado—, etcétera. Y la ley electoral va incluso más allá regulando aspectos como las campañas, la edad mínima de voto, el reparto de papeletas y hasta los debates.
Por eso, cuando se habla de una modificación del sistema electoral, no tiene por qué significar un cambio radical de un sistema proporcional hacia uno mayoritario, sino que basta con hacer pequeños ajustes en alguno de esos elementos antes citados para que en España tengamos un modelo más o menos proporcional. Manuel Fraga lo hizo en 1991, cuando la Xunta decidió subir del 3% al 5% la cláusula de barrera para apuntalar sus mayorías. Ese es uno de los pocos ámbitos electorales en los que una autonomía tiene competencias, ya que para la mayoría de cambios de calado en el sistema se necesita ir a tocar la Constitución, que en este país son palabras mayores.
La propuesta de Podemos y Ciudadanos se centra en cambiar por ejemplo el reparto D’Hondt por el Sainte-Laguë que usan, entre otros, los alemanes y que consideran que no beneficia tanto al partido ganador, así como reajustes en los escaños mínimos asignados a cada provincia y que provocan que el voto de un soriano, un alavés o un lucense valga mucho más que el de un madrileño, valenciano o sevillano. Piden más cosas como rebajar la edad de voto a 16 años, pero el meollo de la cuestión está ahí, en esos reajustes puntuales que penalicen al bipartidismo y beneficien a los pequeños.
→ LA DIFICULTAD DE CAMBIAR LAS COSAS
En este contexto, en el que es lícito que los pequeños quieran cambiar las reglas de juego en su beneficio y los grandes mantenerlas o incluso reorientarlas a su favor, es en el que se acaba de reabrir el melón del debate del sistema electoral. Pero como ocurrió en 2014, yo creo que se cerrará más pronto que tarde por varias razones.
La primera es que con la que está cayendo en Cataluña, ese no es un asunto prioritario. La segunda es que Podemos y Ciudadanos necesitan sumar al PSOE o al PP a su causa para obtener la mayoría necesaria, algo impensable cuando al aplicar las normas que ellos proponen a los actuales resultados el bipartidismo se dejaría por el camino nada menos que 16 escaños, por lo que ni populares ni socialistas se pegarán un tiro en el pie. La tercera es que hay sectores de Cs que dudan de la conveniencia de resucitar electoralmente a Podemos cuando los morados llevan tiempo cavando su propia tumba política. Y la cuarta es que si el PP no tocó el sistema en 2014 con mayoría absoluta, ahora con menos razón.
Además, no hay que olvidar lo más importante: los actuales políticos no han demostrado hasta ahora la madurez suficiente como para gestionar un sistema electoral más proporcional, que se traduciría en arcos parlamentarios multicolor, con más partidos en el tablero; un escenario donde para lograr gobiernos estables se requiere mucha cultura del pacto, el diálogo y el acuerdo. Justo lo que ellos no saben hacer.
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