Vivir en el lodo
En política, igual que ocurre en el medio rural, existen organismos que encuentran en el lodazal su mejor ecosistema
ANDAN REVOLUCIONADOS en Madrid porque el Congreso está entrando en una peligrosa deriva en la que la bronca le gana terreno al debate. Una de las consecuencias de la fragmentación política vivida en la política española desde 2015 es precisamente ese nuevo clima dialéctico, que derivó en la expulsión del diputado de ERC, Gabriel Rufián, la primera de la Cámara baja desde 2006. Y por si fuera poco, se indaga si hubo o no un escupijato de un compañero de Rufián al ministro Borrell, lo que ya constituiría un gesto insólito en nuestra democracia reciente, que parece encaminada irremediablemente hacia esas imágenes importadas de los parlamentos asiáticos donde los diputados saltan como cabras por los escaños para repartir palos.
La política tiene tendencia a enfangarse ella sola, pero cuando el nivel del lodo entierra los tobillos o un país se pasa dos días revisando en Youtube si hubo escupitajo o si el diputado de ERC solo le bufó a Borrell, es lógico pensar que detrás existe algo más. Desde luego, en lo que coinciden todos los analistas es en que hay una cosa: intencionalidad. Lo comparto, pero no al 100%.
→ ¿Por qué ocurre esto?
La primera causa del espectáculo bochornoso que se está viendo en el Congreso es ajena a la intencionalidad: deriva del aterrizaje en la política española de gente muy mediocre. Al final, esta actividad se está convirtiendo, en muchos casos, en una salida laboral y un medio de vida para un montón de gente cuya preparación —¡no solo académica, ojo!— para el servicio público es dudosa.
Aclarado este punto, el resto de causas que hay detrás del lodazal parlamentario sí tienen todas una clara intencionalidad. En primer lugar, están los partidos que cobijan en sus filas a representantes de corrientes antisistema que, como es lógico, se limitan a torpedearlo. Y el Congreso les proporciona los focos y micros que necesitan para ello.
En segundo lugar, existe un contexto estatal complejo, donde el desafío catalán o el auge de determinados populismos de izquierda y derecha tratan de erosionar la arquitectura política tal y como la conocemos. Interesa transmitir el mensaje de que el Congreso y el Senado no sirven para nada —en el segundo caso no discrepo tanto—, que el Gobierno es inoperante y que en España es imposible llegar a ningún acuerdo porque no existe eso llamado diálogo.
En tercer lugar, el Congreso no es ajeno a la aritmética y un Ejecutivo socialista sostenido por una minoría tan débil deriva en que sea más fácil dedicarse a enredar que a legislar. O dicho de otro modo: en la Cámara baja entran más fuegos de artificio que proyectos de ley con el suficiente calado como para obligar a sus señorías a tomarse la cosa en serio.
Y por último, está la clave electoral, que es la que lo salpica todo en España. En esta es en la que hay que enmarcar quizás la actitud de Rufián, que no escogió a Borrell como objetivo por casualidad. En Cataluña hay una disputa por los votos del PSC, descompuesto desde que perdió ese equilibrio perfecto entre partido estatal y fuerza con sentimiento catalanista. Borrell representaba ese socialismo exitoso y Rufián le ataca a la línea de flotación para pescar en el caladero más nacionalista del PSC.
→ La experiencia de Galicia
De todas formas, en Madrid no están inventando nada. En Galicia, el Parlamento ya pasó por la experiencia cuando en 2012 irrumpió Age, comandado por Xosé Manuel Beiras. Llegó a la Cámara una nueva forma de vestir, de debatir, de interpretar las reglas de juego, de buscar titulares... Para el Parlamento gallego fue un shock. Tanto, que en esa época hubo que establecer un reglamento para los invitados de la tribuna, que en ocasiones participaban activamente en el debate, aunque fuera a gritos.
También había intencionalidad en aquello. Age solo quería polarizar el debate con el PPdeG para eclipsar a PSdeG y BNG y eregirse así en portavoz de la oposición. Y a la vez demostrar a una calle agitada por la crisis que ellos eran lo mismo, pero en las instituciones. Lo logró. Pero aquello duró lo que duró. Los espectáculos de Beiras empezaron a cansar y las expulsiones ya no eran noticia. Seguramente es la misma suerte que correrán Rufián y otros rostros del ‘star system’ en el que se ha convertido la política.
El problema es que, mientras eso no ocurra, el legislativo vive paralizado. Y eso lo paga siempre el mismo: el ciudadano.
De Bautista Álvarez a Calviño, el historial de expulsados de O Hórreo
EL 12 DE FEBRERO de 2013 el diputado de la extinta Age David Fernández Calviño fue expulsado del hemiciclo por Miguel Santalices, entonces vicepresidente de la Cámara, que lo apercibió tres veces en menos de dos minutos por sus comentarios sobre el PP y la corrupción. Aquello sí fue un impacto en la política gallega, donde no se expulsaba a nadie desde que en 2003 García Leira echó al socialista Miguel Cortizo. Y antes de eso ya hay que remontarse ya a 1981, con Bautista Álvarez, Lois Diéguez y Claudio Garrido como protagonistas. La diferencia es que Rufián anduvo esta semana presumiendo de su gesta por los pasillos del Congreso, mientras Calviño paseaba su arrepentimiento por O Hórreo.