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Espejos cinematográficos

Manuela Partearroyo nos presenta en Luces de varietés un lúcido ensayo que aproxima las cinematografías española e italianas en base al pegamento que le ofrece el carácter grotesco de la vida inscrito en el teatro de Valle-Inclán y que llegó hasta la mismísima Roma.

RESERVAMOS nuestras dudas para aquello que nos es semejante». La frase de Valle-Inclán encabeza el texto que firma Manuela Partearroyo y que toma para su título el del debut cinematográfico de uno de los mayores genios del siglo XX: Federico Fellini. Luces de varietés, editado por La Uña Rota es, a la vez, el espejo de ese cine felliniano deformado en su visión de la realidad, como luego harían otros seguidores de su trabajo, y al igual que otro inmenso cráneo privilegiado, como el de Luis García Berlanga, quien se encargó de seguir tensionando historias e imágenes para reflejar a una sociedad como la española durante varias décadas que recorrieron el franquismo o la transición hasta su muerte, de la que justamente estos días se celebran diez años.

Con esos dos epígonos situados a orillas del Mediterráneo un gallego se cuela entre ellos. Don Ramón María del Valle-Inclán, quien ocupó la dirección de la Academia de Bellas Artes en Roma por encargo de la República española entre 1933 y 1935. Hasta allí llegaron, además de sus garbosos andares, un teatro afianzado en el esperpento como visionaria manera de entender las conductas del ser humano en la sociedad. «Vengan ustedes a Roma. Yo no he visto ni comprendo nada igual», dijo el de Vilanova de Arousa ante la magnificencia romana.

El esperpento se adentraba en Italia de esta manera en el vitriolo de unos comportamientos sociales muy similares a los que se tenían en España

Desconocido hasta el momento, más allá de los contactos mantenidos por Valle-Inclán con miembros de la cultura italiana durante su presidencia del Ateneo de Madrid, un hecho clave cambiará su percepción en aquellas tierras. El estreno de Los cuernos de don Friolera, tras su elección por parte de uno de los grandes activos teatrales del mundo, como era Anton Giulio Bragaglia, una figura semejante a la española de Cipriano Rivas Chérif. Impulsor del teatro de vanguardia y modernizador del teatro italiano, representa ese texto en varias ocasiones integrándolo durante años en el ecosistema de las tablas de ese país.

El esperpento se adentraba de esta manera en el vitriolo de unos comportamientos sociales muy similares a los que se tenían en España. Una aproximación que rápidamente sembró en la escena italiana, e hizo de Valle-Inclán una referencia teatral que venía, además, refrendada por Bragaglia. En 1947 la Compañía de Teatro Universitario de Roma, que contaba con Giuletta Massina y Marcelo Mastroianni, las dos grandes figuras actorales del cine de Fellini, representa Divinas Palabras, que Manuela Partearroyo vincula con títulos como El milagro ,uno de los capítulos de El amor de Rosellini, en el que incluso se llegó a acusar de plagio por su argumento similar al de la novela de Valle-Inclán, Flor de Santidad o la propia La strada de Federico Fellini. 

Así es como comenzó a cocerse a fuego lento esa visión grotesca de la realidad en el universo del cine y cómo la comedia se erigió como la gran manera de observar lo que sucedía en ambas cinematografías. Luis García Berlanga afirmaba que "cuando en tiempos venideros se quiera escribir la Historia del siglo XX... habrá que contemplar las comedias para conocer nuestro más ajustado retrato".

Aquella huella valleinclanesca fue poco a poco modificando las contundencias del neorrealismo y vinculó el cine a un universo más próximo a la tradición goyesca, al mundo popular, a la crítica y a la risa. Es decir, se levantaban esos grandes espejos deformantes en los que nos observarnos a nosotros mismos en nuestra dimensión grotesca y exagerada de la realidad. El público, al tiempo que llenaba el cine de carcajadas, veía como en sus ojos esa comunión de luces y sombras le acercaba a una manera de observar la sociedad y de entender cómo su tiempo se iba configurando. Todos esos retablos vitales desembocan en títulos ya inolvidables como Milagro en Milán, El jeque blanco, Rufufú, La dolce Vita, Calabuch, Plácido, ¡Bienvenido Mr. Marshall o Los jueves, milagro.

 Dos orillas cinematográficas que rastrean escenarios sociales y que utilizan una manera de mirar muy semejante, aquella en la que tuvo mucho que ver nuestro paisano Valle-Inclán, capaz de voltear todo un itinerario creativo, de establecer un nuevo sendero por el que trazar los caminos de la modernidad que tanto sirvieron para conocernos.

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