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Mirando a Feijóo

LOS VAIVENES de Pablo Casado bien pueden ser síntoma de que el hombre es emocionalmente poco estable. Bipolar, vaya. Después de girar hacia la derecha más derecha para evitar una fuga de votantes a Vox, incluso ofreciendo ministerios a Abascal, y tras comprobar que esa estrategia parecía diseñada por un chimpancé heroinómano, decidió de la noche a la mañana ser de centro, que es otra tontería.

Sus votantes moderados ya han optado por otros partidos y los más acérrimos, los cuatro que le votaron en abril, pueden ahora retirar su apoyo porque no votaron al PP para ser centristas, sino porque no lo son. Casado pretende demostrar ahora que la gente es tonta de capirote y se va a mover pegando bandazos de un lado al otro del espectro político al dictado de un caprichoso que no sabe a dónde va. Ah, ojalá la vida fuera así de fácil: "Ahora eres de derechas y ahora ya no porque te lo digo yo, que tengo un máster".

Rajoy no se metía en líos ideológicos, que son los que hundieron a Casado. Dejó caer a Gallardón por el tema del aborto y nunca entraba en asuntos como la violencia de género o los bebés decapitados. Si hasta lo del 155 se lo quitó de encima en cuanto pudo. Casado prometió un 155 inmediato y duradero, estuvo dando la tabarra con lo de Otegi y los independentistas, que por lo que se ve a la gente le importa un pito y mandó a los platós a portavoces medievales.

En Galiza el PP no emprendió el alocado viaje a los territorios de Vox

Ahora vive el PP una calma espesa que se corta a cuchillo. La cosa duele especialmente en Galiza, donde las críticas a Casado se recrudecen en público y en privado. Muchos dirigentes lo ahorcarían si pudiesen. Aquí siempre han gustado mucho más los PP de Fraga, de Feijóo y de Rajoy, por este orden, que el de Aznar y Casado. Dijo el otro día Ana Pastor en un mitin: "No se equivocan los votantes, se equivocan los partidos". Más claro imposible. También me encontré con Pedro Puy, la mente más brillante del PP en todo el universo y le recordé una frase suya de hace mil años: "Lo que se vota está bien votado". Una y el otro, supongo, vienen a decir lo mismo: que la culpa nunca es de quienes votan, sino de aquellos que pierden votos.

Aquí nació el PP, aquí creció y aquí mantuvo hasta el otro día una racha de victorias que convirtieron al PPdeG en el orgulloso granero de votos del PP español. No entienden ahora que tengan que sufrir precisamente ellos los desvaríos de Casado. En Galiza el PP nunca quiso emprender aquel alocado viaje a los territorios de Vox, llenos de torería, machismo y españolismo.

Tampoco gustó nada el pacto andaluz, aunque todo eso se dijo en voz baja porque no era el momento. Ahora, por lamerse las heridas y porque algunos han perdido la paciencia, no pueden dejar de decir lo que piensan: que si no se da un volantazo de verdad en Madrid, Pablo Casado puede acabar hundiendo a todo el PPdeG. Temen primero una posible pérdida de poder municipal y provincial; y en segundo lugar no olvidan que hay autonómicas en 2020. Muchos han trabajado como mulas para recuperar posiciones y ahora ven cómo Casado echa por tierra cuatro años de trabajo y destroza una imagen que, real o no, siempre ha pretendido ser moderada y libre de imposiciones externas.

Desde que Fraga diseñó aquella campaña de Albor con el lema "Galego coma ti", además, el PP ha pasado para mucha gente por un partido galeguista. Por eso tampoco han sentado bien las críticas al bilingüismo, las provocaciones a los nacionalistas de todo el Estado o las manías con los presos políticos y los exiliados. La mayoría de las gallegas y de los gallegos no tienen la menor duda de que éste es un país con una identidad propia y diferenciada y a nadie le gusta que le nieguen eso. Luego unos serán independentistas, no muchos, y otros no, pero el gallego es un pueblo orgulloso de su idioma, de su tierra, de su pasado y de su cultura, y casi nada de todo eso lo comparte con España. Fraga lo comprendió a la primera y en cuanto presentó su candidatura de repente metió al gallego en la enseñanza, empezó a hablarlo él mismo y se puso a hacer queimadas como un poseso. Y ésa ha sido también la línea de Feijóo, la del galeguismo light.

Que el pueblo gallego no sea amigo de sobresaltos no significa que sea tonto ni que no sepa librar una batalla. Eso lo saben los dirigentes locales y si Casado viene a imponer ideas que aquí nunca ha defendido su propio partido, desespera a quienes llevan toda la vida vendiendo gestión, estabilidad y liderazgos que siempre han mostrado cierto respeto por este país.

Todas las miradas se dirigen a Feijóo, pero las más insistentes le llegan desde Galiza. Todos se preguntan qué hará tras las municipales para salvar al PP, pero aquí lo único que preocupa a estas alturas es qué hará para salvar de Casado al PP gallego.

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