Opinión

Cinco nombres para vivir

El 23 de diciembre de 2022, ante un público entregado compuesto por más de 15.000 personas y un sinfín de autoridades, el cantautor Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943) dio su último concierto para oficializar su retirada. Meses atrás había salido a la luz un acceso de demencia y pérdida de memoria que habría de impedir así al artista seguir con una carrera de seis décadas.
Joan Manuel Serrat. AEP
photo_camera Joan Manuel Serrat. AEP

Si la enfermedad avanza y los recuerdos del cantautor Joan Manuel Serrat se deterioran de modo inexorable, será más y más difícil cada día hacerle saber la relevancia de su carrera, el calado de una música y una trayectoria que han reflejado de manera indivisible la transformación de España. Acercarse a Serrat es como dar un salto entre cada una de las cuerdas de su guitarra, con sus pequeños abismos y disonancias. De una vida que quizá tuvo falta de armonía se ha destilado parte de los versos más trascendentales de la música española contemporánea. Si a Serrat le han de recordar quién fue, espero que este texto sirva de guía a través de los cinco nombres que necesitó para vivir libre.

Los seres queridos de Serrat nunca lo han llamado así, él siempre fue Juanito y todavía algunos lo interpelan de este modo. Ese mote cariñoso nació en la casa familiar en la que se crió el cantante, en el n.º 95 de la calle de Poeta Cabanyes. La placa que allí figura hoy en día para conmemorar a su ilustre vecino no recoge este nombre que se gritaba en las callejuelas y desde las ventanas para decirle a aquel niño nada travieso que era hora de cenar, de volver a casa.

Juanito ha relatado ya convertido en Serrat lo que supuso la infancia dura y peculiar que lo convirtió en él, que lo empujó a las ideas que insuflaron sus composiciones. Quizás el mayor ejemplo es Mi niñez. En esta canción y en declaraciones posteriores, el artista catalán admite que lo inhóspito del entorno nunca llegó a entrar en casa porque su madre vestía con ternura cada estancia de la pequeña vivienda. Estimó las dimensiones del hogar en no más de 50 metros cuadrados y en las temporadas más intempestivas, allí vivían hasta 15 personas. Sumidos en una miseria posible de sobrellevar, Serrat ha recordado en ocasiones que Juanito reía mucho en la infancia porque era la única opción posible.

El cantautor ha definido su niñez como el tiempo de la luz, el verano y la fruta. Esto contrasta intensamente con la realidad de su familia. Juanito era el segundo hijo de cuatro, aunque las dos más pequeñas eran en realidad sus primas y sobrinas de su madre. La Guerra Civil fue fulminante y determinante en la vida de todos ellos.

Ángeles, la madre de Serrat, nació en Belchite, un pueblo blanco de Zaragoza, y abandonó el lugar a pie junto a un gran grupo de niños. Contaba con 20 años y huía de los bombardeos de la Guerra Civil. En las fosas y caminos que se hicieron en el pueblo se enterraron 32 familiares de Ángeles y en el porvenir de la mujer estaba la necesidad junto a su marido, Josep, un lampista barcelonés que había pasado por un campo de concentración franquista por afiliado anarquista de la CNT. Así fue como Juanito se crió siempre con la frase de su madre: “Yo soy de donde comen mis hijos”.

De aquella calle oscura y estrecha del barrio del Poble Sec, de aquella complicada existencia, Serrat sacó material para hablar de una forma de vida concreta y común, de un día a día que permanecía silenciado. Solo la almohada del joven Juanito sabía de su gran voluntad por convertirse en cura para mejorar sus condiciones vitales. El padre del niño trabajaba en la Catalana de Gas por 53 pesetas de sueldo base, mientras que la madre remendaba y cosía para conseguir más dinero. Pese a todo, la educación era un pilar clave para el porvenir de los niños.

El barrio le dio a Serrat material para una vida. Canciones como La Carmeta, La tieta y El drapaire hablan de una cotidianeidad que se conoce solo desde lo testimonial. En ese laberinto de aventuras y descubrimientos, a Joan Manuel comienzan a llamarlo El Tordo. Sus amigos del barrio se fascinan con la capacidad del niño para comer aceitunas. Este nombre quedará atrapado en las anécdotas que con el cantautor se disolverán. La infancia, en cierto modo, terminó para El Tordo cuando a los 12 años se matriculó como alumno en la Universidad Laboral Francisco Franco, en Tarragona, para cursar el bachillerato superior con especialidad en Industrial Minera. Así se convirtió en tornero fresador.

Gracias a estos estudios, pudo iniciar la formación para convertirse en perito industrial, aunque la titulación definitiva la consiguió en 1965 como perito agrícola. Ya no quedaba rastro de Juanito ni del Tordo, en aquel entonces Joan Manuel comenzaba a conocerse como el Noi de Poble Sec. Su afición a la guitarra se consolidaba en paralelo a todo lo demás. La música había entrado en su vida, según él mismo ha declarado, para conquistar a las chicas que le gustaban, porque no se veía ni guapo ni alto.

Joan Manuel era entonces un gran fan del programa Radioscope, un espacio único en las ondas porque recogía y difundía la cultura catalana. Después de dudarlo, contactó con la radio y solicitó acudir no como público, sino como artista invitado. En aquellos años era frecuente que alguien anónimo pudiese gozar de este privilegio. Así fue como en 1965, Serrat como el Noi de Poble Sec debutó musicalmente cantando Una guitarra, compuesta al completo por él. El público, al terminar, se arrancó en una ovación que el presentador Salvador Escamilla no pudo olvidar. Gracias al resultado, Escamilla pasó a contar con Serrat con más frecuencia y a popularizarlo. El vínculo entre ambos fue fundamental en la carrera del Noi de Poble Sec.

Presentador y cantante colaboraron tres noches a la semana durante dos años, por lo que el contrato discográfico no tardó en llegar. Edigsa contactó a Serrat para grabar su primer álbum y trabajar por la música en catalán. Así, el cantautor pasó a formar parte de Els Setze Jutges, colectivo musical que daría lugar a la Nova Cançó. Tras un par de EPs con canciones que han formado parte de su repertorio a lo largo de las décadas, como Ara que tinc vint anys, Serrat se estrenó en el Palau de la Música en 1967, el mismo año que  Cançó de matinada se convirtió en la primera canción en catalán que llegaba al número uno de las listas de éxitos en España.

Escamilla había bautizado a Joan Manuel como El Nano y, pese a su filiación indudable con la lengua catalana, cuando en 1968 comenzaron a publicarse canciones en castellano y a colaborar con diferentes medios españoles, su compromiso se puso en duda. Aquel año, sin embargo, fue el inicio de un ciclo de gloria y sufrimiento que marcaron al cantautor de por vida.

La comisión española encargada de buscar candidato para ganar el Festival de Eurovisión se había fijado en aquel joven del Poble Sec. Su éxito radiofónico era indudable y El Nano incluso gozaba del favor del público latinoamericano, que pronunciaba sin saberlo palabras en catalán por primera vez. El Dúo Dinámico había compuesto La, la la para la ocasión y la comisión consultó a Serrat, que aceptó en un primer momento. La presión del colectivo Els Setze Jutges y los propios valores del cantautor llevaron a Serrat a exigir que el tema fuese cantado en catalán. La protesta no fue bien recibida y supuso un punto de inflexión. Todo el peso del poder remaría a su contra. Massiel ganó Eurovisión en su lugar y a Serrat dejaron de llamarlo de TVE, las radios boicotearon su exitoso homenaje musicado a Antonio Machado y sus actuaciones afrontaron restricciones burocráticas.

La entrada en los años 70 supuso la explosión del Nano en Latinoamérica, que se rendía ante su particular poesía, curiosamente en mucha consonancia con las tendencias de Argentina, Chile o Brasil. Allí tuvo a su primer hijo, Queco, con la modelo Mercedes Domènech. El meteórico ascenso de Serrat era inusual para una estrella de su tipo, a medio camino entre la protesta y el arte con lo popular. Al regresar, el cantautor se encerró en Barcelona para protestar contra el proceso de Burgos. Durante aquellos días y en los meses previos de hoteles y viajes tomaron forma sus dos siguientes grandes éxitos.

En 1971, Serrat publicó Mediterráneo, probablemente su disco más importante y que contiene un himno homónimo que ha atravesado las décadas, siendo considerada en ocasiones como la mejor canción española de la historia. La proximidad del cantautor a Mario Benedetti, Federico García Lorca y Pablo Neruda queda patente no solo por su influencia directa, sino por la introducción de un nuevo hacer en la música nacional que cambiaría para siempre la industria. Serrat había popularizado antes la sentimentalidad cotidiana en los temas musicales y ahora la poesía tomaba el centro de la cuestión.

Durante los siguientes años, su popularidad va a más y TVE levanta el veto al cantautor. En 1975, en un concierto en México, Serrat pidió el fin de la violencia oficial tras el fusilamiento de cinco detenidos. Aquello supuso la publicación de una orden de captura por la dictadura franquista y el exilio automático del catalán en Latinoamérica. Sobrevivió dignamente gracias a la ayuda de Camilo Sesto, que le enviaba dinero desde España.

En aquel año, los discos de Serrat fueron quemados en la calle y las radios hacían inaudibles las canciones del catalán. Su itinerancia entre México, París y Nueva York lo aísla y convierte en un hombre diferente. De hecho, ni Serrat, ni El Nano, ni Juanito, ni El Tordo ni el Noi de Poble Sec se recuperaron de aquel desgarro.

Con la llegada de la democracia, el cantautor catalán encontró el amor perenne con su esposa Candela Tiffon y en las hijas de ambos. Su relevancia como voz de la conciencia se acompasó a los grandes cambios sociales del momento y se pudo reintegrar en la sociedad con la amnistía de Adolfo Suárez.

La primera década del trabajo de Serrat sirve para compararlo en trascendencia con otras figuras internacionales similares, como Jacques Brel, con Edith Piaf, con Carlos Gardel, con Bob Dylan, puntos medios del arte transformador y el éxito absoluto. Todo el tiempo posterior lo afianzó como una leyenda viva de difícil comparación.

En aquel último concierto, Serrat, el gran nombre, cerró su carrera cantando Una guitarra, el primer tema que interpretó en directo. Terminó así un círculo invisible con una ovación incomparable. Allí dejó firme su final: “Proclamo mi despedida por voluntad propia”.

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