La vida era otra cosa
SUCEDIÓ MÁS o menos por azar, como en realidad suceden todas las cosas que se planean en la vida. Durante los dos últimos años mi hija se ha quedado varias veces a dormir en casa de sus abuelos. Han sido fines de semana que su madre y yo hemos aprovechado para disfrutar de algún tiempo a solas. Es decir, para asistir a alguna boda encantadora y tan soporífera como ineludible, para cumplir con eventos sociales demasiado lejanos en ciudades demasiado cercanas o para pasar el día en el Ikea de Oporto y comprar todo lo necesario para redecorar alguna habitación. Esta es, en resumidas cuentas, mi vida. Al menos en lo esencial. Todos los escenarios se han ido repitiendo en mayor o menor medida, pero desde que Julia nació, por alguna razón que ignoro, nunca habíamos pasado un fin de semana en casa los dos solos. Todo un sábado y todo un domingo. Ha habido planes completos sin la niña. Rutas diferentes. Actividades distintas. Pero siempre lejos. Nunca en casa. Ni una sola vez en dos años. Hasta ahora.
Comes porque te apetece, porque te entran ganas de pizza
Resulta desconcertante. Es curioso cómo a veces nos olvidamos del modo en que eran las cosas hace apenas un instante, en una época muy antigua pero inmediatamente anterior. Durante este fin de semana sin horarios, ni obligaciones ni responsabilidades, he podido recuperar un trocito de aquellos días. De aquella existencia indiferente que forma parte de otro tiempo y de otro lugar. Y he recordado que la vida era otra cosa. Que la vida antes de existir Julia era muy distinta. Y he confirmado, sin lugar a dudas y con una diferencia insalvable, que sin ella era muchísimo peor.
*Ilustración de MARUXA