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El círculo existencial de Kingsley Amis

Se cumplen cien años del nacimiento de uno de los escritores de referencia del siglo XX. Un señor muy inglés que probablemente no pensó que su vida iba a ser exactamente así.
Martin Amis e Kingsley Amis. AEP
photo_camera Martin Amis e Kingsley Amis. AEP

Y SUS CENIZAS son depositadas en el Crematorio Golders Green, de Londres.

El 23 de octubre de 1995, se difunde este breve comunicado: "El escritor británico Kingsley Amis falleció ayer en el hospital St. Pancras, de Londres, a los 73 años. El portavoz del hospital no comunicó las causas del fallecimiento". De una manera u otra, sin embargo, se acaban sabiendo: accidente doméstico ocasionado por una hemorragia cerebral. El accidente resulta ser una caída de la que, en principio, parecía recuperado.

 Poco tiempo antes, en una casa londinense que pertenece a la que había sido su primera mujer, Hilary Bardwell, y al marido de esta, Alastair Boyd, el Barón Kilmarnock, Kingsley Amis protagoniza otra caída y, para ese entonces, todo el mundo ya ha perdido la cuenta del número de veces que lo han encontrado así. En la siguiente dejarán de contar, pero eso aún no lo saben.

La razón por la que Kingsley se cae en una casa ajena no es otra que el resultado de un acuerdo al que han llegado Hilary y el hijo de ambos, Martin Amis: ella lo cuidará durante sus últimos años, dividirán el hogar, y se encontrarán en las estancias comunes donde charlarán civilizadamente sobre los tories, la reina, el estreno del Covent Garden, la literatura, todo muy inglés. Y una copa mediante. Alguien, intrigado con el asunto, le preguntará a ella, años más tarde, sobre el particular, y ella dirá que conocía sus debilidades y que, aun así, lo seguía adorando. No hay testimonios de lo que dijo su distinguido esposo Alastair en aquella ocasión. Entre un Barón y un Sir quizá no haya mucho que contarse.

‘Beber todos los días’ o ‘Cómo está tu copa’, dan cuenta de la preocupación genuina del escritor


En 1991 escribe en sus Memorias: "De vez en cuando me doy cuenta de que tengo la reputación de ser uno de los grandes bebedores, si no uno de los grandes borrachos, de nuestros tiempos". Cuando es nombrado caballero, en 1990, el declive de Sir Kingsley Amis es notorio. 

La década de los 80 se presenta convulsa, aunque no por ello menos productiva. Publica ensayos y novelas que se asemejan a venganzas y culpas, aderezadas todas ellas con aproximaciones al tema central de su quehacer cotidiano. Beber todos los días Cómo está tu copa, dan cuenta de la preocupación genuina del escritor, considerado, a estas alturas, uno de los más grandes de la literatura inglesa del siglo XX. No sin polémica. Cada vez hay más voces que denuncian su creciente misoginia, su deriva política —se convierte en un radical thatcherista—, su progresiva pérdida de aquel estilo irreverente e irónico que lo había consagrado.

 Pese a todo, en 1986 gana el Booker Prize con su obra Los viejos demonios, que narra la historia de un grupo de galeses que ve alterada su existencia por el regreso de Alun Weaver, un antiguo compañero que se va para alcanzar el éxito y vuelve para que los demás —inmóviles, inmutables, fracasados, bebedores— lo vean. Hay quien establece un inevitable o, cuando menos, tentador, paralelismo entre la trama de la novela y la relación entre Kingsley Amis y su hijo, el también escritor, Martin Amis que, en más de una ocasión, recibe comentarios punzantes sobre su propio éxito literario. El padre considera ilegibles las obras del hijo. Nunca puede acabar de leerlas y así lo manifiesta.

1984 es el año del despecho. Sale publicada la obra Stanley y las mujeres, escrita un año después de ser abandonado por su segunda mujer, la también escritora, Elizabeth Jane Howard, quien no pudo soportar más una relación en la que la contribución del marido consistía en escribir encerrado en su despacho, beber encerrado en su despacho y, una vez fuera de él, caerse inconsciente por otras dependencias. El matrimonio con Elisabeth se prolonga 18 años durante los cuales ella se refuerza como escritora y se va reivindicando a sí misma, mientras él se aferra a una escritura compulsiva y etílica, sin saber, claro está, que tanto una cosa como la otra, le van a acarrear más disgustos que alegrías en un futuro no demasiado lejano.

Elizabeth Howard le da a leer a Jane Austen y él, así lo cuenta, sufre una especie de revelación

Martin Amis cuenta que fue Howard la que le mostró el camino hacia la literatura. Entonces él era estudiante en Oxford y se dedicaba básicamente a beber y a drogarse, en el mismo ambiente distinguido en que su padre había tenido aventuras similares. Ella le da a leer a Jane Austen y él, así lo cuenta, sufre una especie de revelación. Son los años en que Kingsley renuncia a su trabajo como profesor y decide dedicarse por completo a escribir. Viven en Lemmons, al norte de Londres, en una casa espaciosa, cómoda, privilegiada. Ellos aún no lo saben, pero ese espacio será lo mismo que una grieta, poco a poco, irreparable.

Se divorcia de Hilary y se casa con Elizabeth en el año 1965. Hilary había descubierto la aventura de Kingsley con la novelista algún tiempo antes y decide poner punto final a su relación. Ella se va a vivir a Mallorca y él no. Se va a Londres.

Es profesor de inglés en el University College of Swansea durante trece años, después prueba en Cambridge, pero solamente se queda un curso. Comentará al respecto que no le gustaba ni el ambiente académico ni el social.

Probablemente, otra manera de decirlo sería que no encontró la suficiente camaradería para seguir siendo él mismo sin que pasara nada grave. Ciertamente, es un autor prolífico: En esa década de los años 60, publica de siete novelas, tres ensayos, dos libros de poesía, uno de relatos, y edita una antología de ciencia ficción.

Kingsley va a ser, en primera instancia, poeta, como Larkin

En 1956 rompe con el partido comunista de Gran Bretaña y, tras un breve paso por la socialdemocracia, comienza su viraje hacia la derecha. Dos años antes, en 1954, se producen dos circunstancias significativas: gana el premio Somerset Maugham con la famosa novela, ‘La suerte de Jim’, que inaugura un estilo narrativo fresco, desenfadado, provocador e irónico, conocido como realismo satírico, que supuso un cambio de rumbo en la literatura inglesa y el salto a la fama de Kingsley Amis. Le seguirían otros, los denominados Angry Young Men (Jóvenes Airados), un grupo heterogéneo de artistas unidos por el sentimiento común de desencanto y crítica a un sistema que hacía aguas por todas partes tras la II Guerra Mundial. Eran rebeldes. Estaban, entre ellos, Harold Pinter y Philip Larkin. Nace, en ese año feliz, su hija Sally, quien, desde la adolescencia, caerá en una espiral profunda de alcohol y drogas que definirá el resto de su tiempo en este mundo. No lo llegará a saber, pero morirá tan solo cinco años después que él. En el 2000. A los cuarenta y seis.

En 1949 nace Martin y en el año anterior, Philip. Se casa con Hilary Bardwell con quien vive más de una década, a quien engaña con múltiples amantes y quien, finalmente, cuidará de él en un extraño cierre de círculo existencial. Pero esto, tan jóvenes, todavía no se lo imaginan. En 1947 se gradúa en Oxford, tras un parón en sus estudios para servir a la patria. El mundo estaba en guerra y Kingsley se incorpora al Real Cuerpo de Señales, una facción del ejército británico a la que le tocará combatir en Normandía y Bélgica. Con una beca, consigue ser admitido en el St. John’s College de Oxford, y allí conoce a Philip Larkin, quien se convertirá en uno de sus mejores amigos. Comparten la ambición literaria y la visión de un mundo que empieza a abrirse ante ellos. Kingsley va a ser, en primera instancia, poeta, como Larkin. Se une, en ese tiempo, al Partido Comunista de Gran Bretaña sin sospechar, evidentemente, que pocos años después, renegará de él.

Lleva una adolescencia anodina, en Norbury, en la zona sur de Londres. Su padre, de nombre Willian Robert Amis, es empleado en la fábrica de mostaza Colman. De pequeño, Kingsley visita a sus abuelos, que viven en una mansión. A él le llaman Patter, a ella, por lo visto, nada. Es comerciante de vidrio y su riqueza proviene de ahí. Le gustan las bromas y le gusta el alcohol. No parece prestarle demasiada atención a su nieto. Este lo admira y, al mismo tiempo, no.

Nace en 1922 y, claro, nadie sabe aún, la vida ni la muerte que le esperan.

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