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Una fuerza literaria

Ida Vitale mantiene la fuerza de alguien que aún le quedan cosas por decir. De alguien que no ha terminado su búsqueda. Comenzó pronto, sintió un vacío. Después todo fue sucediendo en torno a la poesía.
Ida Vitale. EFE
photo_camera Ida Vitale. EFE

CIEN AÑOS, un mes, y algunos días. "Corta la vida o larga, todo/ lo que vivimos se reduce/ a un gris residuo en la memoria./De los antiguos viajes quedan/ las enigmáticas monedas/ que pretenden valores falsos./ De la memoria sólo sube/ un vago polvo y un perfume./ ¿Acaso sea la poesía?". Aunque, más tarde, pensaría que la poesía no era una opción de vida, ella misma calcula que a los diez años, un poema de Gabriela Mistral, leído por una profesora, la impulsó a una primera búsqueda. Aquel misterio que no entendía —y en ese no entender radica la fuerza de una vida— se convirtió en una indagación eterna. 

Nació un 2 de noviembre de 1923, en Montevideo. Provenía de familia italiana que, en su día, había emigrado a Uruguay. Creció en un ambiente culto, refinado y cosmopolita. Su acceso a la información y a la literatura fue sencillo: "Los libros que integraron una biblioteca mía forrada y presuntuosamente numerada, eran libros para niños, algunos pronto relegados. En virtud de un proyecto claramente pedagógico, me correspondía limpiar un pequeño librero abierto del escritorio los sábados por la mañana. Mucho de su contenido no estaba en español. Sobre la casa planeaba, no diré la sombra sino la luz de mi abuelo italiano, abogado y culto, que en su viaje desde el Palermo natal hasta el Uruguay había sido acompañado por Homero, en edición bilingüe grecolatina, junto con el espíritu garibaldino que un día yo sentiría presente en la familia, constituyéndose en un héroe casi doméstico".

A su casa llegaban periódicos, la biblioteca estaba a rebosar. Sus tías le mostraban los caminos del feminismo: "Mi tía era directora de una escuela, la otra tía era maestra. Todos los libros que tuve que me gustaban habían sido de ella. En mi familia todas las mujeres eran importantes, todas habían estudiado. Pero eso pasaba en mi familia, no vale para generalizar". Mientras, aprendía idiomas que le servirían después para adentrarse en el oficio de traductora. Le pusieron de nombre Ida, de apellido Vitale. Y hoy es uno de los referentes esenciales de la poesía. La luz de Uruguay y un poco del mundo. También es ensayista y crítica literaria. Tras un intento frustrado de estudiar derecho, llevaba por el espíritu práctico que reinaba en su familia, se encaminó hacia las Humanidades y fue en ese ambiente donde comenzó a sentir que ese era el lugar. Durante su adolescencia anhelaba México, fantaseaba con México. Por aquel entonces, era el ideal al que la mirada se dirigía. Por su efervescencia intelectual, su ebullición cultural. Era a través de las editoriales mexicanas que llegaban los ecos literarios a Montevideo. A través de aquel país, se movían las letras universales.

Entretanto, el escritor español y ferviente republicano, José Bergamín, amigo de Juan Ramón Jiménez, Valle-Inclán, Unamuno, los Machado y Lorca, se exiliaba a México, en 1939. Allí fundaría una revista y una editorial y estrenaría varias obras de teatro. Más tarde se trasladará a Venezuela y después a Uruguay, donde viviría casi diez años. En Montevideo, él profesor, ella alumna, sus vidas se encontrarían. Ida Vitale siempre lo reivindicó como su referente. También conoció a Juan Ramón Jiménez, que viajó a Montevideo para encontrarse en varias ocasiones con la llamada Generación del 45 o la Generación Crítica, integrada por Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Idea Vilariño, Ángel Rama y la propia Ida, aunque ella, poco amiga de etiquetas, continúa reivindicando la individualidad y pone distancia a cualquier intento de encasillamiento. "De Juan Ramón me impresionó que le dieran un libro para que lo firmara y se dedicara a corregir los poemas. Decía que un poema hay que escribirlo y guardarlo hasta que a uno se le olvide. Yo lo he seguido en la medida de lo posible". Con Ángel Rama, crítico y editor, se casó y tuvo dos hijos. Ambos integraban la atmósfera literaria del Uruguay de entonces, Ida Vitale trabajaba como docente, colaboraba en diversas revistas y, poco después, pasaría a codirigirlas o dirigirlas por entero, como el caso de Maldoror.  Llevaba, además, la página literaria del periódico Época. Pero su matrimonio no duró. Sin embargo sí lo hizo su amistad con la escritora, compositora y cantautora, María Elena Walsh, forjada en aquellos años, de quien dijo hace poco: "Tuve la suerte de ser su amiga, aparte de ser una poeta estupenda era encantadora, graciosa, buena gente, un modelo de ser en el mundo. Ella era la poesía, entrañable".

Tras separarse de Rama conoció a Enrique Fierro, con quien compartiría su vida. Fue en junio de 1973 cuando el golpe de estado y el inicio de la dictadura cívico-militar trastocó la trayectoria de la escritora. Se instalaron en México y allí, lejos de paralizar su actividad, redobló su compromiso literario. Fierro, también profesor y poeta, comenzó a trabajar en la revista literaria llamada Vuelta dirigida por Octavio Paz junto con Ida, llegando ella a integrar el comité asesor. Inicia asimismo su carrera como traductora, traduce a Simone de Beauvoir, a Luigi Pirandello, a Gaston Bachelard. Pero no para ahí. Imparte clases, conferencias, escribe ensayos y crítica literaria. A su poesía la llaman esencialista, embarcada en una búsqueda sin fin, más allá de las apariencias, o debajo de ellas. Como es otro movimiento literario, también filosófico, susceptible de encuadrar a sus integrantes, ella, de nuevo, rechaza tal definición de estilo.

En 1984 regresó a Uruguay para, pocos años después, volver a trasladarse a otro lugar. Sería Austin, Texas, donde viviría hasta la muerte de su esposo, en 2016. Entonces regresó a Montevideo. Habían pasado cuarenta y seis años desde la publicación de su primera obra poética: La luz de esta memoria. Regresaba a su ciudad natal con más de veinte libros de poesía y más de una quincena en prosa. Al año siguiente Tusquets editaría su producción completa en Poesía reunida. A partir de los 2000 comenzaron a llegar los premios. Nombrada Doctora Honoris Causa por la Universidad de la República de Uruguay, Premio Octavio Paz, Premio Alfonso Reyes, Premio Reina Sofía, Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, Premio Max Jacob, Premio FIL de Literatura, Premio Cervantes, Premio Alas. 

Ida Vitale tiene fuerza y tiene humor. Viaja, presenta libros, habla de poesía. A finales de septiembre estuvo en Cosmopoética, el Festival Internacional de Poesía de Córdoba, en España. Aprovechó la coyuntura para presentar su último libro, Donde vuela el camaleón, un híbrido entre poesía, prosa y fábula, original de 1996, pero inédito en España. Allí habló un poco de ella misma y leyó algunos de sus poemas. Afirmó que hubiera querido escribir una gran novela como Guerra y paz, de Leon Tolstoi, que leyó a sus diez años y que nunca dejó de admirar.

A la pregunta de Roberto Mascaró, de El País Cultural, "¿Qué sentido tiene la poesía en el mundo actual?". Ida Vitale respondió: "Cuando me levanto con el pie optimista pienso que, aunque el hombre moderno se supone capaz de haber dado vuelta el orden del mundo y de haber empezado con orgullo una era neobárbara, en la que la poesía no sirve y no tiene lugar, creo que individual y colectivamente la poesía hace más falta que nunca. Si en el mundo de las Universidades se la desvirtúa, haciéndola pasto de papers, se refugia en sitios más seguros, otra vez en lectores desinteresados. Pese a la siniestra aceleración de la Historia confío, quizás injustificadamente, en que la poesía, como la música, serán siempre irremplazables para alguien".

Dicho en verso, por ella misma: "El sobresalto fuera del poema y dentro del poema, apenas aire contenido./ Leer y releer una frase, una palabra, un rostro. Los rostros, sobre todo./ Repasar, pesar bien lo que callan./ Como no estás a salvo de nada, intenta ser tú mismo la salvación de algo./ Caminar despacio, a ver si, tentado el tiempo, hace lo mismo".

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