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La explosión

Acaba de salir a la venta el nuevo libro de la periodista y escritora Leila Guerriero, 'La llamada'. Un perfil inmenso sobre Silvia Labayru, secuestrada por los militares y trasladada a la Escuela Mecánica de la Armada (Esma), donde permaneció año y medio.
Lelia Guerriero. AEP
photo_camera Lelia Guerriero. AEP

"Hola, soy Leila Guerriero, soy periodista, vivo en Buenos Aires". Así empieza los domingos su píldora de opinión en el programa de la ser A vivir que son dos días. Un saludo directo y tres datos. Puede que no lo parezca, pero esa frase está llena de actitud.

Nació en Junín, al noroeste de la provincia de Buenos Aires, en 1967. Una ciudad pequeña, como un Lugo argentino. A los diecisiete años se fue a la capital, estudió Turismo y se hizo periodista tras entregar un relato corto titulado Kilómetro 0 al periódico Página/12 para, poco después, ser contratada como redactora en la revista mensual de ese diario, Página/30, por entonces, una referencia en el periodismo. Esta parte se podía contar con más misterio y con tintes de destino manifiesto, en versión castiza e individualizada, pero ella sospecharía rápido de semejante construcción. Lees sus textos y te das cuenta de que, precisamente, son sus dudas las que los apuntalan. Son sus preguntas las que dejan fuera toda opción de soplar más de la cuenta, de insuflar más aire a una cosa que no la necesita. Así que se hizo periodista.

Como yo también, en algún momento, seguí la misma profesión, un día de mayo del 2017 nos encontramos en Madrid. Hacía meses que nos comunicábamos por correo electrónico y el asunto iba así: yo la invitaba insistentemente a que viniera a Lugo a unos encuentros literarios que estaba organizando, y ella —imagino — aguantaba el tirón. No podía viajar hasta aquí, pero iba a estar en Madrid. Le pedí una entrevista y me la concedió. Cogí el coche y me fui a Madrid. Y conversamos. No más de hora y media porque su agenda ya era entonces una metrópoli. De aquel diálogo me quedó un pensamiento recurrente que tiene que ver con la delicadeza y la furia. No creo que se pueda escribir como ella escribe si la misma mano tuviera que elegir entre acariciar o apresar, entre el acercamiento suave y el zarpazo definitivo. La posibilidad de cualquier cosa y de todo a la vez es lo que da sentido al movimiento, la inadecuación de cualquier renuncia es lo que permite echar a andar. 

Lo que trata de explicar es cómo tienes que ser si quieres escribir así

En febrero del 2019 vino a Lugo. Tal cual lo están leyendo. Leila Guerriero en Lugo. A pesar de sus infinitos compromisos, a pesar de sus infinitos viajes, a pesar de sus infinitos proyectos. Resultó que hizo un hueco, que levantó, por un instante, una esquinita de suelo de su fascinante ciudad. Y no me lo dijo así, pero yo lo entendí así: "Pasa". Y pasé. Quien me conoce sabe que soy pequeña. Quiero decir, que el hueco no daba para alguien enorme. Probablemente la gente de otras dimensiones camina por las avenidas o los parques que ella tiene para contar. Y lo importante aquí no es por dónde me colé yo, sino que ella, que no sabía de mi existencia, un día que yo sigo sintiendo como luminoso, me dijo: "Pasa". Aunque si se hubieran dado así las cosas, habríamos tenido que recalcar el agudo: "Pasá".

En aquel momento ya había publicado unos cinco libros, editado otros tantos, ganado el Premio Gabo con la crónica Un rastro en los huesos, el González Ruano de Periodismo, el Premio Konex en la disciplina Crónicas y testimonios. Pocos meses más tarde iba a ganar el XIV Premio Internacional de Periodismo Manuel Vázquez Montalbán. En 2019 el periodismo narrativo no era un género que despertara masas lectoras de un letargo extraño. En 2024 el periodismo narrativo no es un género que despierte masas lectoras de un letargo extraño. A Leila Guerriero, al menos en Lugo, se la conocía más por las columnas que escribía en El País. A sus libros se llegó después. "Para María, este libro que fue el principio de todo, con cariño".

Leila Guerriero. Lugo, 2019. Los suicidas del fin del mundo. Crónica de un pueblo patagónico, se publicó en 2005, y, desde entonces, ya no paró, ni de escribir ni de explicar, pausada, suavemente, lo que para ella significa el periodismo narrativo, los pasos que hay que ir dando para que la estructura no se te venga encima, lo mucho que precisas recoger para que esté justificada la posición de cada elemento que forma parte de la historia. Y también, un poco, lo que trata de explicar es cómo tienes que ser tú si quieres escribir algo como eso. 

Publica regularmente artículos, crónicas, perfiles en múltiples medios de todo el mundo: La Nación, Rolling Stone, El Mercurio, L'Internazionale, El Malpensante, SoHo, Gatopardo, Lettre Internationale, Vanity Fair, y más. Uno de esos textos, publicado en el diario chileno, El Mercurio, en el año 2011, remata así: "Vivan en una ciudad enorme. No se lastimen. Tengan algo para decir. Tengan algo para decir. Tengan algo para decir". Y son frases llenas de actitud.

Organizamos el encuentro, hablamos del proceso creativo, de su trayectoria, de sus textos. Hablamos de la importancia de leer mucho y de leerlo todo. De la poesía que hay dentro de lo que escribe, del cine que hay dentro de lo que escribe, del arte, la fotografía, la música, la literatura que hay dentro de lo que escribe. Nos contó detalladamente cómo ella combina todo eso hasta encontrar la palabra justa, el arranque justo, la historia justa. Y de que no deja de ser tortuosa su relación con la escritura. Del persistir y del aferrarse.

El público pudo preguntar lo que quiso preguntar. Y pudo hablar con ella mientras firmaba sus libros. Soy capaz de asegurar lo siguiente: en aquella tarde de febrero, con ecos carnavaleros resonando en las calles, a nadie le apetecía otra cosa que ponerse a leer allí mismo, compulsivamente, los libros de Leila Guerriero. Quizá no masa, sino grupo; aunque eso carece de importancia. Grupo despertando de un letargo extraño. Pero como Leila Guerriero estaba en la sala, debió de parecernos feo dejarla de lado. Así que unos cuantos, la llevamos a cenar. "Lo diré corto, lo diré rápido y lo diré claro: yo no creo que el periodismo sea un oficio menor, una suerte de escritura de bajo voltaje a la que pueda aplicarse una creatividad rotosa y de segunda mano". Así.

Está a la venta su nuevo libro, se titula La llamada. Un retrato y lo edita Anagrama. Un perfil tremendo en el que logra hacer cosas que siempre parecen imposibles hasta que viene ella y las hace. Sobre todo, dos. Una es introducirse en el relato y que tu reacción, al leerlo, no sea echarla inmediatamente de allí. La manera en la que logra que su presencia no sea intrusiva es un trabajo tan fino que te agarra una emoción rara. Y la otra es el malabarismo con el tiempo, un juego tan peligroso que no puedes evitar pensar que a la vuelta de la página va a saltar todo por los aires. Aunque sea Leila Guerriero. Aunque seas tú. ¿Cómo es posible? Nada estalla, pero todo estalla. Quiero decir. Lo que funciona —esa exquisitez— es lo que activa nuestro detonante lector. Todo aquello que fuimos se encuentra, al final de La llamada, esparcido en lugares diferentes: desconocidos, inhóspitos, tremebundos, resplandecientes. También cotidianos, próximos, suaves. Trocitos nuestros que al volverlos a juntar resultan algo nuevo. Qué cosa loca es poder afirmar que alguien primero te hace explotar, después te anima a recoger los pedazos, por un pudor —vale, comprensible— relacionado con que la gente no vaya por ahí desmembrada, después te diga que deberías colocarlos más o menos donde los tenías y, finalmente, te despida hasta la próxima lectura con un, pongamos, chao. Y que tú te vayas de todo ese proceso como sintiendo que eres otra o más tú o más algo. Y sonrías.

"Y eso, ni más ni menos, es escribir. Tener la ambición desmesurada y mesiánica de contar lo que sea, Chernóbil, la tuberculosis, el hambre, como si nunca nadie lo hubiera contado antes. Sin esa ambición, desmesurada y mesiánica, la escritura no existe".

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