Blogue

Un buen abrazo

Sin nombre
Sin nombre

David bajó del tren como cada año: con la mochila a la espalda y listo desayunar algo y echar a caminar. Antes de la muerte de Marga ya lo hacían, cada vez igual, siempre el mismo tramo, las mismas etapas una y otra vez. 18 años, los más felices de la vida de David. Cuando ella murió, David siguió haciéndolo solo, al principio desconsolado, llorando cada recuerdo, cada paisaje, cada piedra y a cada paso. Con el tiempo volvió a disfrutarlo, y aunque pensaba que jamás superaría la ausencia, para él el Camiño adquirió una nueva dimensión más gratificante, la de los buenos recuerdos y la conciliación consigo mismo y con su vida.

Manolín no sabía cómo había acabado en un banco del apeadero de la estación. Despertó allí, al lado de una botella mediada de ron, en un estado lamentable tras una larga noche que se le había ido de las manos. Cogió la botella, le dio un largo trago y se cayó al suelo, sentado, en idéntica posición que había ocupado el el banco.

-¿Estás bien? -David se acercó corriendo a ayudar.

-Estoy como nunca -contestó con la lengua hecha un trapo-. ¿La botella está bien? -preguntó al instante comprobando que sí, que la botella seguía en su mano y estaba en perfecto estado.

-Levanta, vamos -animó David tirando de Manolín hasta sentarlo de nuevo en el banco-. A ver, hombre, cuéntame qué pasa.

-No lo sé -reconoció el chaval-. Estaba de juerga, ahí a tope con unos colegas y ahora estoy aquí, no sé, no recuerdo nada. Supongo que lo habré pasado bien.

David se compadeció. Parecía buen chaval y se le veía desconcertado. Todos hemos tenido una mala noche, pensó.

-¿Qué hora es? -preguntó Manolín.

-Las nueve y media.

-¿De la mañana?

-Sí, claro.

-¡Me matan, tío, me matan! Tengo que ir a casa, pero no puedo llegar así -gimoteó Manolín.

-A ver, a ver, tranquilo, que todo tiene arreglo, ¿quieres que hable con tus padres?

-¿Qué padres, estás loco? ¿Para qué quieres hablar con mis padres?

-Hombre, dices que te matan…

-¡Mis padres no, mis compañeros de piso! Alquilamos una casa rural para el finde y teníamos que estar saliendo -Manolín se palpó los bolsillos-. ¡El móvil, tío, he perdido el móvil, y la cartera…, y las llaves! Ni siquiera sé dónde está mi coche -Dio otro trago al ron.

-Vamos a hacer una cosa, ¿cómo te llamas?

-Manolín.

-Yo soy David. Te voy a contar una cosa: esto que te está pasando hoy es una anécdota, hazme caso. No tiene importancia, ¿sabes?

-Ya, claro, porque tú no has perdido el móvil, ni la cartera…

-Hace diez años que perdí al amor de mi vida -dijo David-. Nunca hablo de esto con nadie, ni con nuestros hijos me siento cómodo hablando de su madre, no sé. La quería con locura, es imposible amar más, y un día enfermó. Dos meses duró, ¿sabes? Desde entonces no hay día que no la eche de menos, aunque voy admitiéndolo y sufro cada vez un poco menos. Por eso hago el Camiño, ¿sabes? Porque lo hacíamos juntos cada año, sin excusa, y aquí sigo, una y otra vez, curándome el alma -David no pudo evitar que se le rasgara la voz.

-Tío, eso sí que es fuerte. Yo todavía no he encontrado el amor así para siempre. Espero que no se me muera.

-Ojalá. Sí, es duro, pero encuentras consuelo en las pequeñas cosas, como esto de hacer el Camiño en su honor. Me reconforta y me distrae. Me sirve de gran ayuda y me ayuda a recordar los buenos momentos de felicidad -A David se le escapó una lágrima.

-Tío -Manolín, sin soltar la botella, se puso en pie, llorando como una plañidera-, me has hecho llorar. ¿Te puedo dar un abrazo? -y abrazó a David sin esperar respuesta-. ¡Qué triste lo tuyo, David! Es que me da mucha pena.

-¡La echo tanto de menos, Manolín! -exclamó el viudo rompiendo en llanto.

-¡Lo sé, lo sé! ¡Te quiero, tío, te quiero de verdad! Y aunque esté sin cartera ni llaves ni móvil, lloro por ti. ¡Lo que habrás tenido que sufrir!

-¡Mucho, Manolín, he sufrido mucho, créeme!

-¡Pero cómo no te voy a creer, David, si te quiero, tío, te quiero mucho!

Permanecieron llorando y abrazados durante unos minutos y al separarse se sentían mejor. David se recompuso y se despidió. El Camiño esperaba. Manolín, tras unos minutos, se levantó, se deshizo de la botella en una papelera y echó a andar hacia su casa.

Dos horas después, Manolín dormía la mona en el sofá del apartamento. Sus compañeros había ido por su cuenta dejando una nota en la que le decían que lo esperaban en la casa rural.

David avanzaba pensando que el Camiño tenía algo mágico y ofrecía oportunidades únicas, como la de poder llorar sobre el hombro de un chaval desconocido y borracho y obtener consuelo de ello.

Comentarios