Opinión

El poder de Rothko

Los lienzos de Rothko se muestran en París en una de las mayores exposiciones sobre él
Dos empleados de una casa de subastas mientras cuelgan la obra "Untitled", del estadounidense Mark Rothko. EFE
photo_camera Dos empleados de una casa de subastas mientras cuelgan la obra "Untitled", del estadounidense Mark Rothko. EFE
EL PODER hipnótico de los grandes lienzos de Mark Rothko (1903-1970) centra la retrospectiva que acoge la Fundación Louis Vuitton de París, una de las mayores consagradas a este maestro del expresionismo abstracto.

Hasta el 2 de abril, este gran espacio dedicado al arte en pleno bosque de Boulogne de París expone 115 obras prestadas por coleccionistas particulares e instituciones culturales de referencia, como la National Gallery de Washington, la Tate de Londres y la Phillips Collection de Washington.

Divididos en períodos cronológicos coincidentes con su evolución pictórica, de lo figurativo a la abstracción total, los magnéticos y perturbadores cuadros del artista juegan con una extensa paleta de colores, de los sombríos a los chillones, que crean un efecto inesperado en el espectador.

No buscaba el color en sí, eso no le interesaba. Iba más allá. A través del color, buscaba un estado emocional muy fuerte y eso creo que lo consigue con las gamas de colores más brillantes, pero también cuando son colores oscuros.

Ese trabajo del color y de la luz en Rothko se complementa con la elección de imponentes formatos —de más dedos metros de altura—, que el pintor consideraba "más humanos e íntimos", pues el espectador podía así "entrar" en los mismos.

Las obras son tremendamente seductoras, sensuales y vibrantes. El cuerpo queda magnetizado, hipnotizado. Basta contemplar obras como Light cloud, dark cloud (1957) o el icónico cuadro Nº 14 (1960), perteneciente a su periodo más introspectivo y escogido como cartel de la exposición.

Aunque lo más conocido de su trabajo sea la abstracción pura y dura, la muestra también recupera el periodo inicial de este artista de ascendencia judía que nació en lo que era el Imperio ruso —en Daugavpils, actual Letonia— y que emigró a la costa este de Estados Unidos con solo diez años.

Escenas del metro neoyorquino, en las que los elementos arquitectónicos predominan sobre lo humano, y el único autorretrato conocido de Rothko (1936) son obras relativamente figurativas, aunque ya con una tendencia a la deformación.

Decía que no podía representar a la figura humana sin mutilarla. Por eso fue evolucionando a un segundo periodo llamado "multiforme", en el que mezcla lo humano con lo animal. Eso queda patente en El presagio del águila (1942), donde se mezcla su amor por la mitología griega y su desazón por la Segunda Guerra Mundial.

Brillante estudiante becado en la Universidad de Yale y que durante la escuela llegó a ir dos cursos adelantados a su edad, Markuss Rotkovičs, el nombre de nacimiento del artista que cambió por el de Mark Rothko después de nacionalizarse estadounidense, fue un exiliado durante toda su vida. En el fondo, era un europeo. Nació en Rusia y fue, en el fondo, un exiliado permanente, geográfica y mentalmente.

El último tramo de la exposición reúne obras más oscuras y contemplativas, correspondientes al periodo que precede a su suicidio a los 66 años. La última sala es para los inquietantes cuadros de Rothko junto a angustiosas estatuas de su gran amigo Alberto Giacometti.

¿Era un presagio de su muerte? Es un poco básico relacionar lo negro con su estado depresivo. Esta selección junto a Giacometti era un encargo hecho por la Unesco.

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