Opinión

Apariencias, pícaros e hidalgos

ESTA SEMANA con un amigo visité la Biblioteca América de la USC, creada por un emigrante santiagués, que pretendía difundir el continente americano a este lado del océano. Tras 20 años de enviar materiales, no pudo asistir a su inauguración, alegando problemas de salud, aunque la realidad era que tras gastar su fortuna en este proyecto no pudo pagarse el pasaje a Santiago y su sentido de la vergüenza le impidió pedir ayuda.

Se dice que las apariencias engañan, aunque en rigor habría que decir que estas no engañan porque son simples apariencias. En la generación que vivió la posguerra española se valoraba mucho salvar estas, lo que se relacionaba con la dignidad. Las clases medias vestían chaquetas que se aprovechaban al máximo, dando la vuelta al forro esperando que nadie cayese en la cuenta de que el bolsillo exterior estaba cambiado de lado y hundiese las apariencias que querían salvarse. La cultura de las apariencias siempre es cómplice en el mantenimiento de esas realidades ingratas porque, en vez de afrontarlas, las disimula.

Los expertos en apariencias son aquellos hidalgos pretenciosos del Siglo de Oro, que Quevedo ridiculizó sin piedad por ocultar su triste estado bajo apariencias de lujo. No tenían para llenar sus estómagos, pero vestían de fieltro, raso y terciopelo externamente, porque bajo estas prendas no tenían para camisa ni camiseta. Figurantes que rendían culto a la posición, porque nada eran, pero todo lo parecían viviendo de glorias pasadas. Víctimas ideales de los pícaros, expertos en vivir de los demás, engañando y robando, mientras que ellos se contentaban tan sólo con engañarse a sí mismos.

Pasaron los siglos y los bisnietos de los bisnietos de los desvergonzados pícaros y de aquellos hidalgos vanidosos siguen presentes en nuestra sociedad, porque si antes se presumía de sangre, familia y títulos, ahora se presume de otras cosas, porque si creces en una ideología de las apariencias te haces muy sensible a la preocupación sólo por el que dirán, y como afirma Quevedo, “más fácilmente se añade lo que falta que se quita lo que sobra”.

Nuestra hidalguía congénita, nuestro impulso por aparentar lo que no somos, se alía con la picaresca patria tan asentada en nuestra manera de actuar y nos da como resultado, máster falsificados, alumnos que aprueban sin presentarse a los exámenes, presidentes más ocupados de las poses que de gobernar, banqueros que idean maneras ocurrentes de extraer dinero de sus bancos, como vino de las botas, bajas laborales injustificadas que se estiran hasta el infinito, sindicalistas que escamotean el dinero de los parados, redes de corrupción generalizada, empresas fantasmas que sólo existen para defraudar,  aeropuertos sin viajeros, y otros desatinos tan conocidos como frecuentes. 

En definitiva, se trata de unas figuras “veneradísima” en la cultura española, de los listos que saben darle la vuelta al sistema para conseguir las cosas con el menor esfuerzo, saltándose las normas. Y cabe preguntarse si todo ese ingenio se pusiese al servicio del desarrollo de la sociedad, hasta donde seríamos capaces de llegar.

Resumiendo, ¿queremos otra generación más con esta mentalidad? Llevamos siglos así y parece que así fuimos, somos y, sin cambio, probablemente seremos, hidalgos y pícaros, ¡qué triste situación la nuestra!
 

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