Opinión

Maestro de incoherencia

VIVIMOS TIEMPOS en los que se escucha poco, se recuerda casi nada y se manipula más, y lo verdaderamente inquietante es preguntarse si la Sociedad está viviendo una epidemia de incoherencia y cinismo, o es que somos así por naturaleza.

Esta reflexión cobra actualidad con Pablo Iglesias como protagonista, ya que este y su pareja han decidido mudarse a una nueva vivienda ubicada en la localidad de Galapagar, valorada en algo más de 600.000 euros. En circunstancias normales que un político se compre una casa no debería ser noticia, ni importar a nadie más que a él, a Hacienda y a su banco, si es que interviene como suele ser costumbre. Sin embargo, en este caso el “nido” en el que Irene y Pablo quieren establecer su proyecto vital ha saltado a la opinión pública de la mano precisamente de las hemerotecas y de los comentarios anteriores de este maestro de incoherencia y cinismo.    

Algunas de las perlas que Pablo Iglesias nos dejó en el pasado, buscando una continua fetichización mitológica que dibuje unos orígenes humildes y obreros, contrasta ahora con esta compra. "¿Entregarías la política de un país a quien se gasta 600.000 € en una casa?", refiriéndose a la adquisición de una vivienda por Luis de Guindos, por aquel entonces ministro de Economía. "Me ofende mucho que haya gente que lleve trajes que cuesten lo que un trabajador tarda cinco o seis meses en ganar". "Las mejores vistas de Madrid están aquí en Vallecas (...) Me parece más peligroso el rollo de aislar a alguien, este rollo de los políticos que viven en Somosaguas, que viven en chalets, que no saben lo que es el transporte público, que no saben lo que cuesta un café". "Vivo en el Puente de Vallecas, en la Colonia Fontarrón y gano menos de mil euros al mes". 

Iglesias dibuja permanentemente un relato de los políticos en clave de confrontación, los de Podemos honrados trabajadores que viven en barrios obreros y los de la casta que se marchan a espacios de lujo donde el precio de la vivienda está por las nubes y que sirven de oasis aislados para las clases acomodadas. Desde allí, argumentaba, resulta imposible tener un pie en la calle y solucionar los problemas de la gente corriente. 

A la luz de este discurso, las explicaciones que da ahora y su recurso a las bases, buscando la absolución de este “pecadillo venial”, no son más que una muestra de incoherencia y cinismo. Pero, sobre todo, pone encima de la mesa el arquetipo de muchos políticos de nuestro tiempo, que son la encarnación de la desvergüenza y el descaro. Vociferan que son ángeles redentores perseguidos por la opinión pública o la prensa, cuando se denuncian sus incongruencias. 

Hay millones de personas que, en su vida familiar y profesional, se comportan con coherencia y dignidad, aunque también hay un porcentaje de pícaros (al fin y al cabo, es un invento muy español). Sin embargo, la política que se practica da señales de que tanto el cinismo como la incoherencia se han instalado entre nosotros.  

Nuestros representantes públicos harían bien en recordar que no es la falta de preparación para un puesto, ni la imagen, o la ideología lo que más nos puede acercar o alejar de un político, lo que más criticamos junto con la corrupción son las sombras que proyecta el cinismo. La sociedad no necesita veletas, necesita líderes coherentes, honrados y de quien pueda uno fiarse.

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