Carta abierta al amor

Amaia. AEP
Al igual que canta Amaia en una canción de su último disco ‘Si abro los ojos no es real’, yo también tengo un pensamiento, uno que no me deja solo. Lo mastico, lo trago y me vuelve a la boca. Lo rumio, lo descompongo y se junta otra vez.

DESPUÉS, llega el sentimiento, que se compone de muchas emociones. Es ahora el momento de contarlo para que se apague y que nos entendamos todos, en lenguaje sencillo, como canta Amaia.

Me gustaría decirle a mi madre que aquella vez que llegué a casa y le di siete abrazos seguidos, lo hice porque me habían roto el corazón. Ella me preguntó si estaba bien y contesté que no era nada, se me subieron las lágrimas a los ojos y repetí que nada pasaba, que era la vida. La noche anterior, fría como es normal en diciembre, la pasé durmiendo solo en una cama fabricada para compartir. No quise explicarlo para ahorrarme la parte humillante. Lo contrario del amor es la vergüenza.

Esto no se lo digo al mundo, sino a los amantes que me han tocado. Ojalá hubiese respetado mis propios límites y aguantado las cuatro carantoñas que bajan mis defensas. Así, solo así, no me habría ocupado la mente tantas veces hasta ahora este pensamiento que me toca explicar, que conlleva preguntas y rara vez sirve de algo. He llegado a muchas canciones que lo expresan a su manera, pero tuvo que venir Amaia y decirlo con dulzura en Magia en Benidorm, Giratutto o Fantasma para que entendiese que no hace falta reprochar. Queda un poco de ánimo, al menos hasta dentro de un tiempo, y he de usarlo en esta carta.

Siento una pequeña lástima cuando pienso en lo grande que ha de ser mi corazón como músculo. El esfuerzo que realiza cada pocos segundos por latir y mantener con suficiente vida al resto del cuerpo, el de una persona que gasta el rato libre aferrado a repasar recuerdos. Busco los fallos y las señales, el punto en el que me equivoqué y en el cual la dirección se torció hacia el mismo destino de siempre. Acabo sentado, mirando al infinito y todas las baladas hablan de mí. Luego me enfado, aunque casi siempre perdono. De qué sirve ese corazón tan grande si al resto le pesa demasiado como para aguantarlo.

Algunas personas llevamos una cicatriz en el cuerpo que se abre cada vez que alguien quiere entrar a conocerlo. Debe ser feo por dentro, porque nadie se queda después. En cada intento toca de nuevo sanar la herida. Y cuando ya no duele, volvemos al mundo creyendo haber aprendido. Pero es una lección muy difícil de entender, al cerebro no se le puede enseñar a rechazar la esperanza.

Tristemente, enamorar es conquistar. Hacerse con una parte del otro y clavar su bandera ahí; y viceversa. En el proceso de conseguirlo, el tiempo y el pensamiento se dirigen en gran parte hacia el amante. Cuando se fracasa, se pierde todo. Entonces los días empiezan a alargarse y queda el hueco. La ausencia se hace más grande. Está en la cama, en las palabras que no puedes decir a nadie, en la broma que ya solo te hace gracia a ti, en el pequeño universo común de ambos que pierde sentido. Y después del vacío, llega el reemplazo. Aplaudir con educación al ganador de la competición que más ansiabas.

¿Un mal futuro en mis ojos?

A todos esos que durante unos instantes tuvieron mi mirada clavada en la suya, con todo el afecto que una pupila puede soportar, les pediría que me contasen qué les ahuyentó. ¿Hay un mal futuro en mis ojos y yo no lo identifico? Prefiero exagerar así porque es más fácil de asimilar que el hecho tan simple, tan rotundo, de que no encajo en la idea de vida del otro. Hasta ahí llegamos, hasta el momento de la mirada sostenida. En adelante, toca asumir que ya no iremos a más.

Sin embargo, tengo la manía de quedarme junto a las personas que una vez me hicieron creer que seríamos algo. Es una rutina peligrosa y poco recomendable. En el fondo, permanecer ahí es una forma de esperar algo que no va a ocurrir. En su lugar, asisto en silencio a su éxito y deseo su felicidad. Esa es la parte más afilada y sangrante de la cuestión. Querer por encima del bienestar de uno mismo. 

Sé bien que he dejado ir otros amores que hubieran funcionado, aunque supusieran asentarme con menos de lo que necesito. En ocasiones los pienso y me arrepiento. Vi llegar el fracaso a lo lejos y espero que entiendan que no me subiría a un barco que va a hundirse. Me dieron todo lo que poseían, pero no fue suficiente. En un tiempo, si nada cambia, quizás aprenda a conformarme.

Semanas atrás pregunté a mucha y distinta gente si basta con el amor para sostener una relación. Tanto solteros como emparejados coincidieron en que no. Claro que es necesario porque es la base, aunque necesita más que el cariño mutuo y la pasión del inicio para superar el paso del tiempo. Las respuestas variaban en función de la experiencia y hablaron de respeto, confianza, tranquilidad y aventura, sin un consenso claro. Supongo que al interrogarlos me dediqué en realidad a resolver una duda más personal e íntima: ¿Qué convierte a una persona en suficiente para la otra y cuándo me tocará sentirlo?

Ese es el pensamiento.