Días de balas, vidas por dosis
CON LA RECIENTE aparición de la película Queer, del director italiano Luca Guadagnino, la figura de William Burroughs se ha recuperado al verse adaptado su novela homónima, basada en parte de su biografía. La existencia atípica del autor estadounidense fue una brecha en su momento y todavía se estudia como una figura trascendente, rompedora y provocadora del siglo pasado. Encajado con la generación Beat contra su voluntad, el pulso vital que fue capaz de mantener es verdaderamente su hilo conductor.
Williams Burroughs era el segundo con su nombre en la familia, detrás de su abuelo paterno. Fue la figura de este antecesor la que transformó la suerte de todos los descendientes gracias a la invención de un modelo de calculadora. La máquina se volvió extremadamente popular y dotó de una enorme cantidad de dinero a las generaciones futuras. Por tanto, el niño que se convirtió en escritor pertenecía desde la cuna a un universo acaudalado y tranquilo. Además, la parte materna se relacionaba laboralmente con la familia Rockefeller y uno de sus tíos triunfó como asesor propagandístico de Hitler.
Burroughs nació en la orilla derecha del río Mississippi, en Missouri. Destacó de modo especial por su carácter introvertido y las diferentes confesiones que realizaba con frecuencia. Por ejemplo, repetía que en su habitación flotaban figuras grises por las noches y que en el jardín veía un ciervo de color verde fosforito. Solo la literatura se convirtió en el refugio y, en menor medida, paseos solitarios por la ciudad. Pronto se interesó de manera obsesiva con la magia y el ocultismo, materia en la que se convirtió en experto.
Transitó diferentes escuelas por el sur y el este del país hasta recalar en un rancho escuela de las élites adineradas. El joven manifestó vivir muy agobiado en la institución al verse obligado a ser un ciudadano ejemplar que siguiera el orden social normativo y la ideología capitalista. En los baños del colegio se masturbaba de manera incesante utilizando el periódico escolar, en el cual colaboraba.
En aquella época, la niñera familiar descubrió la homosexualidad de Burroughs y se benefició de ello. Mediante el psicoanálisis fue posible averiguar que el escritor había sufrido episodios de abusos sexuales, aunque no quedó esclarecido lo ocurrido. Los recuerdos desbloqueados indicaron que un amigo de la niñera forzó al niño a realizarle sexo oral en varios encuentros.
Rechazó pertenecer a cualquier club o actividad durante el instituto porque detestaba el amiguismo, salvo por cuestiones puntuales con periódicos o alguna conferencia, como la de T.S. Elliot. Por aquel entonces, Burroughs ya había logrado publicar algún texto sobre su pensamiento o posición espiritual. Abandonó la escuela elitista, regresó al entorno familiar y comenzó a prepararse para ingresar en Harvard.
Modelo de vida antisistema y reaccionario
En 1932, tras un trabajo como periodista local, invirtió parte de lo ganado en perder la virginidad con una prostituta de la zona. Sus escapadas a Nueva York fueron una constante durante su etapa universitaria y allí, en compañía de nuevos amigos, descubrió la noche gay y el mundo underground. En su último año, reunió dinero para acceder a los servicios de un chapero para iniciarse en el sexo con hombres. Terminó sus estudios a finales de la década, cuando comenzó a desarrollar un modelo de vida antisistema y reaccionario, liberal en lo sexual y espiritual, emancipado y vinculado a las drogas.
Durante una estancia en Viena, donde se encontraba para terminar sus estudios en Medicina, asistió al ascenso del nazismo y a numerosas saunas gays de la república de Weimar. Conoció a una joven judía, con la cual se casó en medio de un enamoramiento fugaz y así pudo dotarla de una nacionalidad para huir de Europa. Aquella radicalización lo consternó, al igual que la explosión de bombas en Hiroshima y Nagasaki. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, Burroughs sufre un duro golpe en el ego cuando su texto El último resplandor del crepúsculo fue rechazado por la revista Esquire.
Entonces, movido por una enorme desilusión, decide mudarse a Nueva York. Allí entra en contacto con Jack Anderson, un prostituto que ofrecía sus servicios a hombres y mujeres, del cual se enamora. La terrible dinámica de la pareja propició la aparición de peligrosos celos en Burroughs. Las constantes relaciones que Anderson mantenía con mujeres llevó al escritor a cortarse parte de una falange y entregarla como muestra de amor profundo. Sin embargo, esto se convirtió en una prueba para el diagnóstico psiquiátrico de esquizofrenia paranoide.
Desde joven había mostrado un hondo rechazo por la filosofía familiar del emprendimiento. Sin embargo, se presentó voluntario para combatir en la última etapa de la Segunda Guerra Mundial. Su madre declaró conocer el estado mental depresivo de su hijo e impidió su incorporación a filas así. Tras una etapa en Chicago de trabajo en trabajo, volvió a Nueva York con dos amigos.
De su relación obsesiva por el chapero Anderson había quedado una adicción al alcohol y las drogas que lo empujaba con fuerza a la marginalidad. Solamente la compañía podía salvarlo. Así, a través de Lucien Carr, conoció a Jack Kerouac y Allen Ginsberg. Sin saberlo, acababan de dar forma a uno de los grupos clave para la cultura del siglo pasado.
Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques
En 1945, Burroughs y Kerouac intentaban dar salida a una novela escrita a cuatro manos, Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques. Partía de una historia real insólita. Su amigo Lucien Carr había matado a otro compañero de todos ellos, David Kammerer, en una espiral de locura y obsesión derivada de las drogas. Burroughs fue detenido también por su implicación, ya que conocía lo sucedido y no lo había denunciado. Con el tiempo acabó por publicarse, pero en el momento la negativa a que viese la luz supuso un freno para Burroughs.
Después de aquello, la vida del escritor oscilaba entre trabajos temporales variopintos, hundimiento en las adicciones y una joven llamada Joan Vollmer que vivía con él, Kerouac y la primera mujer de este. Cuando la morfina se convirtió en un verdadero requisito para vivir cada día, Burroughs ya se dedicaba a atracar borrachos en el metro, plantaba marihuana y movía diferentes tipos de sustancias. Joan se había convertido también en adicta, pero de anfetaminas legales. Cuando ambos dejaron claros sus sentimientos por el otro, iniciaron un idilio. Sin embargo, el escritor sería detenido poco tiempo después por formar parte de una trama de estafa para obtener narcóticos falsificando documentación médica.
Tras idas y venidas entre ciudad, prisiones y psiquiátricos, Burroughs y Joan terminaron viviendo en Nueva Orleans. Lejos quedaban los días en que vivían en Texas, en una granja ruinosa junto a su hijo, para huir de la policía. La rutina ahora se componía de alcohol, heroína, morfina y benzedrina. En enero de 1948, por voluntad propia, el escritor solicitó el ingreso en un centro de desintoxicación. Fracasó. De aquella experiencia recuerda observar los cordones de los zapatos durante 10 u 11 horas seguidas.
Al año siguiente, se embarca con Kerouac y otros amigos en el viaje psicotrópico que dio lugar a En el camino. Una detención por posesión de drogas fue suficiente para que Burroughs pusiese punto y final a su relación con Estados Unidos. Necesitaba libertad. Así llegó a México junto a Joan, un viaje que se prolongó durante 24 años.
Adicción al alcohol y a la morfina
Intentó abrir un bar y emprender de diferentes maneras en Ciudad de México, pero su profunda adicción al alcohol y la morfina impedía cualquier tipo de viabilidad. Por su parte, Joan no mejoraba y además contrajo la polio, por lo que enfermó en un contexto desfavorable. Se puso por primera vez sobre la mesa la posibilidad del divorcio. El escritor, sin embargo, quiso dar un impulso a su vida marital al asumir que viviría de las rentas familiares sin remordimientos.
En México, al igual que en Estados Unidos, lograron generar comunidades artísticas y amistosas atravesadas por las drogas, antecedentes de las comunas. Seguían el ejemplo espiritual de Rimbaud y Baudelaire y, en cierto modo, inventaron la contracultura, en tanto que proponían una vida de subversión hacia lo normal en base a una sola acción: transgredir.
Para romper con el aislamiento y evitar que Burroughs tuviese todavía más aventuras con hombres, Joan se apuntó a una noche de fiesta como tantas otras. Por aquel entonces, conseguir morfina era ya complicado, la libido del escritor había regresado y ambos se movían con una abstinencia galopante.
En casa de su amigo Heleay, luego de que cerrasen las cantinas, la ginebra corría como ríos. Burroughs llevaba encima su pistola automática 380 porque desde hacía días buscaba venderla. Se la ofreció a su compañero. Para demostrar que funcionaba, el escritor vociferó: “Supongo que ha llegado el momento de nuestro número a lo Guillermo Tell”. Entonces, Joan se apoyó contra la pared y colocó su vaso de ginebra sobre la cabeza. Burroughs cargó y disparó, pero calculó mal. La bala había impactado sobre la frente de Joan y toda esa parte del salón estaba llena de sangre y sesos. Había muerto en el acto.
Los problemas lingüísticos con las autoridades limitaron la posibilidad de testigos y autor de explicar lo sucedido. La policía mexicana detuvo dos semanas a Burroughs sin comunicación con el exterior. Su hermano llegó en ese tiempo al país, pagó la fianza y sobornó a administrativos. Movido por la culpa, la intención del escritor era permanecer en el país y pagar por su crimen. Sin embargo, su abogado fue enviado a prisión por haber matado a un hombre. Ante esa situación y tras descubrir que Nueva Orleans había omitido su delito de posesión de drogas, decidió volver a Estados Unidos.
Liberado del espiritu maligno
Durante la espera de una sentencia en México y las dilaciones sufridas en su nuevo hogar, Burroughs comenzó a escribir una novela, que no vería la luz hasta décadas después y con el título Queer. En cierto modo, Ginsberg y los estudiosos del escritor dan la razón a este cuando afirmó que la muerte de Joan fue un cambio en su persona. Asumió, tras el disparo, que su vida debía transcurrir en la literatura. Al desbloquear su vocación, Burroughs afirmó haberse liberado de un espíritu maligno que lo apresaba.
Movido por Ginsberg, decidió incursionar en América Latina en busca de una droga de origen natural y potentes efectos psicotrópicos, que supuestamente le permitiría desarrollar telepatía. Deambuló hasta llegar a Perú, en donde Burroughs abusaba de menores de edad a cambio de dejarse robar. Allí, se convirtió en el primer occidental en obtener la mejor fórmula de ayahuasca.
A su regreso, como expiación por el asesinato de Joan y urgido por Ginsberg, decide terminar el manuscrito de su primera novela, Yonqui. Se trataba en realidad de un repaso biográfico por sus adicciones. Supuso un fuerte impacto en el momento de su publicación y, con eso, se coronó como un gurú para Kerouac y compañía. Pese a todo, él rechazaba la idea de ser un beat.
«Nadie se despierta una mañana y decide ser drogadicto. Por lo menos es necesario pincharse dos veces al día durante tres meses para adquirir el hábito. Y uno no sabe lo que es la enfermedad de la droga hasta que ha tenido varios hábitos», escribe en su debut.
Sincronizado con el estilo de vida marroquí
Debido a sus incesantes problemas legales, muchas ciudades impedían a Burroughs vivir en ellas. Al ser rechazado románticamente por Ginsberg, inicia un viaje a Roma que termina en Tánger, su paraíso narcótico. Rápidamente se sincronizó con el estilo de vida marroquí y la libre circulación de drogas lo liberaba del juicio externo. Allí, entre opio, marihuana y otras sustancias, comenzó a dedicar tiempo de nuevo a la escritura, cuando su cuerpo se lo permitía.
"Estaba viviendo en una habitación del barrio moro de Tánger. Hacía un año que no me bañaba ni me cambiaba de ropa, ni me la quitaba más que para meterme una aguja cada hora en aquella carne fibrosa, como madera gris, de la adicción terminal. Nunca limpié la habitación. Las cajas de ampollas vacías y la basura llegaban hasta el techo. Luz y agua cortadas hacía mucho tiempo por falta de pago”, declaró sobre su experiencia.
Aquel trabajo serviría para concebir el siguiente libro, considerada su obra maestra, El desayuno desnudo. En este texto aparece ya su técnica de cut-up, con la cual destruye la linealidad del texto y todo funciona como una colección de viñetas sin orden que busca plasmar el caos de la existencia. Vio la luz en 1958. Su publicación supuso una oleada de polémica y un juicio por obscenidad, que ganó el escritor. Posteriormente llegaron Nova Express o El ticket que explotó.
Incapaz de regresar a Tánger al recibir amenazas de los mafiosos y traficantes a los que había expuesto, recaló en París, en el hotel Beat, en donde ahondó en su espiritualidad, su relación con las drogas y la técnica de cut-up. En medio de todo ello, su novela iniciática Queer ve finalmente la luz y sin censuras.
Amistad con los Beatles
Tras unirse a la cienciología y pasar por Reino Unido, donde hizo migas con los Beatles y por ello aparece en la portada de Sgt. Peppers junto a Marilyn Monroe, retornó a Estados Unidos con un estatus de escritor superestrella, padrino de la generación rock e inspiración para la punk. Es un maestro para la generación de Lou Reed, Frank Zappa, Patti Smith o David Bowie, hasta llegar al propio Kurt Cobain.
Con las drogas ya en segundo plano al lograr mantenerlas controladas, el sexo se convirtió en el nuevo campo de trabajo del autor. Su obra, por aquel entonces, encaraba la tercera y última etapa en la que se divide hoy en día. Debido a sus adicciones, fallece su hijo, él mismo recae en la heroína barata y decide mudarse a un lugar alejado, en Kansas. En 1987, deja la escritura e inicia una carrera en las artes plásticas inspirada en el cut-up y el uso de armas de fuego y munición para el estudiar la expansión de los líquidos en explosiones. Además, comenzó a escribir un diario.
La primera entrada de su diario de vejez registra la muerte de su gata y cierra el 30 de julio de 1997, tres días antes de morir. “Miércoles - ¿El amor? ¿Qué es eso? El analgésico más genuino que existe: El AMOR”. Llevaba un tiempo trabajando con un biógrafo y confesándole su vida. Solo puso una línea roja. “No revele que estaba tomando metadona, menoscabaría mi reputación”.