La palabra justa

Raymond Carver
En 1998, un artículo publicado en The New York Times Magazine provocó un seísmo literario. El escritor Raymond Carver norteamericano (1938-1988) podría haber sido una gran estafa, según indicaba. Los manuscritos de la primera etapa del autor mostraban otros textos y otro estilo, distinto a su discurso, y entonces su editor, Gordon Lish, se puso en el foco.

EL TALENTO no se ha demostrado una aptitud suficiente para el éxito como escritor. Así lo demuestran decenas de casos. La genialidad se reconoce cuando el sistema rema a tu favor o el público corresponde, aunque existen casos de ambigüedad. Raymond Carver irrumpió con un éxito contundente gracias a sus relatos y un estilo fresco, abierto y seco. Hablaba de una sociedad estadounidense que existía fuera del sueño americano, de hecho, como consecuencia de este.

La pregunta que sobrevuela el legado de Carver y su trascendencia se refuerza al pensar en la relación con su editor, una persona bien posicionada y que sobrepasó sus límites laborales hasta alterar mucho la obra. Aunque, como bien reconocía el autor antes de la polémica, las ideas, los personajes y las historias que plasmaba provenían de su agitada y destrozada vida, por lo que el mérito le corresponde a él. De hecho, Carver se manifestaba como escritor antes de eso siquiera ser una posibilidad.

Lo cierto es que nada auguraba para él una vida en la literatura. Su familia provenía de una pequeña ciudad en el estado de Oregon, su padre se dedicaba a cortar madera y su madre enganchaba un trabajo con el siguiente, especialmente de camarera. Lo cierto es que en su hogar encontró toda la decadencia que después reproduciría y plasmaría en sus obras.

Lo más feliz de su infancia eran las tardes de fin de semana junto a su padre. Se dedicaban a pescar y, una vez en la pequeña lancha, escuchaba durante horas la caja de historietas que tenía como progenitor. Relatos sobre osos, serpientes, caza, pesca y, en especial, sobre la guerra civil estadounidense. En esos cuentos, en los cuales su abuelo era protagonista en varias ocasiones, logró comprender parte del espíritu humano.

Cuando el padre pierde su trabajo, comienza el trasiego y los problemas estructurales de la familia se agravan. Entonces inicia una travesía que quizás Carver jamás superó. Las mudanzas se convirtieron en algo habitual. La madre del escritor llegó a no deshacer las maletas en alguna ocasión. Habían vendido su casa, por lo que no podían regresar a ningún lado. Caravanas, moteles y apartahoteles se convirtieron en el hogar familiar, al mismo tiempo que sus pertenencias menguaban sin cesar.

Primeramente recalan en la ciudad de Yakima, en la que aguantan un tiempo. De esa época recuerda Carver su afición por colarse en la habitación del matrimonio y pedir a su padre que contase una historia. De toda la oralidad que asimiló, obtuvo un oficio.

La formación de Raymond Carver fue desigual y si bien siempre quiso ser escritor, la poca literatura que conseguía soportar eran las revistas de caza y deportes. Se graduó sin mayores méritos en el sistema público de escuelas locales y a los 18 años comenzó a trabajar en un aserradero de California junto a su padre, cuyo alcoholismo se había agravado.

Sin embargo, llevaba un tiempo tonteando con una joven de 15 años que trabajaba de camarera en el mismo restaurante que su madre. Allí la conoció y un año después se casó con ella, ya que estaba embarazada. A los 12 meses, repitieron la paternidad. Con el organigrama familiar absolutamente formado sin llegar a la veintena, comenzó el caos y un tren de vida destructivo para ambos. Carver trabajaba como conserje o repartidor y su esposa, Maryann Burk, como vendedora comercial o camarera.

Un trabajo envasando fruta

En las dos primeras semanas de matrimonio, Burk se dedicó en exclusiva a trabajar envasando fruta para comprarle a Carver una máquina de escribir. De su primer matrimonio quedan dos hijos, una mapa con múltiples mudanzas en busca de trabajo y sustento y un historial de violencia escandaloso.

Carver había comenzado a beber y pronto fue capaz de desarrollar un alcoholismo galopante, mucho más intenso que el de su padre. Su esposa también bebía, aunque menos. Ambos eran malos para el otro, pero él era violento y maltratador. De los 25 años que pasaron juntos quedan tres anécdotas terribles que dan cuenta de la dimensión del conflicto y el grado de ruptura que existía dentro de Raymond Carver y, por momentos, en Maryann Burk.

La primera no tiene fecha, fue una conversación. Sin venir a cuento, el escritor había dicho que, si tuviese que elegir entre su carrera literaria o su vida familiar, no dudaría con cuál quedarse. Su esposa, como consecuencia, se pluriempleó como telefonista y camarera para que Carver no sintiese una amenaza que le impidiese escribir. El dinero era una cuestión de mucha relevancia para sus vidas, ya que conocían la ausencia y sus consecuencias.
La segunda anécdota sucedió en 1970. Habían tomado un vuelo y ya en el embarque ambos estaban visiblemente borrachos. Durante la mayor parte del trayecto, Burk estuvo propinándole puñetazos sin parar a su marido, que solo fue capaz de limpiar la sangre de su rostro con un pañuelo.

La tercera ocurrió en 1975, cuando el alcoholismo de Carver se situaba en un punto inalcanzable. Las infidelidades dentro de la pareja eran muy frecuentes; sin embargo, las de su esposa no estaban bien consideradas y era duramente castigada por ellas. En el desarrollo de una comida y con unas copas de más, Burk ligaba con un hombre. Carver, al ver la escena, agarró una botella de vino y se la partió en la cabeza a su esposa. Los cristales provocaron múltiples heridas y un gravísimo corte en una arteria que casi la mata.

Un caladero de talento

Para iniciarse en la literatura, Carver se apuntó a un curso impartido por el novelista John Gardner. Este se convirtió en su mentor y vio un caladero de talento real en aquel joven padre, terminado por sus vicios y el trabajo. En 1961, publica su primer relato y se involucra en la edición de una revista. Además, había logrado una plaza muy barata en la universidad de Iowa debido a su pésimo estado económico. Sin embargo, fue expulsado el segundo año al no aprobar casi ninguna materia.

De nuevo, se mudó a Sacramento. Allí trabajaba como celador nocturno en un hospital, turno que aprovechaba para escribir. Hacía poesía y la presentaba en un taller de escritura, su profesor le ayudó a publicar su primer poemario. El cambio llegó en 1967, cuando su relato ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? se coló en el recopilatorio anual de mejores relatos estadounidenses del año. Atrajo la atención de varias miradas y pudo posicionarse para un puesto de editor de libros científicos, el cual consiguió.

Al otro lado de su edificio trabajaba el hombre que le cambiaría la vida, Gordon Lish. En aquel entonces investigaba sobre lenguaje para un laboratorio psicológico. Construyeron una fecunda amistad que no se veía afectado por los problemas de alcoholismo y violencia de Carver, tampoco por la posesividad de Lish. Y en un giro del destino, Lish se convierte en el editor de ficción de la revista Esquire, por lo que Carver publica en 1971 el relato Vecinos en sus páginas.

Aquel espaldarazo permitió que pasase a formar parte de los círculos de enseñanza universitaria y a saltar de centro en centro. En 1973 regresó a Iowa para dar clases, compartía departamento y adicción con el escritor John Cheever. En aquellos años y por boca del propio Carver, estima que dedicó la gran parte del tiempo al alcohol y la fiesta con Cheever, pasando meses sin desenfundar la máquina de escribir. Debido a sus numerosas ausencias, fue despedido. Entendió entonces que debía curarse y durante 3 años intentó sin éxito dejar la bebida.

Seleccionado para el National Book Award

En 1976, publicó su primer recopilación de cuentos, titulado también ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, en el que había estado trabajando durante 15 años. La crítica se rindió ante lo que parecía un nuevo modo de entender el cuento, o al menos una renovación. Fue preseleccionado para recibir el National Book Award, de gran prestigio.

En su primer trabajo asomaban y se presentaban algunas de las características que mantuvo, al menos, durante su primera etapa literaria. Por una parte, la técnica depurada y aparentemente sencilla de escritura. Aplicaba una técnica que había recomendado su mentor John Gardner: de cada frase que escribas, extrae la mitad de las palabras. Así componía belleza simple con difícil concisión. De hecho, se dice de Carver que puede dar datos como la clase social o su relación con el mundo con pocas palabras muy bien escogidas y, sobre todo, colocadas.

Temáticamente, Carver recoge lo iniciado por una escuela de realismo, pero lo lleva a otro lugar. Él opta por la mediocridad, siendo esta sucia, corrupta y fallida, en lo que a esperanza y progreso se refiere. Es el escritor de la rutina y del quiebre final del individuo aplastado por su contexto. Todo ello en frases mínimas, secas y precisas. Sin miedo a la suciedad ni lo aparentemente incongruente.

En el plazo de un año, Carver debe ser ingresado tres veces en el hospital por fallos orgánicos derivados de su alcoholismo. La señal parecía evidente y entonces sí logra librarse de su adicción. Recuperado por completo, intentó dar sentido a sus últimas décadas de vida y retomar también la relación con sus hijos, a quienes había definido como “una influencia maligna en mi vida”.

En 1977, conoce a la poeta Tess Gallagher y se casa con ella. Todo fue diferente, salvo por un continuado uso de la marihuana y, posteriormente, de la cocaína. En un mejor estado mental, decidió revisar su relación con Gordon Lish.

Tres años después, decidió tomar seriamente cartas en el asunto al hartarse de la impunidad de Lish, que trataba sus textos con libertad y los convertía en otros. Escribió una carta para poder aclarar diferentes asuntos sobre el libro que estaba escribiendo. Al terminar la carta, había más texto que en muchos de sus relatos. Sin embargo, a día de hoy parece innegable la necesidad de Lish en la edición, capaz de engrandecer mucho más el trabajo de Carver y en no pocas ocasiones reescribir los finales, esos que tan famoso hacían al propio autor.

De qué hablamos cuando hablamos de amor

En 1981, ve la luz De qué hablamos cuando hablamos de amor, la obra magna de Carver y una de las más importantes de la literatura a finales del siglo pasado, así como un tótem en el mundo del relato. Todos sus temas y personajes habían sido elevados a un estado de gracia, incluso presentando cuentos que se sitúan como los mejores de la producción estadounidense. A esta publicación siguió Catedral, de enorme éxito y con piezas de igual importancia y calidad.

La propuesta literaria de Carver, que apostaba por cortar la historia con un final brusco, levantaba más pasiones que ampollas, por lo que pudo entregarse también a escribir otros géneros, retomar su amada poesía y disfrutar de becas, en contraposición a lo que ocurrió en su juventud. Llevaba tiempo, sin embargo, con duros problemas de concentración para leer textos largos y en esa impaciencia justificaba su imposibilidad de escribir novela.

En un mejor estado, Carver decidió romper su relación con Gordon Lish, que no cumplía con su parte del trato. En años anteriores, el alcoholismo había servido como excusa para manipular al escritor, totalmente desnortado. Lish encontró un buen escriba al que convertir en autor con su edición. Cuando se efectuó la división, Lish comenzó a reclamar una coautoría por su grado de implicación y cambio en los exitosos libros de Carver.

La intervención de Lish dio lugar a una polémica cultural impactante tras la prematura muerte del escritor. Al publicarse los manuscritos y correspondencia entre ambos hombres, se observa que la genialidad aplaudida y que elevó a Carver pertenecía, en la mayoría de los casos, a un trabajo editorial excesivo de Lish, que se saltaba los límites. En conjunto, habían creado una literatura novedosa, única y de calidad. El debate, sin embargo, permanece abierto y pueden encontrarse ediciones con y sin la mano de Lish, muy patente en algunos de los relatos más icónicos del autor.

Comienza a toser sangre

En septiembre de 1987, al igual que le había ocurrido a su venerado Chejov, Carver comienza a toser sangre. Los doctores encuentran un grave cáncer de pulmón. Se somete a una operación, en la cual seccionan dos tercios de su pulmón izquierdo, y recibe radioterapia muy agresiva. Está convencido de que quiere sobrevivir, aunque no podrá superar la enfermedad, que además se propagaba hacia el cerebro.

Con el peor de los diagnósticos en la mano, decidió quedarse con la tranquilidad. Pescaba, vivía en el campo y escribía poesía como nunca en su vida. Entró en contacto con su gran mundo íntimo y aceptó desde lo doméstico la inevitable muerte. Fue capaz de concentrar todo lo ocurrido en los 50 años que había vivido en aquellos versos y textos del final, aludiendo a sus mujeres, a sus hijos, incluso al doctor que lo adjetivó de terminal. Su compañero más inesperado fue Antonio Machado, al que descubrió por unos versos en la radio y cuyo libro Campos de Castilla estuvo en la mesilla de noche hasta su muerte.

El 2 de agosto del año siguiente, Raymond Carver falleció. Legó sus derechos a su segunda esposa y entre sus voluntades se encontraban las palabras de su lápida. Lo importante, como siempre, fue el orden. “Poeta, escritor de cuentos, ensayista”.