Más que luz verde
En la búsqueda de la gran novela americana, aquella capaz de concentrar todo el momento y pensamiento de una nación como Estados Unidos, tres autores se alzaron sobre el resto. Todos ellos imponían su tradición particular. A Ernest Hemingway y William Faulkner les había salido un joven competidor, seguidor de la escuela de Henry James. Se llamaba F. Scott Fitzgerald y apostaba por el ruido, el ritmo y el hedonismo. Así, a los 28 años, se atrevió a reunir una época y detonarla. El gran Gatsby está de centenario y sobrevive con vigencia, como un espejo de los tiempos caóticos al borde de la ruptura.
"El libro sale hoy y me invaden miedos y presentimientos. Supongamos que no es del agrado del público femenino porque no sale ninguna mujer importante y no le gusta a la crítica porque habla de los ricos y no salen campesinos de Idaho en plena faena, así se despachaba el propio autor con su editor en una carta. Aquel 10 de abril de 1925, las librerías colocaban en sus escaparates el tercer libro de Fitzgerald.
La portada la había diseñado Francis Cugat, hermano del rey del mambo, Xavier Cugat. El artista de ascendencia catalana tenía una visión esotérica de la novela y así lo plasmó. El art decó domina el dibujo. Dos enormes ojos y unos labios femeninos penden del cielo azul nocturno, por encima de la noria de Coney Island. En cada uno de los iris, la silueta de una mujer desnuda. Fue el único trabajo editorial de Cugat y con esta ilustración, que el autor rogaba a la editorial para retenerla, quiso capturar la esencia.
Fitzgerald había amasado una buena cantidad de dinero y fama con sus anteriores trabajos, A este lado del paraíso y Hermosos y malditos. El público aplaudía una visión tan clara y, a la vez, tan difuminada de la sociedad. Bordeando lo onírico, reflejando el día a día. Ya había tratado las vidas de los nuevos ricos en estos textos y tonteaba con el romanticismo platónico como respuesta a la sensación posterior a la Primera Guerra Mundial. Con esos mimbres se sentó durante tres años a elaborar su Gatsby.
Fitzgerald quería narrar su dolor biográfico
La historia que confecciona el autor puede parecer básica si se lee en una lectura simple, sin ahondar en el símbolo y la dificultad no solo de la estructura, sino de los personajes. El esquema sí es canónico y comparable. Es amor, pero no cualquiera. Fitzgerald ansiaba narrar su propio dolor biográfico, como hizo en casi todos sus escritos, y para ello absorbió su contexto, que luego ficcionaría. Influyeron otros dos elementos: el cómo escribirlo y el cómo publicarlo.
La trama presenta un pueblo imaginario, West Egg, y un nuevo vecino que se muda a una humilde casa para trabajar en verano en Nueva York. Este hombre, Nick Carraway, vive al lado de Jay Gatsby, poseedor de una mansión y una fortuna de dudoso origen. Sin embargo, entre las fiestas imperdibles que se dan en el palacete, ambos hombres congenian en una amistad profunda. Todo el hedonismo que rodea a Gatsby es una gran excusa para recuperar a Daisy, el amor de su vida, que no pudo esperar a que se hiciera rico y se casó por interés. Vive al otro lado de la bahía con una luz verde que Gatsby vigila.
Esta premisa no es capaz de condensar todo el espíritu del momento que Fitzgerald canaliza. Es el jazz y la riqueza, la despreocupación, la independencia, las mujeres liberadas y el ascenso de las ideologías más discriminatorias, las batallas de dinero joven contra antiguo, la estética y un largo etcétera. Ese contexto, sin embargo, hubo de vivirlo para plasmarlo.
"Es lo que siempre fui: un joven pobre en una ciudad rica, un joven pobre en una escuela de ricos, en Princeton. Nunca pude perdonarles a los ricos el ser ricos, lo que ha ensombrecido mi vida y todas mis obras. Todo el sentido de Gatsby es la injusticia que impide a un joven pobre casarse con una muchacha que tiene dinero. Este tema se repite en toda mi obra porque yo lo viví", expuso el autor en sus memorias.
Durante la era de bonanzas e ilusiones, Fitzgerald conoce a una joven llamada Zelda y ambos rompen la noche de Nueva York con extravagantes fiestas, gustos escandalosos y un sinfín de crónicas sociales. Eran estrellas de un extraño modo, porque verlos era como observar el tiempo. Se acabarían como la década lo haría.
Zelda acepta casarse con un pobre
La reticencia de Zelda a casarse con el escritor se deshizo tras la publicación de Hermosos y malditos, que le indicó por su éxito que podría darle buena vida y llena de bohemia. Antes de eso, le había negado el anillo, alimentando la neurosis del muchacho. Las dolencias mentales de ella y la adicción a la bebida de él marcaron desde el principio la relación, que vivía en tensión constante. Luego llegaron los centros de reposo mental, que se sumaban al carísimo tren de vida de ambos. Fue necesario escribir y vender mucho para mantenerse.
Antes del lanzamiento de El gran Gatsby y luego de sus dos novelas, Fitzgerald escribió muchos cuentos. Supo ver para quién. Hablaba de la gente aspiracional con ansias románticas y voluntad de elegancia. Jóvenes ruidosos y adinerados, urbanitas y fiesteros, universitarios y muy enamoradizos. Los relataba y criticaba, pero con el dinero que amasaba, solo se colaba en ese mismo mundo.
Los locos Años 20, en los que él se coronó tanto cultural como socialmente junto a Zelda, fueron eso por más motivos que los antes expuestos o el desenfreno, como resumen. Los cambios reales en las vidas de las personas de a pie sucedían con velocidad y cada día se creaba un nuevo modo de existir. Además del avance social y relacional, que empujaba límites rígidos para mujeres o personas racializadas, la tecnología cotidiana fue una revolución. La radio entró en los hogares para llevar la cultura y la música, el teatro moría en favor de los salones de casa y las pistas de baile. La moda, y todo en general, se liberó para permitir el baile.
Fitzgerald vivía rodeado de esta alegría y esta belleza. Mantenerse en la cima resultaba complicado y el descenso amenazaba con frecuencia. Comenzó la escritura real de la novela al mudarse a una villa de Long Island luego de ser padre. Allí muchas mansiones y vecinos lo inspiraban. Sin embargo, al año siguiente descartó alrededor de 18.000 palabras que llevaba escritas. Decidió alejarse de su proceso clásico para intentar un logro artístico consciente, según sus palabras a su editor, Maxwell Perkins.
Después de una crisis matrimonial en la riviera francesa, el autor envió un manuscrito que consideraba terminado a Perkins en septiembre de 1924. "Puede que la mía sea la mejor novela estadounidense jamás escrita", le confesó en la carta. Algo similar hizo con su agente. "Le envío por separado el manuscrito de El gran Gatsby para intentar que se publique por entregas", explicó. Fitzgerald aspiraba a sacar tanto dinero como pudiese.
Después de que la revista Liberty rechazase la delirante cantidad solicitada por cada entrega, el sello Scribner's apostó por la novela, cuyo título no gustaba. El original era Trimalción, en homenaje al personaje del Satiricón de Petronio. Tras unas correcciones, el libro finalmente llegaría aquel 10 de abril de 1925.
Las ventas son escasas
Ante el nerviosismo del autor, Perkins decidió enviar un telegrama días después informando de la situación de ventas y críticas. Las ventas parecían dudosas, aunque las críticas resultaban excelentes. Ambas fueron mentiras. En los primeros meses de circulación la novela apenas había vendido 20.000 ejemplares, cuando Fitzgerald había sopesado la cifra de 75.000. Y los críticos, en el mejor de lo caso, se mostraban tibios. Había fracasado.
"Lo habré leído tres veces y me ha interesado y emocionado más que cualquier otra novela que haya leído, ya sea inglesa o norteamericana, en todos estos años. De hecho, lo considero el primer paso adelante que ha dado la ficción estadounidense desde Henry James", le escribió en privado el poeta T.S. Eliot, igual que las autoras Edith Wharton y Gertrude Stein.
Los elogios no le bastaban. Las reediciones no tenían salida pese a los intentos de la editorial. El gran Gatsby se adelantaba a un cataclismo social y al fin de una era, lo que parecía imposible en su presente. Matar la diversión y la libertad tuvo el precio de la incomprensión. Sin embargo, así fue capaz de construir al humano contemporáneo, corriendo hacia el futuro en busca de promesas endebles.
La novela muestra el riesgo de confundir la realidad con los deseos, lo vivido con lo ansiado. Fitzgerald propone huir a una realidad aparte, construida absolutamente de fantasía, y desde ella sustituir la vida real por esto. Así, Gatsby supera lo corpóreo y se identifica como una criatura puramente literaria. Aunque, eso sí, ha sabido trascender las décadas y las fronteras dando forma a un nuevo dandy, una figura propia.
A pesar de la ayuda de sus amistades, el autor atraviesa una dura racha económica que lo limita a nivel editorial y lo fuerza a aceptar trabajos menores, como en Hollywood. Ya no vivía con Zelda, la pareja se había roto. La supervivencia se imponía. Su adicción al alcohol precipitó su ocaso tanto personal como artístico.
El alcoholismo le provoca un fallo cardíaco
La obra de Fitzgerald está considerada una de las mejores del siglo pasado y una de las más leídas de Estados Unidos, también de las más vendidas. El autor recibió apenas 3.800 euros por su trabajo. Después de la Segunda Guerra Mundial, El gran Gatsby vive un resurgir y es recolocada en el lugar que merecía. Una obra maestra. Sin embargo, Fitzgerald había fallecido ya en 1940 a causa de un fallo cardíaco consecuencia de su alcoholismo. Jamás llegó a ver el verdadero fruto de su trabajo.
La perspectiva que él había dado sobre el sueño americano pasaba de generar polémica y rechazo a ser reverenciada. Gatsby, y su autor por extensión, se convierten en el eslabón perdido del pasado con un presente insólito. La novela de los nuevos ricos versaba también sobre el fracaso humano y los sueños falsos, el dinero y lo imposible, de la realidad y el destino. Fitzgerald nunca satisface al lector en sus líneas, rehuye lo evidente y despliega una niebla en cada página, personaje y acto. La compleja verdad sin juicios.
La escritora Dorothy Parker, amiga íntima del autor, fue una de las pocas personas que acudió al entierro. Lo mismo le había sucedido a Gatsby al final de la novela, que muere. En aquella humilde situación, casi humillante, Parker se inclinó sobre el cuerpo sin vida para decirle: "Pequeño hijo de puta". Esa misma frase la pronuncia un enigmático personaje de la novela que apenas se ve en el transcurso. Ese mensaje va dirigido a Gatsby, también velado.