Miquel Barceló, un barro precoz y centrífugo

Miquel Barceló, a la izquierda, en una de sus muestras /AEP
Cuando la catedral de Notre Dame sufrió un devastador incendio el 15 de abril de 2019, un hombre entre la muchedumbre se lamentaba de manera especial. Lo comparaba con un cuadro de Rothko por el contraste de colores. Ese hombre, el artista Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca; 1957), vivía cerca del lugar y ahora diseña tres tapices para el renovado edificio

En un momento como el actual para las Bellas Artes, del cual los expertos y creadores coinciden en calificar como sobresaturado y en colapso, todavía ciertas personalidades se resisten a sucumbir o atascarse. Miquel Barceló ha atravesado las décadas como una fuerza propia dentro del arte global, especialmente de la pintura y la cerámica, aunque suyo es el término todoterreno. Ahora lo recuerda todo en sus memorias, De la vida mía (Galaxia Gutenberg), que no son del todo un libro, más bien un collage.

Barceló saltó a la fama de manera estelar y se convirtió en un punto convergente de estilos en decadencia que, en su cóctel personal, renacían con un pulso desafiante, original. Maestros afianzados lo recibían al mismo tiempo que lo veían pasar por delante. A Antonio López arrebató el récord de ser el artista español vivo más cotizado con Faena de muleta, subastado por Christie’s en 4 millones de euros. Pero antes de toda la importancia, él fue un niño insular.

La vocación de artista ya se respiraba en el hogar familiar. La madre de Barceló pintaba al aire como los impresionistas y también en el interior, por lo que en su casa siempre olía un poco a óleo y pintura. Creció junto a ese trasiego de su madre, con la que muchos años después formaría equipo para concebir obras textiles con bordados. Además, su tío fue el primero en instruirlo en técnicas de dibujo, composición y pintura, las cuales reconoce conservar hasta el presente. En esa época también descubre a Joan Miró, quien le abre un mundo de posibilidades para expresarse y reproducir formas animales, su gran obsesión.

Mallorca es su principal escuela, en el sentido amplio. El mar y las grutas de la isla lo conectaron desde niño a un modo muy primitivo de entender el mundo, entre luces y oscuridades, entre relieves y oquedades, entre materiales y vacíos.

La pesca y sus olores, sus emociones, fueron claves en el desarrollo de su mirada y su paciencia. Ahí interviene la mano de su padre, que se decepcionó mucho al saber de la vocación de su hijo. Tradicional y muy serio, el padre no comprendía la posibilidad de vivir vendiendo cuadros. Durante 20 años su relación fue distante y ardua. Pensaba, en su posición, que Barceló vendía drogas para sobrevivir. Pero cuando entendió lo que sucedía, pasó a hablar con él de Picasso, Matisse y Cezanne y, finalmente, se declaró fan de su hijo.

“En Mallorca aprendí los nombres de los árboles, los peces y los pájaros. Aprendí a silbar, a tirar piedras, a pescar, a matar y destripar liebres y corderos, y a cocinarlos. Muchas veces pinto lo que mato o como”, declara en sus memorias. Sufre por la destrucción de su cultura ancestral en la isla, pero se alegra al menos de haberse criado en una sociedad agrícola extinta.

Sin embargo, Barceló fue también un niño pretencioso que se encerraba en la biblioteca, porque la lectura es su bálsamo. Llamaba a su pueblo Felanietszche, en lugar de Felanitx. Su infancia se dividió en días de absoluta literatura o de absoluto buceo, horas y horas bajo el mar.

Un viaje a París en 1970

Para dar forma a sus impulsos artísticos, se apunta a la Escuela de Artes y Oficios de Palma. En 1970, un viaje a París le permite conocer nuevos modos de expresión. Allí entró en contacto con el Art Brut, las pinturas de Paul Klee y Jean Dubuffet, y el impacto que le supusieron marcó su trayectoria para siempre. Después de dos años estudiando, decide probar suerte formándose en Barcelona. Aguanta solo unos meses dentro del sistema universitario y se vuelve autodidacta, especialmente aprendiendo sobre la pintura de Lucio Fontana, Mark Rothko, Jackson Pollock y Willem de Kooning.

Tras haber participado con 16 años en su primera exposición colectiva, Barceló logra organizar su primera muestra individual en Galería d’Art Picarol al año siguiente, todavía siendo menor. En 1976, se adscribe al grupo de arte protesta Taller Llunàtic, de gran relevancia por sus performances y happenings. Aunque su propuesta conceptual se aleja de la visión artística del joven, permanece junto a ellos y destaca sobre los demás en su primera exposición en Barcelona.

Simultáneamente, el Museo de Mallorca lo invita a crear una muestra, Cadaverina 15. Barceló expuso 225 cajas con productos orgánicos e inorgánicos que se degradaban y descomponían en directo, día a día. Provocó un gran impacto por cómo ponía el foco sobre el concepto de la muerte no desde lo tajante, sino desde lo progresivo. Así también dio señales de cuál era su verdadero interés en la performance y cómo quería vincularse a ello.

En 1977, con 20 años, logra exponer en la galería Mec Mec, en Barcelona. Sorprende al presentar tres cortinas muy pesadas, cubiertas de pintura y con elementos orgánicos adheridos. Su necesidad expansiva, ya obvia en su arte, se evidenciaba en su plano más íntimo. Su isla lo asfixiaba. "Cuando naces en un pueblo tan pequeño, o eres centrífugo o centrípeto, yo he salido centrífugo", explica sobre su decisión de explorar mundo y moverse como un nómada durante décadas.

Se abre a la experimentación

Durante los siguientes años, Barceló se abre a la experimentación para continuar formando su visión artística y nuevas vías de expresión. Quizás de manera inconsciente se adscribe a una corriente expresionista y lucha por recuperar la pintura, siguiendo en esos momentos la inspiración provocada por Velázquez, Tintoretto y Rembrandt. Así, dota a sus pinturas de gruesas capas de materiales y somete a los lienzos a cambios térmicos, los coloca a la intemperie, genera reacciones químicas y físicas en ellos, los oxida, los cuartea; todo ello con voluntad de extraer lo que denominó "entrañas del cuadro".
Con la llegada de los 80, su vía artística inicia un proceso transformador diferente. Poco a poco entra en una fase de depuración, lo que se traduce en eliminar elementos narrativos de su obra. Así, el trabajo de Barceló pasa a representar un espacio irreal, a menudo transparente, agrietado o con perforaciones. A base de ahondar en ello y en el retorno a la pintura figurativa, genera un punto medio entre las dos grandes tendencias del momento: la nueva pintura expresionista alemana y la transvanguardia italiana.

Sus esfuerzos artísticos se ven rápidamente compensados. Barceló forma parte de la XVI Bienal de São Paulo, en el Pabellón Español, en 1981. Al año siguiente, expone en solitario en Toulouse y se convierte en el único artista español seleccionado en Documenta 7 de Kassel. Así, con 25 años, se alza como una de las grandes promesas internacionales de las artes gracias a su presencia en dos de los actos más relevantes del mundo. Los ojos se posan sobre él ante lo que se define como una genialidad precoz y experimental.

Desde su estudio de Barcelona encara su carrera, aunque comprende la necesidad de volver al lugar que lo despertó estilísticamente. Así, recae en París, desde donde también mueve su producción. Gracias a los grandes escaparates que lo acogieron, galerías, museos y coleccionistas se pelean por conseguir obras de Barceló. Las cotizaciones comienzan ya entonces en precios insólitos para un artista de su edad.

Durante los siguientes años se consolida como un referente en el panorama español y forma parte de una generación de artistas globales que procuran lo corpóreo, es decir, que la pintura recupere la sensibilidad por lo material. Su trabajo se expone en Zúrich, en el MoMA de Nueva York, en la Bienal de Venecia y en Nápoles, donde conoce el trabajo de pintores locales con ceniza volcánica, la cual pasa a incorporar como un material más.

Francia acoge en Burdeos la primera gran exposición dedicada a él en exclusiva, en 1985, y con carácter itinerante pasa por Madrid y Boston. Debido a su mérito innegable y trascendencia, el Ministerio de Cultura le entrega el Premio Nacional de Artes Plásticas cuando cuenta con 29 años.

Un trabajador que nunca se cansa

Muchos compañeros de profesión ven en aquel momento varios rasgos que con el paso del tiempo perduran en él. Achacan su éxito a una inusual capacidad infatigable de trabajar, siendo Barceló el único artista que faltaba a las fiestas de inauguración o del mundillo, también a su carisma y su buen ojo lector, que lo aproxima a lo que ocurre en el planeta. Sin embargo, voces de su círculo íntimo mantienen que hasta el dia de hoy presenta un carácter arrollador e insaciable, desarrollando incluso comportamientos vampíricos con quien se le acerque. Sin voluntad de herir, lo acusan de saber cómo absorber la energía vital de otros artistas.

Pone rumbo a Portugal y huir de España, en cierto modo. Aspiraba por aquel entonces a acercar su pintura a una nueva realidad material, recuperar a su vez los inicios tan próximos al mar, a la luz y lo animal. Al terminar su aventura por el país luso, compra un Land Rover y se marcha a África con el diseñador Javier Mariscal. Pasan por Marruecos, el desierto del Sáhara y terminan en Mali, en donde viven durante 9 meses. Aquel lugar tan bello embrujó a Barceló, quien alquiló una casa y decidió quedarse.

"En Malí, entre los dogones, creía que era el mundo de mi infancia. Sin mar, pero con cuevas y acantilados. Lo que no había entendido a los diez años lo aprendí con ellos", explica el artista en sus memorias.

Las pinturas de Barceló rozan entonces la pulcritud luminosa más alta en su trayectoria, período al que denominan de pinturas blancas. Después de la simplificación extrema, recordó lo visceral que lo conecta a la tierra y al arte. En Mali asimiló como propia una doctrina filosófica que había conocido en su infancia: el animismo. Puso así el alma en el centro de las cosas.

Durante todos sus días en las dunas y en situaciones precarias extrajo conclusiones que aplicaba a su creación, siempre que el clima lo permitiese. Se reencontró con el arte informal y sus lienzos recuperaron las texturas laboriosas y, en especial, lo terroso. Además, el mar volvió a él como un tema para explorar. Su espíritu nómada y la energía feroz con la trabaja se tradujo en la búsqueda de nuevas posibilidades. Comenzó a trabajar con frutas, algas, sedimentos y pigmentos caseros, entre otros materiales.

Una sociedad que se confunde con la naturaleza

Al encontrar una sociedad unida espiritualmente con la naturaleza, Barceló obtuvo nuevas visiones antiguas. A la vuelta de un viaje a Senegal se disgustó al ver parte de su trabajo consumido por termitas. Luego comprendió la importancia de esa intervención y cómo las obras mejoraban al formar parte de la misma naturaleza. "Pintar es aprender a aceptar las cosas, quizá la vida también, pero pintando se tiene que aceptar todo, lo que está bien, lo que está mal, los imprevistos...", explica al respecto.

Barceló inventó la xylofagia, una técnica artística que consiste en colocar papel húmedo encima de las termiteras para que los insectos consuman el material. Sin embargo, una noche durmiendo junto a sus pinturas sufrió un accidente. Las termitas presentan como depredadores naturales a los escorpiones. Uno de estos se coló en la casa y atacó al pintor pinchándolo en un ojo, el cual pudo perder si no fuese porque se salvó la retina y el aguijón se clavó en el lacrimal.

Las condiciones vitales de Mali, en especial el clima, limitaban la producción artística del mallorquín. Como consecuencia, entra en contacto con la sociedad ceramista del país; que son las mujeres, por discriminación. Sucedió durante una época de fuertes vientos con arena que impedían pintar. Tras unas burlas iniciales, es bien recibido y aprende la artesanía local. Al igual que sus maestras, extrajo barro de la montaña, lo mezcló con excrementos de vaca y cabra, amasó y modeló. Desde ese momento, su técnica artística integra la cerámica como un modo de expresión más, lo combina con el lienzo y cuenta con más de 4.000 piezas sobre sus temas recurrentes.

La proyección internacional de Barceló no se detiene ni un momento y ninguna sala se cierra a recibir su trabajo. Tanto es así, que su obra se presenta en el Louvre, en 1993, dentro de una exposición colectiva de visionarios y vanguardistas. En los años siguientes repite en la Bienal de Venecia, el Pompidou dedica a su trayectoria la mayor retrospectiva hasta el momento y forma parte de la inauguración del Guggenheim de Bilbao. Con el cambio de siglo, Miquel Barceló recibe en 2003 el Premio Príncipe de Asturias de las Artes a los 46 años.

Para entonces lejos había quedado toda la influencia de Mali, que fue interiorizado como lecciones para aplicar y ver el mundo, no como un único material. Por queja de una novia, que dijo que sus pinturas se habían petrificado, decidió dar un aspecto más dramático a su producción, alejarse de lo mediterráneo e iniciar una serie de obras dedicadas a la tauromaquia. Con esta decisión se encumbró y las pujas por sus obras alcanzaron cifras millonarias.

Ilustra La comedia de Dante

Gracias a las ilustraciones que realiza de La comedia de Dante, consigue convertirse en el primer artista contemporáneo vivo en exponer en solitario en el Louvre. Colocan su trabajo junto a Delacroix. Sin embargo, sus dos grandes obras todavía no habían sido concebidas.

Por una parte, había recibido el encargo de crear una intervención para la catedral de Mallorca y dar forma a un altar. En 2007, tras casi diez años de trabajo, Barceló inauguró la Capilla del Santísimo, una obra cerámica y pictórica que funciona como una representación de la multiplicación de los panes y los peces. En total, 300 metros cuadrados donde el mar, las grutas y la fauna de su Mallorca tocan el cielo.

En 2008, termina el encargo del Gobierno de España de realizar la cúpula de la sala de los Derechos Humanos y de la Alianza de Civilizaciones, en la sede de las Naciones Unidas en Ginebra. Después de 20 millones de euros y 100 toneladas de pintura, Barceló entregó al mundo una obra de 1.600 metros cuadros inabarcable para la vista humana. Invocando una Capilla Sixtina renacida, el mallorquín lleva al máximo la idea de la pintura contra la gravedad al colocar en el techo estalactitas formadas con fuertes aglutinantes y pigmentos de todos los lugares. Ese fondo marino recreado a escala gigante y con materiales de todo el mundo busca dar una impresión de unidad y pertenencia al mismo planeta.

Hasta el presente, los reconocimientos no han cesado y aumentan el estatus de Miquel Barceló como un referente de trascendencia. El encargo de cubrir Notre Dame con tapices que representarán a Noé, Moisés y el Antiguo Testamento es solo otro signo de su supervivencia al paso de los tiempos y su carácter internacional, un artista global. En el momento más privado del artista, vuelve al alma y abre sus recuerdos a todos. “Nunca he trabajado, me he engañado cada día de mi vida con mi pintura”, expone en sus memorias.