Arrullos de exilio y azúcar
Solo entonces permitieron un pequeñísimo homenaje a la artista que confrontó a Fidel Castro y simbolizó la lucha de los exiliados. Ese fue el único acto por el centenario de Celia Cruz. Si desde hace años puede hablarse de un buen momento para la música hispana o de la dominación global de los ritmos latinoamericanos, es gracias en parte al trabajo previo. En muchas de las canciones de estos artistas, como Bad Bunny en su más reciente disco, se menciona y agradece explícitamente a esos músicos que con dificultad llevaron su cultura musical sin fronteras. En los años 70, la salsa corría por Nueva York revitalizando el país entero. Una sola voz movía los salones allí y los escenarios del mundo. Celia Cruz cantaba con su característico "¡Azúcar!" en la lengua y el corazón siempre en Cuba, su isla.
Parece mentira que una persona con más de setenta álbumes grabados, giras por todos los continentes, reconocimientos en todos los ámbitos de la sociedad, desde doctorados a medallas al mérito artístico, más de 20 discos de oro y premios de todo tipo, entre ellos varios Grammy, sintiese alguna derrota. Sin embargo, a Celia Cruz le habían arrebatado la raíz y la posibilidad de volver a su hogar. Se convirtió en embajadora de Cuba en el mundo mientras el régimen la borraba de su historia. Ella cantaba al poder, es decir, a su gente.
En el barrio de Santos Suárez de La Habana la calle es una extensión natural del hogar y allí se escucha entremezclado un ruido compuesto de rezos católicos, pregones políticos, lenguas ancestrales y música girando en tocadiscos. Allí, con cuerpo inquieto y voz de tambor, se movía una niña a la que su tía Ana gritaba: "¡Menéate!". Celia Cruz nació allí hace cien años. Se sabe pese a su deseo expreso de no mencionarse nunca su edad, con la que siempre jugó número arriba, número abajo.
Ella y sus tres hermanos crecieron en una familia humilde sostenida por un padre fogonero de ferrocarriles y su madre, ama de casa cantarina y dotada de gran voz. La casa acogía también a varios primos, once en las temporadas fuertes, para los cuales se necesitaba no solo de las manos de Celia, también de sus nanas. Arrullando a los bebés para dormirlos fue como descubrieron su don.
Con 12 años de edad, Cruz paseaba por las calles jugando y cumpliendo con recados. En una ocasión, un turista la escuchó cantar y le pidió un par de piezas para él. La recompensa fue un par de zapatos nuevos. Al llegar a casa, su madre celebró y su padre se preocupó. Repitió suerte con nuevos forasteros hasta que terminó de calzar a todos los niños de la casa. Se interesó después por el baile. Desde afuera de las vidrieras miraba atenta el interior de los cafés. Deseaba entrar y unirse.
El talento para el canto se abría paso como un motor familiar más. La vocación artística se imponía a disgusto del padre, quien se mantuvo firme en la obligación de formarse y obtener un oficio.
Celia Cruz comenzó a airear su voz en ondas radiofónicas como participante de diferentes concursos, como ‘La hora del té’, y los oyentes adoraban su tono lleno de matices. Su primera victoria le otorgó como premio una tarta; la siguiente, una cadena de plata. Después ganó 15 dólares, una buena cantidad en el momento, y la pregunta no tardó en producirse. ¿Sería ese su camino?
Fue obligada a estudiar Magisterio para vivir tranquilamente como maestra de escuela, aunque en el último curso salió de la universidad para ingresar al Conservatorio Nacional de Música de La Habana. Le enseñarían a cantar mejor y adquirir una técnica con la que domar el animal salvaje afincado en su garganta. En aquellas aulas entró en contacto profundo con los ritmos cubanos y el sonido de su tradición, que jamás soltaría.
Gracias a su interpretación del tango ‘Nostalgias’, Celia Cruz fue fichada por la agrupación Mulatas de Fuego como su voz principal y además de ofrecer recitales en Venezuela y México, se convirtió en una habitual de las radios cubanas. En 1950, la contactan desde la Sonora Matancera, entonces la banda más popular de Cuba. Su vocalista regresaba a Puerto Rico y quedaba una vacante. Ella accedió a la oferta. En el primer ensayo general, conoció al segundo trompetista Pedro Knight, que terminaría siendo su marido y manager.
Cruz debutó con la Sonora Matancera el 3 de agosto de 1950 y nada volvería a ser como antes. Pasó a codearse con figuras mundiales de la trova y los ritmos cubanos, como Compay Segundo, y a engrosar en directo el repertorio de clásicos. Gracias a su interpretación de ‘Burundanga’ consiguió viajar a Nueva York en 1957 para recoger su primer disco de oro. Rápidamente se hizo con el título de Guarachera de Cuba.
Pese a un crecimiento imparable, su querida isla vivía un momento de convulsión total. La lucha contra el régimen de Fulgencio Batista se había incrementado notablemente en los últimos años de la década. Y quien había accedido al poder con un golpe militar fue derrocado con otro. El éxito de la Revolución cubana el 1 de enero de 1959 descolocó a parte de la sociedad mientras otra celebraba. Fidel Castro había tomado el mando y se avecinaba el cambio.
Castro se encontraba entre los fervientes admiradores de Celia Cruz, especialmente por su energía y cubanismo. La cantante, por su parte, comenzaba a cansarse de las órdenes y la censura sobre qué cantar y cuándo. Durante ese primer año de gobierno las relaciones entre Estados Unidos y el régimen se recrudecieron, lo que empeoró la calidad de vida de las bandas musicales. Por eso ante la posibilidad de cerrar un jugoso contrato en México, la Sonora Matancera peleó el permiso de salida para actuar en el país vecino. En el vuelo de ida, el director de la agrupación les hizo saber que el billete no incluía fecha de retorno. Celia Cruz jamás regresaría a Cuba.
Un año después de recibir aplausos y buen dinero, la cantante tomó la decisión de trasladarse a Estados Unidos y fijar su residencia. Probó en Miami y en California, donde firmó su primer contrato para actuar en el Hollywood Palladium, pero se decantó por quedarse en Nueva York por culpa del clima. Odiaba el calor. Los siguientes años probaron su suerte y paciencia después de ser oficialmente vetada por el régimen. Abrirse camino en un nuevo país suponía un riesgo de renacer o perecer.
Parte de su mundo se derrumbó en 1962. Una noticia llega a Celia Cruz sin demora. Su madre había muerto. Se le plantea la decisión de intentar un regreso, por corto que fuese, para velar y acudir al entierro. Su ánimo resultaba casi incontenible. El régimen castrista denegó dicho permiso para entrar a la isla y la cantante no pudo despedirse de su madre. Aquel hecho despertó en ella una furia que se convirtió en lucha abierta contra Fidel. Llegó a declarar su disposición a inmolarse con una bomba para matar al dictador.
"A mí no se me permitió aguantarle la mano cuando se estaba muriendo. Fidel y su gobierno nunca me perdonaron. Me castigaron por salir de Cuba no dejándome regresar para enterrar a mi mamá. Ese día pensé que se me iban a secar los ojos de tanto llorar. Fue entonces que decidí no pisar nunca más suelo cubano, hasta que no desapareciera ese sistema", confesó en los años 90.
Dos años después, durante una estancia en Miami por unos conciertos, consiguió su grito de guerra y la señal para independizarse como solista. Celia Cruz visitaba un restaurante cubano. Un día, un camarero le preguntó si quería café con azúcar. "Con azúcar chico! ¡Con azúcar!", gritó entre risas.
La noche siguiente al encuentro con el muchacho contó la anécdota durante un concierto en un cabaret. Comprobó cuánto gustaba al público. Con el paso de las semanas la apertura del show consistía en esa historia. Un día se negó a hacerlo. Al bajar del camerino una voz gritó por megafonía "¡Azúcar!". Todo el mundo se puso en pie.
En 1965 toma la decisión de salir de la Sonora Matancera para probar suerte por sí misma. Su marido se convierte en mánager y deja la trompeta. Publica ‘Canciones que yo quería haber grabado primero’ y recibe cierta atención. Un año después, el percusionista Tito Puentes le propone actuar con su orquesta, lo que culmina en 8 discos en conjunto. La fecunda colaboración de ambos le dio la oportunidad a Cruz para incursionar en la salsa, género que comenzaba a despuntar en Nueva York y atraía a cientos de personas a las salas.
La creciente escena latina en la ciudad suponía también el punto de encuentro entre lo caribeño, lo afro, lo jazz y, en cierto modo, lo político. El momento necesitaba de una diva para catalizar sus intenciones y posibilidades. Nacía lo que pasó a conocerse como salsa urbana y, gracias a las aportaciones tradicionales de Celia Cruz, el género adquirió profundidad con el sonido rústico que ella aportaba tras su paso por la Sonora Matancera.
En el año 1973, el público más joven se enamoró de su voz. Sucedió en el Carnegie Hall durante un concierto de música cubana. Celia Cruz cantó ‘Gracia divina’, la pista femenina. Aquella noche, derrotó a La Lupe, hasta entonces la única mujer en el género.
La cubana optó a integrarse en la orquesta Fania All Stars, un mito de la música hispana. Engrosó sus filas y colaboró con Johnny Pacheco, Héctor Lavoe o Willie Colón, padres fundadores de los nuevos ritmos latinos. Comenzó a ganar premios, varios Grammy entre ellos, y a vender miles de unidades. El éxito definitivo llegó con el concierto masivo en el Yanquee Stadium.
Celia Cruz aumentó el personaje y trabajó en una estética combativa, tan caricaturesca como fantástica, además de introducir al rol de cantante la naturalidad más cómica y el carácter cubano. Su vida se convirtió en eternas giras de cientos de conciertos alrededor del mundo. Fuera donde fuese, su nombre se coreaba. Pasó con éxito por Reino Unido y por Francia, aunque ella recordaba especialmente su parada en Zaire, actual República Democrática del Congo. Celia Cruz se subió al escenario con James Brown o B.B. King para el festival Zaire ‘74, conocido también por la pelea de boxeo entre George Foreman y Muhammad Ali.
La internacionalización de Celia Cruz la llevó a colaborar insólitamente con nombres tan dispares como David Byrne, Luciano Pavarotti, Los Fabulosos Cadillacs, Jarabe de Palo, Lola Flores, Lauryn Hill, Rubén Blades, Gloria Estefan, Dionne Warwick, Patti LaBelle, Vicente Fernández o Juan Gabriel. Todos coincidían en el carácter maternal y abierto de la cubana, la enorme humildad y la cercanía con sus amigos, además de destacar un detalle: fuera del escenario, mermaba y el torbellino alegre solamente era placidez.
Las dos siguientes décadas de trabajo repiten patrones y por aburrimiento, Cruz comienza una pequeña carrera de actriz en cine y telenovela. El cansancio y el declive de la salsa, así como de la moda global de la música latina, la obliga a actualizarse. En 1998 publica la que será recordada como su canción más importante, ‘La vida es un carnaval’, un himno a la alegría. Le seguirán su versión de ‘I Will Survive’ y el último éxito en vida, ‘La negra tiene un tumbao’, de enorme influencia hip-hop y adelantada a la siguiente ola hispana.
A finales de 2002, Celia Cruz comenzó a perder su capacidad del habla. Las pruebas médicas dejaron claro el diagnóstico incurable. Velaron su cadáver en Miami, para sus exiliados, y en Nueva York, para sus fieles. El funeral contó con mucha música en voz de sus amigos.
La cantante regresó solo en una ocasión a su isla, pero no a su país. Ofreció un concierto en Guantánamo. Antes de marcharse tras un par de días únicos en 43 años de exilio, se acercó a la valla metálica que separa Cuba de Estados Unidos. Metió la mano para agarrar un puñado de tierra que guardó en una bolsa. Lo guardó en una caja de cristal. Celia Cruz fue enterrada con esa caja entre las manos, con un pedazo de su Cuba.