Opinión

Un centauro más allá que lejos

Vigo vio el deambular constante de uno de sus vecinos al que se pudo confundir con un vagabundo de rutinas fijas de 1985 hasta 2015. En sus pasos no había voluntad de llegar a ninguna parte, sino que era su proceso para crear. Carlos Oroza hizo camino de todo aquello que ocurrió en su vida solo por el disfrute de transitar. Fue devuelto a Galicia casi por fuerza del destino cuando superaba los 60 años, aunque no por ello su estado físico se mostraba endeble. Al final, en la última década de su vida, su presencia por las calles de Vigo pasó de ser notoria a localizada. El paseante curioso y poeta oculto se ciñó a gastar suela de zapato entre la calle Príncipe y el paseo de Alfonso XII, las zonas llanas de la ciudad.
Carlos Oroza. JAVIER CERVERA-MERCADILLO
photo_camera Carlos Oroza. JAVIER CERVERA-MERCADILLO

Vigo, que lo acogió y él mismo eligió como cumbre de una libertad concreta, dedica ahora a Oroza una calle pequeña en el entramado urbano. Al lado de su nombre en la placa figura la palabra poeta y él, alérgico a las castrantes limitaciones de los significados y la escritura, estaría agradecido desde el desacuerdo radical. El literato se veía como muchas cosas, consecuencia de otras tantas; aunque lo cierto es que se asemejaba más a un centauro: mitad hombre, con sus ojos para observar el mundo, y mitad poesía, con los pies para transitar a la vez este y otros universos.

De Carlos Oroza se han dicho los agravios más comunes, no por ello menos duros, para aquellos que buscan una existencia radical a través de las letras, una conformada de presente y nunca de palabra impresa. Sin embargo, suyo es el mérito de permanecer como el único beatnik español, el poeta más underground, el maldito de la sociedad literaria, una criatura única a su pesar. Nada de esto habría sido posible sin que él mismo se encargase de eliminar cualquier rastro humano en su persona. No hay pasado, no hay anécdota. Oroza no permitió que su cuerpo se interpusiese en la percepción del yo poético, aunque estuviese ahí de manera inevitable.

Carlos Oroza nació en su casa en 1923, motivo por el que en el presente año se celebra su centenario. La vivienda familiar de Viveiro, que pertenecía a la rama paterna, contaba con violines y un piano, aunque él mismo acreditaba no haberlos oído tocar bien nunca. Fue criado católico y practicante hasta el punto de que Dios ostentaba un papel importante en su vida. El poeta reconocía sentir que había sido expulsado con urgencia del útero, en parte porque nadie quería a un individuo como él dentro de un viente.

Oroza escapó de su casa con 12 años porque no soportaba a su familia, la educación le resultaba un estorbo y se sentía en una completa soledad incluso con sus padres. Tardó dos años en llegar a Madrid, de los cuales no se sabe nada de manera pública, y lo hizo prácticamente analfabeto, con unas grandes dificultades para leer, según explicó Francisco Umbral sobre su íntimo amigo. Oroza aprendería a leer ya en la ciudad gracias a los carteles publicitarios; en especial, los luminosos, y sus eslóganes.

No pasó mucho tiempo hasta que aquel joven, que se había fugado en un ferrocarril que tanto había observado, se ganase la vida memorizando Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand, realizando recados, siendo extra de televisión y como orador dramático en una serie de conferencias escenificadas en el Teatro Reina Victoria. Y siguiendo a su instinto, el poeta comenzó a deambular por los espacios de la cultura, de los autores.

Oroza vivió en Madrid hasta casi los años 70 y en ese tiempo se deshizo de la persona, de sus datos, para construir en su mismo lugar una leyenda que se anticipase a cualquier anécdota. El poeta sobrevivía en pensiones que olían a almendra por el tipo de combustible que empleaban las calderas, con algún libro de Marcuse en el bolsillo del único abrigo que se le vio en años y siguiendo una dieta que en contadas ocasiones no consistía en coñac de la peor clase y café, siempre sin apoquinar su coste.

Gracias a que su literatura es oral, poesía recitada y trabajada al aire y al oído, Oroza aseguraba que siempre la había llevado con él, desde la primera palabra que dijo y le sorprendió por las implicaciones que tenía con su significado y sonoridad. Definió este arte como un pájaro que se posa junto a la oreja y canta, hasta que un día ya no. Así dictó su línea, acatando el oficio de poeta a cualquier otra cosa en su vida, y se separó de otros como él que sí escribían, a los que consideraba escolástica. "La imprenta es un fenómeno de nuestro tiempo; la poesía, anterior. El pueblo necesita oración, canto, palabra y silencio", defendía sobre su estilo de trabajo.

En aquellos primeros años de la década de los 50, sus compañeros comentaban que vivía solo, sobre un lecho fabricado con periódicos crujientes, y que paseaba sus poemas por Gran Vía buscando quien los oyese, para poder cobrar por su audición. Al terminar, se paseaba por los cafés donde sabía que se reunían intelectuales y artistas. Comenzó por el Café Castilla, donde abundaban los gallegos, algunos que ya conocía por el tren expreso que conectaba Galicia con Madrid.

En sus primeros contactos conoció a Tino Grandío y Francisco Otero Besteiro, lucenses como él, y con los que cruzó tanto piropo como bofetada en la constante búsqueda de pan y trabajo. En ese tiempo, intima también con Jaime, el hijo pintor de Valle Inclán. Así entró en contacto con el nacionalismo gallego de los jóvenes y posiciones que lo sorprendían, ya que él siempre estuvo en contra de las naciones y era un internacionalista convencido. Su verso más famoso rezaba: "Plantad trigo en las fronteras".

Oroza quiso vivir un tiempo de la pintura, pidió que le enseñaran, pero la oralidad y la escritura quedaron probadas como sus habilidades naturales. Como crítico de arte, otra intentona, llegó como máximo a publicar un libro criticando la obra de un pintor dominicado de apellido Cabral, aunque lo intentó con más. A medida que pasan los años, su figura se va volviendo más legendaria en los cafés por lo insólito de su existencia. Era un hombre que aceptaba el hambre por dedicarse al oficio que no le daba casi nada para comer, pero había logrado estar en paz con ello. En 1962 se mudó a una pensión en la calle Infantas junto a otros gallegos. Allí comenzó a relatar sus viajes a Estocolmo, París y Viena; lo que generó interés por el origen de su dinero.

Por aquel entonces, la presencia de Oroza se situaba en el café Los Mariscos, junto a personalidades como Raimundo Patiño. Allí intercambiaron aventuras políticas; en especial con Uxío Novoneyra, quien se convertirá en amigo fraternal y custodia de su trabajo. Fue la época en la que elviveirense dedicaba versos a semáforos, a letreros luminosos y a la noche; al tiempo que pensaba en su madre y escupía.

Tras seguirlo en múltiples ocasiones y por su boca delatora, se supo que el sustento de Oroza provenía de las muchas conquistas que se le atribuían. En esa etapa vivió en el barrio de Serrano, aunque sin dejar de relacionarse con su gente. Confesó que en aquellos años había conocido Raúl del Pozo o Víctor Erice, gracias a los que entró en contacto con una actriz que lo ayudaba a él "y protegió mi poesía". Visitó su casa en Somosaguas, le mostró a sus hijos mientras dormían. Su nombre era Lucía Bosé y en aquellos tiempos permanecía casada con el torero Dominguín, aunque la separación era de sobra conocida por todos. Su relación fue, según el poeta, simple y llanamente amistosa, cargada de compañía.

El paso más célebre de Oroza por las tertulias fue en el Gijón, del que formaba parte del turno de tarde. Su café daba inicio a la tertulia, ya que debía animar a los que pagarían su consumición. Allí se encontró con las grandes figuras del pasado y las nuevas de su tiempo, aunque despreciaba el trabajo de la mayoría desde la posición de la amistad. En ese espacio fue descrito como el más grande poeta maldito de España en el siglo XX por voces como Manuel Vicent o, más querido por él, Francisco Umbral.

Sin embargo, las desapariciones eran habituales en Oroza. Sonada fue su ausencia de diez años, hasta que Manuel Vicent se lo encontró a la puerta de un lujoso restaurante, vestido con un traje de cachemir, corbata de Hermés y zapatos de tafilete. En ese encuentro solo pudo articular una palabra: "Me voy a Milán". Las sospechas se confirmaron, se había casado con la marquesa de la que se había enamoriscado en el Gijón tiempo atrás. Era andaluza, aunque con impronunciable apellido inglés, y con ella practicó el sacramento hasta contar con una hija en común, hoy en día también poeta.

Los años 60 fueron los de la ausencia, sin dejar de trabajar en sus versos ahora blindados con dinero. Se hablaba de pagos de medio millón de pesetas, aunque la fuente fidedigna no existe para este dato. Sin embargo, todo llegó a fin, cuenta la leyenda, porque un día la casa matricia de Jerez, su suegro relató cómo de camino allí había atropellado intencionadamente a un gallo. Oroza, embutido en un esmoquin, se desgarró la ropa hasta quedar desnudo y la emprendió con su suegro a patadas mientras gritaba: "Estoy hasta los cojones". Desapareció para siempre de la aristocracia y relató que a su expareja la vio por última vez en Gran Vía, de espaldas, acompañada de su hija. Se acercó con sigilo, extendió la mano en silencio y acarició el cabello de la niña.

En 1969, se fuga a Ibiza para una aparición como sí mismo en una película de Manuel Summers que adaptaba una novela de Wenceslao Fernández Flórez. La isla balear era el hervidero cultural de entonces, un espacio plagado de las voces internacionales que más interesaban al autor. Al mismo tiempo que su rodaje, la banda Pink Floyd se paseaba por las calles y todo era inspiración. Oroza reconoció que en la isla escribió sus mejores versos y de aquel tiempo queda Malú, uno de sus trabajos más icónicos.

Se quedó en Ibiza un tiempo en casa del pintor Eduardo Úrculo porque el ambiente era propenso, allí estaban los desesperados, los apátridas y los errantes. "Era la patria de los que vinimos a este mundo equivocadamente", explicó el poeta. París era provinciana en comparación con Ibiza, según explicaba Oroza. Allí vendió cintas autograbadas con sus versos, como hacía en Madrid con las aristócratas.

En su fugaz retorno a Madrid, su fraternal amigo Novoneyra lo convence para refugiarse con él en O Courel. Allí le presentó a Méndez Ferrín y lo introdujo en la intelectualidad y cultura gallega del momento. A base de presión, culpa en parte de Raimundo Patiño, logran compilar todos los versos cantados al aire en todo tipo de lugares bajo un libro de cubiertas metálicas brillantes del que durante años no se despegará. Era el signo de su triunfo y su derrota. Las cuartillas que se pasaban escritas a mano los universitarios casi como contrabando ahora tenían un formato editorial.

La laureada figura de Oroza se hizo más escueta y discreta en Galicia, aunque por momentos se acercaba a Madrid para agitar el avispero en busca del pasado mítico. Al Gijón entró de nuevo con su libro metálico para sorprender a sus contertulios y despertar su admiración. En 1975, dos eventos marcaron su trayectoria para siempre. Por una parte, recibió el primer galardón de su trayectoria, el Premio Internacional de Poesía Underground, en Nueva York. Lo comparan con Allen Ginsberg, a quien durante tanto tiempo recitó y cuyo papel como beatnik los unía espiritualmente. El único beatnik de España, le decían. Su oralidad e interpretación se alaban como un pilar del verso libre, al aire, en el contexto europeo. Quedó refrendado como el mejor orador de su tiempo. En el escenario del evento, Andy Warhol y la Velvet Underground con Lou Reed y Nico cantaron Malú.

Además de esto, Oroza realiza quizás el recital más importante de su vida en Pontevedra. Con la muerte de Franco todavía reciente, el carácter político del poeta estaba más desbocado si cabía que durante la dictadura. En un recital organizado para escoger a las reinas de las fiestas de Pontevedra, donde residía con el mecenazgo de un doctor, Oroza se encontraba en el escenario recitando uno de sus poemas más sonoros y reconocidos por el público, compuesto por burgueses, políticos y clases humildes.

A mitad de verso, la voz del falangista Telesforo Morales rompe el silencio al grito de "¡Arriba España! ¡Viva Franco!". La tensión en el ambiente se hizo insoportable y la violencia se respiraba, en especial por el temor de que en las butacas del Teatro Malvar se encontrase en realidad la plana mayor de defensa del dictador. Los burgueses cuchicheaban nerviosos y en varios asientos se repitió el cántico fascista.

Los organizadores observaron a Oroza enmudecido, nervioso pero con poco aspecto de miedo. Al mismo tiempo, las clases populares presentes salieron en su defensa, y se inició un conflicto contra él y entre el público. Los organizadores fueron advertidos sobre la presencia de personal militar que iba a detener al poeta, por lo que se hicieron pasar por policías a ojos de la gente y retiraron a Oroza del escenario. Mientras forcejeaban sobre las tablas, el poeta reconoció a un rostro entre la gente. Entre empujones sacó fuerza para gritar un sonoro: "Celso Emilio, ¡solidarízate, cabrón!".

Llevaron a Oroza a Portugal, donde durmió un par de noches alejado del peligro incierto. Su etapa en Pontevedra llegaba a su fin, no quedaban más noches en la discoteca Shiva, ni verbenas de barrio ni estancias en el pub Los Escudos hasta perder la consciencia en compañía de poetas anarquistas. Lo instalaron en Vigo y allí, por fuerza de su propia seguridad, se quedó. En Madrid, nadie de su círculo conocía esta situación. Simplemente se había fugado, desaparecido.

Isaac Díaz Pardo edita por primera vez Cabalum, un libro de poemas de Oroza cuyo título es una de sus múltiples palabras inventadas, porque el lenguaje no llegaba. Significa más allá que lejos, porque la lejanía implica posibilidad de llegar, bien en avión, bien en tren. Cabalum se asemeja, según él, "más con la palabra lonxe, lonxe es casi inalcanzable". Así normalizó su presencia en Galicia, con su cúpula cultural y, en especial, con los artistas jóvenes.

En los años posteriores, pocos libros de su autoría ven la luz, aunque poemas como Évame se hacen famosos como si se tratasen de épica de trovador. Sus amistades, como la que fraguó con Laxeiro, se aseguraron de que no pasase necesidad en Vigo, donde insultaba a todos los alcaldes por cerrar la ciudad al mar y su luz. En las décadas venideras recibió a sus amigos extranjeros en su nuevo enclave y fraguó relaciones con casi todo el mundo.

Casi con el cambio de siglo, era visible la mayor parte del tiempo junto a Xela Arias, con quien se recorría institutos orando y en recitales de pequeño formato buscando algún pago extra. El rumor aflora rápido y se convierte en leyenda urbana que la poeta planea una edición en gallego de Cabalum. Otro misterio similar es una frase presente en el número cero de los Cadernos da Guadaña que acompaña a dibujos de Luís Seoane: "Nun principio ían dedicados a ilustrar un libro en galego de Carlos Oroza".

Al final de sus días, tras algún estreno más y una vida sobrevivida, muchas televisiones se peleaban por su testimonio. Uno de los más insistentes fue Sánchez Dragó, que capitaneaba un espacio de literatura en la pequeña pantalla. Enviaron a Antón Patiño a negociar con él, pero se negaba. La negociación se cerró con un último no el día que el poeta argumentó: "Pero tú no ves, Antón, que la televisión desprestigia, que no hay espacio para la reflexión". Precisamente, Patiño lo acompañó en Madrid durante la entrega del último premio que recibió en vida, antes del ciclo que atraviesa Galicia actualmente reivindicando su figura por su centenario. Fue la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes, en 2014, un año antes de morir. Su educación había sido ejemplar durante todo el acto, sin exabruptos que lo comprometieran. Sin embargo, casi irresistible, al final del acto afloró el Oroza que se había tornado leyenda en las calles para cerrar lapidario el evento: "Toda una vida de magníficas derrotas, para al final joderlo con un premio de mierda".

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