Opinión

Estafa Piramidal S. A.

En las últimas dos semanas hemos sido bombardeados sobre un mismo tema a través de  todos los medios que acceden e interrumpen nuestra vida. Desde telediarios a redes sociales, se repetían sin cesar una serie de palabras, inconexas anteriormente, y que hablan de la última sensación que triunfa en Netflix: El juego del calamar.
El juego del calamar
photo_camera El juego del calamar.

PARA QUIEN pille de sopetón este tema, se trata del último récord batido en la plataforma magnate del entretenimiento con 111 millones de espectadores en un mes. Nunca nadie ha visto algo de manera tan rápida. Es curioso, cuanto menos, que haya sido una oda en 9 episodios contra el capitalismo que, a través de una exagerada y versión gore de juegos infantiles, intenta mostrar los límites reales que nos esconden.

Esta serie surcoreana se une a la tendencia que en los últimos meses dedica esfuerzos artísticos y audiovisuales a denunciar la desigualdad extrema, en muchas ocasiones a través de la tragedia como en Parásitos o la mexicana Nuevo Orden. Puede parecer que se trata de una crítica con carácter internacional, al atacar al capitalismo que a todos nos atraviesa, pero es un ataque desde lo local, desde lo que nos rodea.

Gracias a los subtítulos y la caída de las fronteras, sociedades como la surcoreana han quedado retratadas como imperios del ego, de libertad para morir en pobreza; un sistema despiadado que aniquila la colectividad y alimenta al individuo, inválido ante una maquinaria que viste de legalidad métodos de tortura y explotación. Algo que han denunciado tanto desde el anonimato como pensadores fundamentales del siglo XXI como Byung-Chul Han.

Tras la historia de El juego del calamar hay varias cuestiones que demuestran tanto su implicación con la realidad como con el poder simbólico, más allá de tratarse de un producto accesible y por momentos demasiado fácil. El creador de la serie, Hwang Dong-hyuk, es el primer damnificado en su historia, pues tras crear el producto se vio abocado al fracaso, rechazado sin cesar por estudios. Tras más de una década, logró vender su adaptación.

El juego del calamar se concibe en el año 2008, en plena crisis económica mundial y con una compleja repercusión en su país

El juego del calamar se concibe en el año 2008, en plena crisis económica mundial y con una compleja repercusión en su país. Corea del Sur afrontó una serie de conflictos socioeconómicos que ayudaron a perfilar una metáfora violenta de lo que había ocurrido y que podría pasar. "Llegué a preguntarme cómo me sentiría si yo mismo participase", ha reconocido Hwang en varias entrevistas recientes.

Otro de los eventos reales que inspiró su trabajo fue el cierre de muchas factorías a lo largo del país y en concreto la de Ssangyong Motor, que en 2009 provocó motines y violentas revueltas donde hasta medio centenar de personas resultaron heridas por la policía. De esta derrota al proletariado surge la idea de hacer protagonista a un perdedor, un olvidado social y un paria sindical que ninguna empresa quiere tras posicionarse en el pasado.

Este hombre, confiesa Hwang, es un estereotipo ya clásico en su país. Abundan, ocupan las casas donde antes solo había amas de casa, se atrincheran en una existencia lamentable pero imposible de romper. Se les empuja a un margen donde se transforman en delincuentes, alcohólicos o adictos al juego, para después culparlos de su situación. No se les tiene la mano y luego se les acusa de morderla.

Para contrarrestar la madurez o la moraleja que rezuma El juego del calamar, se utiliza una dimensión simbólica cargada de varios mensajes. Para recuperar la sensación de tiempos sencillos y provocar un pérfido complejo de inferioridad, los creadores de las pruebas mortales de esta especie de JJOO reinventan juegos de la infancia y utilizan una estética ingenua, caricaturesca y ridícula que iguala a todos.

También influye en este caso el peso de la nostalgia. A las personas participantes la vida no les va bien, son víctimas de sus elecciones que en el menor de los casos fueron libres, y situarlos en un espacio donde vuelven a ser llevados de la mano, transportados a momentos donde no existía la preocupación, es una manera de reivindicar el pasado. En concreto, la percepción de cada uno sobre su recorrido vital.

Esta red de apoyos que se forma por necesidad dentro del juego responde a la supervivencia, a la naturaleza gregaria de los humanos

No se hace en El juego del calamar la apología de la igualdad que un principio parece al desposar a todos de su ropa y costumbres, sino de la equidad. Se trata de hacer a la gente equivalente y no igual, como si pudiesen obviarse las diferencias existentes. Asignar el mismo valor a un individuo teniendo en cuenta sus especificidades. En esta equidad, se construye una colectividad que se sirve de lo mejor de cada uno y cubre las debilidades.

Esta red de apoyos que se forma por necesidad dentro del juego responde a la supervivencia, a la naturaleza gregaria de los humanos. Pero además muestra un matiz de acogida, de protección. Y al mismo tiempo, el maligno sistema que los tortura lucha por mantener esa equidad, ajusticiando a aquellos que se aprovechan de su posición para hacer trampas o tomar ventaja de manera ilícita sobre el resto.

En ocasiones el entretenimiento puede quedarse en eso, sucesivos fotogramas con un argumento enclenque que matan nuestro tiempo antes de quedarnos dormidos. Pero si buscamos los hilos, esas exclamaciones en nuestra atención, podemos encontrar un mensaje claro que hacer resonar en nuestro entorno. No se puede olvidar por la comodidad que de la indiferencia a la necesidad solo hay una mala racha. Como en un juego.

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