Somerset Maugham, el éxito de la soledad

William Somerset Maugham. EP
En 1954, un enorme grupo de periodistas, escritores, críticos y publicistas respondieron no a la propuesta de una misma llamada repetida a todos ellos. Al otro lado, un editor intentaba dar forma a un libro tributo. Solo dos personas aceptaron. El autor Somerset Maugham (Francia, 1987-1965) cumplía 80 años y nadie quería ya contribuir a su legado.

SESENTA AÑOS atrás, el escritor británico Somerset Maugham fallecía sin compañía gratuita, solo la pagada, en su mansión de la Riviera francesa. Allí se recluyó durante casi cuatro décadas. No resultaba en sí un aislamiento. Su salón siempre temblaba ante las mayores voces autorizadas y las disecciones de todo tipo de estrellas. Eso durante la época dorada. El futuro, sin embargo, siempre fue conflictivo para el autor. Hoy en día su figura está prácticamente abandonada. Se lo rescata lo mínimo. Él mismo no se sorprendería porque esta fue la tendencia en su vida, el maldito porvenir.

Maugham es un personaje excepcional desde la cuna. Desciende de un importante árbol de abogados británicos vinculados al poder político real. Sobre él pendía la tradición de las leyes, aunque no sucedió. Su padre se las arregló para que naciese en la embajada británica en París, donde la familia se había asentado por funciones diplomáticas, y con ese acto lo condenó a pertenecer a un país y expresarse en otro, con todas sus particularidades.

Creció en algo más que considerable privilegio, bonanza y riqueza. Pese a ser el menor de cuatro hermanos, solamente él se libró de la manía materna de enviar a sus crías a un internado lejano. Así recibió una ingente cantidad de atención, lo que engrandecía su ansia de afecto natural y su carácter sensible, en contraste a sus hermanos. En su casa de los Campos Elíseos circulaban políticos y artistas para alegrar la hora del té y escuchar cómo recitaba el muchacho, siempre animado por su madre.

Sin embargo, el primer tajo en su vida llegó pronto. La infancia de Maugham se detuvo en seco a los 6 años, cuando muere su madre a causa de tuberculosis. Uno de los tratamientos más conocidos en aquella época para la enfermedad había sido la gestación y el parto, por ello el gran número de hijos. Fracasó el intento de alargar la vida. El escritor perdió al mayor de sus pilares y conoció pronto el inmenso dolor. Aquello lo marcó para siempre. Hasta su final, durmió con una imagen de su madre en la mesilla o sobre el cabecero de la cama.

Aunque los viajes estimulantes por el imperio y lo exótico no terminaron, sí se rebajaron. El padre de Maugham se lo llevaba como maleta en su trabajo fuera de París. Cuando esto fue aminorando, poco tardó el niño en saber que también el hombre moriría. Dos años después de la primera tragedia, el padre sucumbía al cáncer. La realidad golpeó de nuevo. Si se había criado como un hijo único pese a tener hermanos, lo que lógicamente le sucedería es que viviría como huérfano total.

Perdió toda la ilusión y cualquier ápice de alegría

La consecuencia primera fue su envío a Reino Unido para vivir como un británico más. Cayó bajo el ala de un vicario de Kent, su tío Henry. A sus diez años, Maugham perdió toda ilusión y ápice de alegría. En aquella tierra gris y castigadora nació su famosa tristeza. El tío Henry representaba lo opuesto a sus padres y se comportaba de manera tan fría y lejana que el afecto desapareció por completo. La moral católica se impuso. Los sentimientos estaban prohibidos, tanto en expresión como en pertenencia.

Maugham catalogó luego esa época como la más miserable de su larga existencia y a su tío, más que como indiferente, como perezoso corto de miras. Continuó su formación juvenil en la King’s School de Canterbury y allí sufrió cada día. La corta estatura, marca de la genética paterna, y el inglés pobre que hablaba por causa de su crianza francesa abrieron la puerta a una dimensión de maltrato físico y verbal rutinario. El principal signo de lo ocurrido fue su tartamudez, originada en el colegio. Conviviría con ella hasta el final.

El único modo de venganza que pudo desarrollar Maugham fue la crítica mordaz, el estado más elevado del insulto. La humillación. Así intervino por vez primera la narración en su vida, como un salvavidas de batalla. Se aferró a la crueldad como supervivencia y no la abandonó tampoco, como a su tartamudez. Aquejado por un profundo vacío e intuyendo ya un pulso narrativo en él, recibe la aprobación de un año de estudios en el extranjero.

A los 16 años, Maugham se muda a Alemania para estudiar el idioma, Filosofía y Literatura en la Universidad de Heidelberg. Florecía de nuevo, pero no solo a causa de la libertad. Durante aquella época conoció a su primer amante masculino. Se propuso no perder su contacto incluso tras su regreso.

Su tío Henry urgía la necesidad de un trabajo para el muchacho o se perdería en la vida. Poco le parecía a la altura de un caballero de su ascendencia, ante la negativa de continuar como abogado. A raíz del comentario del médico del pueblo, Maugham fue enviado a Londres para cursar Medicina, el menor de los males. Él sabía ya de su voluntad de ser escritor, que ejecutaba en secreto por las noches. Sin embargo, aceptó con agrado la orden y en Londres se dejó querer mientras descubría una vibrante manera de existir. Al terminar sus estudios, se marchó a Capri con su primer amante y retomaron el amor clandestino. Maugham expresó que solo en Italia había sentido que latía de nuevo algo en él.

El aprendizaje en Medicina había dotado al escritor de una amplia gama de personajes, dolencias y desesperanzas meramente humanas. Su visión de la sociedad era completa ya que se realizaba en caída vertical hasta lo más miserable.

Había escrito y publicado sin éxito la biografía de un autor de óperas, por lo que se sabía capaz de comenzar y terminar una historia. Pero en esa ocasión, lo que trató fue de dar forma a su propia idea. Se sirvió de todo lo aprendido hasta entonces y narró el adulterio entre clases sociales, algo que había observado de primera mano en sus prácticas médicas. Así surgió Liza de Lambeth, su novela debut y todo un shock para la sociedad de la época. Tanto la crítica como el público aplaudieron el incontestable nacimiento de una estrella literaria. Maugham abandonó así cualquier otro intento de vida que no fuese la de escritor.

Su hermano mayor se suicidó

Aquella exposición radical generó varios cuestionamientos al autor. Por una parte, su carácter introvertido y tímido dificultaba las tareas de socialización en los salones. Necesitaba servirse de personas de apoyo. Otra cuestión era su sexualidad, que podría resumirse en bisexual, y el modo en que debía vivirla. En la era victoriana a la que pertenecía por nacimiento, la honra se establecía en base al respeto al decoro social. Paradójicamente, la desviación a la norma estaba respetada en la intimidad y era muy fecunda, ya que el amor o el matrimonio se concebían como meros mecanismos de ascenso o supervivencia. Por tanto, el adulterio era tan común y practicado como el recato, a excepción de que uno debía ser ocultado y callado por todos. En base a eso y a la condena a Oscar Wilde en el momento, Maugham decide practicar una bisexualidad íntima, expuesta a través de su obra y en la que sus parejas sean percibidas como compañía.

En vida, Maugham trabajó para borrar cualquier referencia biográfica a la sexualidad. También se cree casi con seguridad que el suicidio de un hermano mayor sucediese a causa de la homosexualidad. La consecuencia principal del juicio a Oscar Wilde fue la proliferación del pánico al señalamiento, tanto como al chantaje o la condena.

Gracias a las ganancias de su trabajo, Maugham decidió establecerse en Sevilla. Allí dejó que le creciera el bigote y comenzó a fumar. Aprendió a tocar la guitarra y perseguía muchachos de ojos verdes. Cuando se cansaba de España, emprendía viajes a Italia.

Durante la siguiente década se mantuvo activo escribiendo hasta diez novelas, aunque ninguna con el éxito de la primera y cada vez con menor cariño de la crítica. En 1906, estableció una relación amorosa con una mujer y al año siguiente recuperó un lugar destacado con la novela Lady Frederick.

De la noche a la mañana encontró que en 1908 cuatro de sus textos teatrales se representaban a la vez en el West End. Cumplía así un sueño que le reportaba escasos beneficios económicos, pero enorme prestigio y popularidad. En la era dorada del teatro entre siglos, Maugham era divulgado en panfletos ya como un rival histórico de Shakespeare.

El paso de los años le reportaba mejor economía y una pésima fama de casamentero tras varios rechazos de mujeres. A los 40 años decidió integrarse en el cuerpo Literary Ambulance Drivers de la Cruz Roja británica. Serviría en la Primera Guerra Mundial como asistente, ya que por edad se le impedía participar voluntario. Sirvió junto a Hemingway y Dos Passos, siguiendo la estela de Whitman a su vez.

En medio de la trifulca conoció a Gerald Hexton, un joven de 22 años que combatía por Estados Unidos. A base de insistencia, según la biógrafa de Maugham, el autor «lo introdujo en las áreas más sórdidas del submundo de la homosexualidad». El vínculo formado entre ambos fue el más duradero y profundo que el escritor lograría construir en vida. El recato de su bisexualidad, que había practicado también con H.G. Wells y Thomas Mann, se complicaba por culpa de Hexton.

La Primera Guerra Mundial dotó a Maugham de nuevo material humano y dolor ajeno, a tal punto que llegó a redactar varios manuscritos en paralelo y la corrección de posteriores novelas. Fruto de ello, en 1915, salió al mercado Servidumbre humana, la novela de crecimiento que marcó el ciclo más laureado del escritor. La crítica calificó la historia como una de las fundamentales en el siglo pasado.

La promoción del libro reclamaba su presencia en Londres, así que abandonó el puesto en el frente. En la ciudad se reencontró con Syrie, la adinerada mujer con la que mantenía una relación de extraña naturaleza. Como amantes, Maugham logró tener una hija con Syrie, lo que terminó en una demanda pública de divorcio y un posterior matrimonio. La relación duró una década y cada día fue una tortura para la esposa, atrapada como espectadora del amor hacia Huxton.

Espía en Rusia contra los bolcheviques

Antes de ello, Syrie había intervenido para que Maugham pudiese seguir trabajando para el país. En ese caso, serviría dentro del servicio de inteligencia como un espía. Lo destinaron a Suiza y en Ginebra se infiltró como un dramaturgo francés. Allí servía como interventor entre otros agentes y transmitía los informes codificados en sus manuscritos y guiones pasaban las aduanas europeas sin dificultad. En 1917, cuando Maugham daba por terminada su carrera, reclamaron sus servicios de nuevo debido al estallido de la revolución comunista en Rusia. Su perfil de hombre normal, aburrido y retraído era perfecto para infiltrarse como un periodista estadounidense y alentar la causa menchevique contra los bolcheviques. Sin embargo, fracasó. Eso hirió su orgullo y se defendió alegando que la misión comenzó demasiado tarde. En sus últimos años, manifestó que él mismo hubiera sido capaz de cambiar el devenir de la Revolución rusa. De toda esta experiencia extrajo relatos de espionaje que sentaron la base para autores como Ian Fleming y su James Bond.

Durante los siguientes años publica con gran éxito obras como La Luna y seis peniques o El velo pintado, además de presentar más obras de teatro, ensayos, relatos y libros de viajes, una de sus facetas más celebradas. Así pudo comprar Villa Mauresque, su mansión con una finca de 48.500 metros cuadrados. Allí se recluyó y recibió a las mejores visitas. Su posición como el autor más rico y famoso, en realidad, no le satisfacía por causa de la soledad que padecía y el ostracismo de la intelectualidad dominante.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Maugham viajó a Estados Unidos y se puso a disposición de Hollywood cuando ya encaraba la tercera edad. Allí falleció su amante y secretario, Haxton. El golpe lo dejó fuera de juego y decidió regresar a su villa francesa al final de la guerra. Salvo para sus viajes exóticos y necesarios para su obra, no abandonó la mansión.

El hueco de Haxton lo suplió Alan Searle, un joven londinense al que pagaba con frecuencia para mantener relaciones sexuales. Lo convirtió en su secretario. El apetito insaciable del autor a sus 70 años llevaba al secretario a buscar chicos jóvenes con mucha frecuencia. Contra Searle ejerció también la misma violencia que contra Syrie o Huxton. La crueldad de Maugham traspasaba los límites verbales y llegaba al maltrato físico y el ingreso hospitalario.

A excepción de El filo de la navaja en 1944, ningún crítico ni autor contemporáneo reconocía ya el trabajo de Maugham, solamente el público. La causa, según los estudiosos, puede estar detrás de la muerte de Huxton, quien buscaba historias en sus círculos cercanos o en la sociedad y se las llevaba hasta su despacho, donde el autor esperaba triste y solo para poder escribir sin parar.

En los últimos tiempos, el autor declaraba: “Cualquiera que me haya conocido bien ha terminado odiándome. Toda mi existencia ha sido un fracaso”. El absoluto final del autor le llegó apartado de toda compañía, salvo por una enfermera que lo asistía en su estado agravado de alzheimer. En el lecho de muerte solo ella lo acompañaba. Maugham le pidió que lo abrazase tumbada a su lado. Así murió, con el tacto similar al de su madre en la infancia y bajo la atenta mirada de su retrato incrustado en el cabecero de la cama.