Opinión

Las gafas de un niño de Brooklyn

Últimamente todo parece repetirse y en los peores casos eso solo significa catástrofe. Hemos comenzado a vivir en un ciclo cada vez más corto, antes al menos las cosas duraban décadas para luego regresar. En unos días llegará el verano, otra vez, y todos sudaremos como en aquella película de Spike Lee (Estados Unidos, 1957), más actual que nunca.
Spike Lee
photo_camera Spike Lee

EL DIRECTOR afroamericano es desde hace décadas un símbolo que mezcla persona, personaje y artista. Observa desde la ciudad de la Gran Manzana cómo cambia el mundo y algunas cosas permanecen a través de sus gafas de pasta al estilo Steve Urkel de Cosas de casa, acude a ver la NBA con frecuencia y, de vez en cuando, hace alguna película que sigue metiendo el dedo en heridas sin curar.

Junto a Martin Scorsese y Woody Allen, Spike Lee es uno de los narradores urbanos que mejor ha captado la esencia de Nueva York, pese a haber nacido en Atlanta. Su infancia y juventud en Brooklyn le permite plasmar en sus cintas dramas de asfalto y ladrillo, de la sabiduría de barrio, de la olla a presión que es la existencia afroamericana en Estados Unidos.

Nació bajo el nombre de Shelton Jackson, pero su madre comenzó a llamarlo Spike al poco de mudarse. Su hogar no era como los demás, se crió bajo el techo de una maestra en artes y literatura afroestadounidense, y un músico de Jazz. Gracias a las enseñanzas de sus padres, comprendió pronto que el doctor Martin Luther King no era ningún médico ni Malcolm X un superhéroe, pero ambos darían la vida por personas como él.

Spike Lee ingresó en la universidad de Morehouse, una institución educativa histórica dentro de la comunidad negra, y comenzó a desarrollar la visión del mundo que venía guardando en su retina. Las visitas de la policía, los amigos que iban y venían, las miradas de los que no vivían en Brooklyn.

Todo ello se fue sobreponiendo en capas a lo largo de su formación como artista hasta lograr su primera cinta en 1983, todavía como estudiante, Joe’s Bed-Stuy Barbershop: We cut heads. Con ella se convirtió en la primera persona en exponer en el festival para nuevos directores del Lincoln Center sin estar graduado.

Spike Lee conectaría los disturbios raciales de 2020 con una ficción de 30 años atrás

Pronto estrenó su segunda película y, siguiendo el refrán universal, con la tercera llegó el gran momento. El conflicto urbano de Do the right thing (Haz lo que debas, en España) fue una de las grandes sorpresas en 1989. Spike Lee había hecho una obra maestra nada más comenzar su carrera y, sin que él lo supiera entonces, conectaría los disturbios raciales de 2020 con una ficción de 30 años atrás.

En la cinta de Lee convergen comedia y drama en una misma dirección, siempre con una precisión suiza que ajusta las dosis como una fórmula maestra de botica. La sabiduría de Brooklyn le permite usar el humor desde una posición cínica y afilada que diseccionaba aquello que ocurría en las calles de medio mundo. La idea era sencilla: negros, latinos, italoamericanos e incluso vietnamitas en un barrio, sus rutinas, sus tensiones, el estallido.

Su análisis del conflicto urbano alcanzó un nivel superior en Haz lo que debas. Había tejido una red que mostraba la facilidad de vivir en la opresión para la mayoría beneficiada, pero cómo lentamente algo se gestaba. Terminó poniendo al público frente a una posición complicada y moral, donde cada uno era juez y testigo de unos eventos viscerales. Y en este acantilado ético deja muchas cuestiones en la mente.

Spike Lee acostumbra a comentar cómo, pese a los años que han pasado, mucha gente se le acerca para preguntarle y quitarse toda duda sobre si habían actuado correctamente los personajes de Haz lo que debas. Él nunca responde, pero dice que, hasta el momento, las únicas personas que le han preguntado eran blancas. No es un secreto ni para sí mismo que parte de la columna vertebral de su cine es el racismo, pero logra hacer con él dramas universales con los que todos conectan.

Su activismo no se limitaba a la gran pantalla y opinaba sin miedo


El matrimonio Obama contó que en su primera cita fueron al cine, solo había dos películas y ambas estaban arrasando en ese año. Una era Haz lo que debas, la otra Paseando a Miss Daisy. Barack escogió la de Spike Lee e impresionó lo suficiente a Michelle, pero la academia de los premios Oscar no hizo la misma elección y obviaron la cinta del director afroamericano en sus grandes categorías, aunque no en todas.

Reconocieron la valía de su guión, su maestría para narrar una realidad en un principio inofensiva pero que resulta corrosiva en el interior. Al cineasta no le dolió ser ignorado, tenía 32 años y consideraba suficiente su logro; lo que sí le disgustó fue la victoria de Miss Daisy y su chófer negro, una historia sobre racismo hecha para que los blancos se sintieran cómodos y a gusto.

Entonces comenzó a hablar más claro de lo que sus películas hacían, su activismo no se limitaba a la gran pantalla y opinaba sin miedo. No era el atrevimiento de un joven artista, era el cansancio. Tenía a parte del público de su lado y, cuando no, por lo menos tenía a su comunidad.

Su crecimiento como cineasta es paralelo al ascenso del fenómeno hip hop, un cambio en la estética y la manera de entender la identidad que sacudiría los 90 y sigue patente hasta nuestros días. Por entonces la MTV era poco menos que el profeta y la cultura del videoclip se había infiltrado con fuerza tanto en el estilo de Lee como en la mente de la sociedad. Colores vivos, luz, cambios de cámara, agilidad, historias. El Like a prayer de Madonna con la talla de un santo negro que lloraba había sentado un gran precedente.

Comienza a sufrir sus primeros bloqueos artísticos al verse incapaz de volcar una madurez que difiere de sus trabajos anteriores, entonces vuelve a sus orígenes

En los dos años siguientes a Haz lo que debas, el director se aleja de su primera identidad e indaga sobre los dolores de la comunidad afroamericana y otros efectos del racismo en las cintas Cuanto más, mejor y Fiebre salvaje, consiguiendo un reconocimiento irregular. Comienza a sufrir sus primeros bloqueos artísticos al verse incapaz de volcar una madurez que difiere de sus trabajos anteriores, entonces vuelve a sus orígenes.

En un giro inesperado, recurre a los que para él son los clásicos. Recuerda las enseñanzas de su casa, los hombres que dieron la vida por la comunidad y decide rendir homenaje a la persona que inspiró el título de su, por entonces, mayor éxito con la frase "Usted tiene que hacer lo correcto". Spike Lee recuperaba a Malcolm X y encontraba su voz madura.

La gente había escuchado atentamente su mensaje, era de nuevo alguien en el debate y reivindicaba con cada entrevista que concedía. Sin embargo, con el paso de los años tuvo que resignarse y aceptar que él no sería de esos cineastas pulidos y constantes. La ejecución de su perspectiva era una acción compleja y en ocasiones se gana, pero otras tantas se pierde.

Tras su película sobre Malcolm X sucumbió a varios de sus demonios, intercalando retratos urbanos a su estilo con dramas adultos y pocos de ellos con algún éxito notable salvo el personal. Entonces comenzó a sumergirse en el mundo del documental y descubrió una nueva dimensión del cine: la verdad que supera la ficción. Y gracias a la popularidad de su cinta ‘4 niñas pequeñas’ se acomodó en esta nueva disciplina.

Con la llegada del nuevo milenio, Spike Lee se arriesga siendo consciente de que ya es alguien en la industria. Se deja convencer para trabajar en televisión, los documentales siguen granjeándole éxitos moderados y, de vez en cuando, alguna película como La última noche (2002) lo devolvía al Olimpo. Entonces hace sus primeras incursiones en el campo de la publicidad y se involucra en la NBA, su pasión más terrenal.

Llegó incluso a enzarzarse con Clint Eastwood porque en sus películas sobre la batalla de Iwo Jima obviaba a los soldados negros

Entre grandes logros como When the levees broke: A requiem in four acts (2005), su magnánima obra documental sobre el huracán Katrina, y fracasos como Red kook summer (2012), comienzan a pasearse frente a su lente personajes como Michael Jackson, Mike Tyson o Kobe Bryant. Su activismo afroamericano tampoco cesa, llegando incluso a enzarzarse con Clint Eastwood porque en sus películas sobre la batalla de Iwo Jima obviaba a los soldados negros.

Spielberg medió entre ambos cineastas para enterrar las armas y es posible que Spike Lee, aunque con el respeto que se guardan desde entonces, le dedique su próxima película Da 5 bloods (Netflix,  día 12 de este mes) sobre cinco soldados negros en Vietnam.

Hace dos años que el director afroamericano se coronó en Cannes y los premios Oscar con su cinta Infiltrado en el KKKlan cuando muchos ya lo daban por un tesoro nacional, un vejestorio que había tocado techo décadas atrás. Demostró que, sin renunciar a su personalidad y la sustancia política que lo impregna, podía tocar el cielo si era su momento. Y ahora mismo, nadie debería subestimar a los ojos del niño de Brooklyn que se ocultan tras unas gafas de pasta.

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