Opinión

Guerrillas de extrarradio

Dos personas se encuentran de repente en un espacio cerrado, se miran nerviosas y hacen algún gesto involuntario con las manos. Podría decirse que son casi enemigos, rivales luchando por un territorio hostil. Pero, sencillamente, se trata de dos vecinos a la puerta de un ascensor en los tiempos de hoy. Tiempos en los que el peligro vive al lado.
Little Fires Everywhere

ESTA PARANOIA generalizada nos ha acompañado desde la vertiginosa calma de las vacaciones hasta el inmediato ahora, la rutina de vuelta a un septiembre donde los encuentros en rellanos se suceden. Y, en ocasiones, donde hubo sonrisas y gestos amables hoy quedan sonrisas asépticas y silencios de cortesía, como ocurre entre las protagonistas de Little fires everywhere (Amazon Prime Video).

La ficción que protagonizan Reese Witherspoon y Kerry Washington es un ejemplo más de un fenómeno habitual desde hace cuatro o cinco años: imitar el esquema Peyton Place. La novela de Grace Metalious de 1956 generó un impacto social de tal calibre que en Estados Unidos tuvieron que adoptar el título de la novela como un término que, décadas después, se ha revalorizado en el mundo audiovisual.

Peyton Place es la denominación que de manera popular reciben aquellos pequeños pueblos que guardan secretos escandalosos, pero mientras que en los años 60 lo polémico era el aborto o el adulterio, ahora los asesinatos y otros delitos se esconden entre susurros. Además en estas narrativas las voces principales son femeninas, mujeres que se agrupan entorno a estos secretos y se escudan de un entorno agresivo.

El personaje de Reese Witherspoon es la perfecta ama de casa, con su hogar calibrado como un reloj suizo y un estilo de vida orquestado desde Viena

En Little fires everywhere intervienen también valores humanos que en el país yankee se han reclamado sin cesar durante meses: aquellos ligados a la igualdad racial. Como si de un alineamiento astral se tratase, la enemistad entre las protagonistas de la ficción revela las profundas y sutiles diferencias que pasan desapercibidas por el estruendo que generan la violencia y las agresiones explícitas.

El personaje de Reese Witherspoon es la perfecta ama de casa, con su hogar calibrado como un reloj suizo y un estilo de vida orquestado desde Viena. Es una estadounidense ejemplar, buena vecina, con su club de lectura en el que nadie lee y que encuentra en una copa de vino una forma de relax. Y, como buena ciudadana blanca, vive ajena a la realidad afroamericana de su propio pueblo, de su propio barrio.

Sin embargo, una de las grandes virtudes de esta ficción es excavar en la conformación de la personalidad y cómo las personas terminan siendo algo que, no de manera necesaria, quieren ser. Las fachadas que se guardan se cimentan en las frustraciones del pasado, los episodios complicados marcaron puntos de inflexión que no se pueden corromper. Y los sacrificios, eso que nadie hace por voluntad propia pero que todos recriminan fácilmente.

Le ocurre a las protagonistas y a otros personajes secundarios de esta miniserie que representan, quizás sin querer, las múltiples caras de un mismo país y que, si se intenta, pueden sacársele a cualquier nación. Estos numerosos rostros, además, suele ser posible agruparlos en dos grandes masas según su control del poder: si reman a favor o en contra de los valores dominantes. Versiones renovadas de David contra Goliat.

Cuando las minorías se empoderan y organizan para combatir desde dentro a los titanes de estos Peyton Place ficticios, surge una forma de guerra civil en formato vecinal. El general español del bando sublevado Emilio Mola ya llamó a esto Quinta Columna y, salvando las distancias bélicas, Little fires everywhere es un buen ejemplo de lo sencillo que es desleal y traicionar a tu comunidad, pero ser fiel al mismo tiempo a otra.

Los quintacolumnistas son valiosos en las guerras, lo sabían los soviéticos y los yankees, porque conocen los entresijos más íntimos del sistema sin que nadie sospeche de ellos

 Los quintacolumnistas son valiosos en las guerras, lo sabían los soviéticos y los yankees, porque conocen los entresijos más íntimos del sistema sin que nadie sospeche de ellos. Y esos secretos, los inesperados, son los que cambian el rumbo de las guerras. Aplicado al vecindario, saber de infidelidades, malas madres y pasados morbosos es poseer la capacidad de acabar con la reputación de una persona, un disparo a la cabeza.

Quizás esto suene exagerado, pero estamos rodeados de enfrentamientos vecinales, invisibles a los ojos del transeúnte, aunque aquí son de diferente índole. Si viviésemos en una sociedad preocupada por otro tipo de apariencias —en la nuestra también es importante la fachada, pero una distinta—, sabríamos que ser señalado es el peor castigo de quien busca ser un ejemplo en su comunidad.

Estos pequeños lugares con secretos sangrantes y traiciones nos han alimentado desde el principio de los tiempos, desde las leyendas de lugares malditos y pueblos habitados por criaturas malvadas.

Con el paso de los siglos, los monstruos se han actualizado y ahora vivimos puerta con puerta con ellos, haciendo que la desgracia pueda esperarnos cada vez que abrimos la puerta. También es posible que todos nos estemos volviendo paranoicos buscando a nuestros  enemigos y, dentro de no mucho volvamos a hablar del tiempo para matar el silencio en el ascensor.

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