Opinión

Ídolos de traumas y chocolate

Una mañana de 1923, cuatro niños escaparon de la escuela anexa a la catedral de Llandaff, al sur de Cardiff, y se escondieron en una tienda de dulces cercana. Allí, los niños colaron, en un despiste de la dueña, un ratón muerto en un tarro de caramelos. Al enterarse, el director de la escuela les propinó una paliza por la travesura. Este hecho marcó para siempre a uno de los menores, el escritor Roald Dahl (Reino Unido, 1916-1990).
La Fábrica de Chocolate. EP
photo_camera La Fábrica de Chocolate. EP

El venerado autor de relatos y cuentos infantiles fue, mucho antes del éxito, un niño que paseó entre colegios e internados del más alto nivel académico para cumplir con los deseos de sus padres. Todo ello, junto a sus aventuras vitales, se convirtió en la semilla de la que nacerían sus historias delirantes, con las cuales ha vendido más de 200 millones de libros en todo el mundo y ser traducido a numerosos idiomas. La vida de Roald Dahl y su fantasía literaria están compuestos de la misma materia, incluso desde antes de su nacimiento.

Pese a que es originario de Gales, proviene de más al norte y este hecho, que escapaba a su control, fue determinante. Su padre se mudó desde Noruega a Cardiff en la década de 1880 y se casó con una mujer francesa, con la cual tuvo hijos y de la que enviudó en 1907. El hombre, manco porque un doctor ebrio le amputó parte del brazo izquierdo al confundir una fractura con un hombro dislocado, era un exitoso armador naviero de futuro prometedor.

En 1911, el padre de Dahl se casó con Sophie, una mujer noruega también emigrante, y comenzaron a formar la familia de cinco hijos en la cual el escritor ocupaba el cuarto puesto. Los padres decidieron llamarlo Roald en honor al explorador Roald Amundsen, quien dirigió la primera expedición que llegó al Polo Sur. La lengua que se hablaba en casa era el noruego y todos sus hijos estaban bautizados por el rito luterano de la Iglesia noruega. El hogar de Roald parecía sacado de contexto y a miles de kilómetros de su origen. Cuando el escritor no llegaba a los cuatro años, su hermana Astrid fallece de manera repentina por complicaciones de una apendicitis. El padre enmudeció entonces y, al cabo de un mes, murió también por consecuencia de una neumonía. Era 1919 y el hogar de los Dahl se había vaciado con una velocidad indeseada por ninguno de sus habitantes.

Gracias a la fortuna amasada por su marido, la madre no debía preocuparse por el sustento y reflexionaba sobre volver a Noruega. Sin embargo, la promesa que había hecho a su fallecido esposo sobre la educación de sus hijos pesó más que sus deseos. Así fue como Dahl llegó a la escuela de la catedral Llandaff, en la que era apalizado por alumnos y profesores. Tras el incidente del ratón y su consecuencia, cambió de escuela por el enfado de su madre debido a la violencia hacia su hijo.

Entonces comenzó su etapa en la escuela de Saint Peter, un lugar en donde su cuerpo estaba a salvo de palizas y azotes, pero su corazón se encogió cada día durante cuatro años. La nostalgia invadió el cuerpo de Roald de un modo similar a la enajenación. La añoranza por su hogar llevó al niño a fingir apendicitis para ver a su familia, con la cual solo contactaba por carta plagadas de optimismo, o a cambiar la orientación de su cama para dirigirla hacia a su casa. Solo le quedaban las cartas para comunicarse y los bizcochos que le hacía su madre.

A los 13 años, fue enviado al internado Repton School en Derbyshire, en Inglaterra, uno de los centros educativos más elitistas en las islas británicas. Con esta inversión, la madre esperaba librarse del pasado y de las agresiones a su hijo, al cual animaba en cada carta a ser inventivo e imaginativo. Sin embargo, esta etapa, que duró hasta los 19 años del autor, aportó gran material para su libro de relatos autobiográficos Boy. En él, hay multitud de episodios traumáticos, aunque en la versión publicada muchos y los más duros fueron eliminados.

"Una vez, cuando tenía 15 años, a un chico de 16 llamado Wilson no le gustó lo que dije y reunió a media docena que me persiguieron. Corrí hasta el jardín donde me acorralaron, me cogieron de los brazos y las piernas y me llevaron dentro. En el vestuario me sujetaron mientras uno de ellos llenaba una bañera hasta arriba con agua helada, me tiraron dentro, con ropa y todo, y me sujetaron ahí durante bastantes minutos agonizantes. ¡Metedle la cabeza debajo del agua!, gritaban. Casi me ahogué", relata en un pasaje.

En este internado, no solo profesorado, director y alumnado abusaba física y emocionalmente de Dahl. Había una figura que lo marcó en profundidad. La celadora era una mujer malencarada y ruda. Además, a Roald le llamaba poderosamente la atención sus enormes pechos, de un tamaño generoso, que completaban un cuerpo robusto y amenazador en sus movimientos. Ella inspiró a Miss Trunchbull, una de sus mayores villanas, de Matilda.

Dahl no destacaba como un alumno brillante, ni tan siquiera notable. Solo en actividades físicas y deportivas, como en el boxeo, era alguien reconocido, probablemente gracias a una estatura enorme que rozaba los dos metros. En aquella escuela su escritura fue vilipendiada y humillada. "Nunca he conocido a un chico que escriba tan persistentemente lo contrario de lo que quiere decir", argumentó una de las profesoras que lo animaba a no ser autor.

En la Repton School se encontró con la fotografía y en ese campo se desarrolló con talento. Fuera de horario lectivo y según pasaban los años, el organigrama lo iba liberando de violencia. En aquella escuela, los alumnos más jóvenes eran objetos de maltrato y criados particulares de los mayores. Roald llegó a calentar la taza de un inodoro con sus propias nalgas para su amo, otro alumno.

Solo dos momentos al año aligeraban estas rutinas. Las vacaciones de verano eran sinónimo de viaje a Noruega y estancia en casa de los abuelos. En el rural nórdico todo era posible en esos meses. Los paisajes inhóspitos, tan distintos a los suyos, disparaban su imaginación de aventurero. Al tiempo, su abuela narraba incesantemente cuentos populares de Noruega, recuperando las ocasiones que no tenía el resto del año. Estos dos elementos ayudaron a construir sus escenarios y personajes fantasiosos. Los otros agradables momentos se los debía a la empresa de chocolates Cadbury, cercana al centro educativo, tanto que en ocasiones los pasillos del internado olían a cacao. De vez en cuando, un camión de Cadbury regalaba al alumnado un surtido de sus nuevos productos a cambio de conocer su opinión. Esto, para los niños, solo significaba chocolatinas gratis. Roald soñaba ante su surtido personal en convertirse en crítico gourmet de chocolates, en prosperar como empleado de esa fábrica. Este hecho inspiró de manera innegable Charlie y la fábrica de chocolate.

Al terminar su formación, con 19 años y dos metros de altura, decidió que no cursaría estudios universitarios y se enroló en una exploración para un empresa que le dejó viajar muy lejos, a ultramar, a lo exótico, a lo recóndito. La Public Schools Exploring Society le permitió pasar semanas en la isla de Terranova, en Canadá. A su regreso, comenzó a trabajar para la petrolera Royal Dust Shell, en la cual se formó internamente durante dos años en Londres al tiempo que probaba suerte como vendedor. Rechazó una estancia comercial en Egipto y, por ello, fue destinado a Dar Es-Salam, la ciudad más poblada de la actual Tanzania. Aunque en apariencia Dahl estaba siendo castigado de nuevo, esta jugada dio lugar a una época inusitada en su vida. La compañía solo tenía otros dos trabajadores en el país, dos muchachos de su edad, y allí vivían una vida de plenos lujos con gastos pagados y servicio personal, con criados y mayordomo. Su única labor era asegurarse de que Tanzania recibía combustible. Roald conoció al alcohol de manera adulta durante su tiempo en África. Las noches empataban con días de pagar la resaca observando cómo sus dos camaleones, Hitler y Mussolini, se alimentaban de las hormigas y mosquitos que devoraban su piel y sangre por las noches.

En 1939, con 23 años, la Segunda Guerra Mundial lo sorprende en Tanzania y decide alistarse en las Fuerzas Aéreas Reales para aportar su granito de arena. Se desplaza más de 1.000 kilómetros hasta Nairobi, en Kenia. Tras sus siete primeras horas de vuelo, comenzó a pilotar por sí solo. Lo desplazaron a Irak, donde tras seis meses de aprendizaje junto a sus 16 compañeros fue nombrado oficial y asignado al escuadrón número 80, que volaba con aviones obsoletos para el combate.

Al año siguiente, comenzó su primera misión oficial, recargar combustible y desplazarse de Egipto a Libia, hasta una base. Sin embargo, el avión nunca llegó. Durante el viaje, observó que no había suficiente combustible cuando a la ruta le quedaba un cierto recorrido todavía. Tuvo que aterrizar de emergencia en el desierto, con la mala suerte de que una rueda del aeroplano se partió contra una roca. Cayó la noche al tiempo que el escritor se arrastraba en la arena pidiendo auxilio, huyendo de un avión en llamas. Fue rescatado y durante su rehabilitación se descubrió que las coordenadas facilitadas estaban mal, por tanto jamás habría llegado a la base. Dahl se había fracturado la cadera y varios huesos más, se había lesionado la columna de por vida y había estado en serio riesgo de muerte por la rotura de la base del cráneo. Además estuvo ciego durante semanas. Se enamoró de su enfermera solo por la voz. Informó a su familia de que había tenido un accidente fatal tres semanas después, alegando que solamente tenían que reconstruirle la nariz. Le permitieron ir al frente en 1941, en Atenas, y allí efectuó un buen servicio contra los Messerschmitts alemanes. Sin embargo, los efectos en su cuerpo eran evidentes y decidieron relegarlo.

Fue enviado a Estados Unidos como embajador encubierto, espía realmente, para convencer a mujeres maduras y de influencia política, además de económica, para que su país apoyase a Reino Unido en el conflicto mundial. Roald era un hombre atractivo por su buen porte, ojos de mirada penetrante y unos modales exquisitos, que dejaban entrever un mundo interior y culto magnético. Era consciente de su éxito con las mujeres. Todo esto fue posible gracias a su debut literario, que tuvo lugar durante una breve estancia en Washington. Por los intereses de la época, la historia sobre su accidente de aviación y sus experiencias en el frente resultaban llamativas. Escribió Derribado sobre Libia en 1942 para el Saturday Evening Post y fue un éxito inesperado, un texto que lo llevó a codearse con importantes personalidades, incluido el presidente Roosevelt.

Debido a esto, su figura resultó tan interesante para el espionaje británico. Dahl formaba parte de un plan creado por Ian Fleming, padre literario de James Bond. En su trabajo como seductor encadenaba éxitos logrando apoyos de mujeres congresistas o esposas de magnates, como la del dueño de las revistas Time y Life.

El novelista C. S. Forester insistía a Roald para que continuase con su carrera literaria, pero él prefería el espionaje. Al término del conflicto bélico, fue incapacitado por daños bélicos. Había publicado su primera novela infantil en 1943, años atrás, sobre unas criaturas mitológicas que vivían con la aviación militar. Se titulaba Los gremlins y su adaptación más famosa es la de Spielberg, aunque primero quiso hacerlo Walt Disney. Pero tras esto, guardó silencio editorial y se dedicó a escribir para capítulos de televisión, donde fascinó a Hitchcock con su narrativa.

En 1953, se casó con la actriz Patricia Neal, en el ojo del huracán por un romance con Gary Cooper que terminó en un aborto voluntario al estar él casado. La pareja duró 30 años y tuvo cinco hijos entre 1955 y 1965. Todo era plena felicidad en un matrimonio adorado por las revistas y la sociedad cultural anglosajona.

Roald dio el gran salto de su vida al comprender, como consecuencia de leer cuentos clásicos a sus hijos, que los niños necesitaban de historias más fecundas, profundas, perversas y sorprendentes. En sus historias, los adultos son ridículos y malvados, y los niños, al contrario, son valientes e inteligentes. Pero, sobre todo, son protagonistas. Así, en 1961, publicó James y el melocotón gigante, un relato que se convierte en un éxito sin precedentes durante el siglo XX. El debut infantil de Dahl lo consolida como lo que ya apuntaba en sus historias adultas, alguien perverso con querencia por lo absurdo y una visión narrativa muy íntima.

Sin embargo, la vida del autor estaba en un estado alarmante. Su hijo Theo, con solo cuatro meses, fue atropellado por un taxi mientras era paseado en su carrito. Como consecuencia, el niño sufrió de hidrocefalia durante años. Roald inventó con ayuda de dos científicos un mecanismo, la válvula Wade-Dahl-Till, y logró salvar a su hijo y a 3.000 niños más en todo el mundo. Renunció a la patente para ello.

Pero el golpe más duro llegó en 1962, cuando su hija Olivia fallece por encefalitis. El escritor se sume en una profunda depresión agravada por el alcohol y se niega a hablar sobre Olivia. Se desvinculó de su familia y su carácter cambiaría para siempre hasta convertirse en un ser complicado, desagradable e iracundo. Durante este tiempo, se convierte en un activista incansable por las vacunas.

En 1965, un año después de publicar Charlie y la fábrica de chocolate y ver cómo su éxito se elevaba al máximo nivel, su mujer sufre tres aneurismas estando embarazada de su última hija. Como consecuencia, Patricia se queda ciega de un ojo, pierde el habla y no es capaz de caminar. Roald se vuelca en ella y su rehabilitación durante años, hasta que recupera casi por completo la salud, salvo por un ligero rictus en el labio superior y la ceguera.

La popularidad de la pareja era altísima, cumplían el fetiche de las revistas con sus vidas trágicas y románticas, además de ser dos artistas de éxito en sus ámbitos. Dahl continuó publicando novelas infantiles y vendiendo millones de unidades, hasta que en 1983, tras editar El gran gigante bonachón y Las brujas, se divorcia de manera sorprendente. Confiesa entonces que llevaba una relación ilícita desde hacía 11 años con la mejor amiga de Patricia. El mismo año, ambos se casan y Patricia se refugia en un convento. Su exesposa lo recordaría como un ser podrido e infectado de odio, dotado brillantemente para hacer felices a los niños y desdichados a los adultos. Sus hijos le achacaban el abandono emocional, la falta de amor y las constantes presiones para que se parecieran a su hija fallecida, su favorita. En el ámbito público, Dahl se hizo famoso por sus polémicas declaraciones contra Israel que derivaron en un discurso antisemita completamente.

Continuó escribiendo en una casita en el jardín de su casa a 40 kilómetros de Londres, era un carro de nómadas romaníes reconstruido. En su interior había un sofá orejero agujereado para sus dolores de espalda, una tabla con tapete para escribir, seis lápices afilados del modelo Dixon Ticonderoga del número 2, importados de Estados Unidos, y cuartillas a rayas. El espacio se completaba con aviones de juguete, papeles de chocolatinas y pilas de fotos por todas partes. De forma metódica escribía todos los días mañana y tarde. Allí vio nacer sus últimas obras y, probablemente, su más exitosa: ‘Matilda’.

En 1990, tras comenzar los preparativos de su 75º aniversario, que sería una fiesta nacional, Dahl falleció por complicaciones de un cáncer. En su entierro, la familia siguió el rito vikingo y fue enterrado con sus palos de billar, buenos vinos burgundy, sus lápices, una sierra de calar y chocolatinas. Sobre su lápida quedó grabada la huella del gigante bonachón de la historia que dedicó a su hija fallecida y considerado como su alter ego. Alrededor de la tumba crecen cebollas, las cuales adoraba, y los niños y adultos aún dejan sobre ella a día de hoy sus chocolatinas favoritas.

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