Opinión

Libertad y risa en un Renault 5

Entre 1979 y 1981, un hombre caminaba por París sin nacionalidad. Checoslovaquia le había retirado su origen y sus raíces, no era más aquello que sí había sido, al menos para la burocracia comunista. Francia, por su parte, no lo había aceptado todavía. El escritor Milan Kundera (Brno, 1929) ya poseía entonces su porte de boxeador, pero no había dado los mejores asaltos de su literatura.
Milan Kundera
photo_camera Milan Kundera

Kundera es un misterio de la letras contemporáneas, uno especialmente acuciado desde los años 80, cuando decidió callar. Las pocas entrevistas que ha concedido desde entonces fueron siempre por escrito para que sus palabras no pudieran malinterpretarse o alterarse, deformarse. Sin embargo, este hecho sería casi fantástico, porque en los últimos 30 años casi no ha hablado con nadie, con ningún periodista, y en muy rara ocasión se ha dejado preguntar. El objetivo es claro para él: que su obra transmita por completo, que el autor sea invisible.

El escritor checo lleva cerca de una década sin publicar ficción. De hecho, no le interesa. Ha dedicado sus energías en los últimos tiempos a reeditar toda su obra y sus traducciones para que se ajusten a su matriz. Mejorándola, avergonzándose y purgándola.

En su casa, ubicada en un callejón sin salida en el barrio de Montparnasse, aguarda Kundera desde hace años una llamada con origen en Suecia. Él es uno de esos nombres que siempre resuenan para el premio Nobel. En el apartamento, entre las 49 traducciones de sus 17 libros, que forman un pasillo en el descansillo, y frente a un cuadro de Francis Bacon realizado en exclusiva para él, Kundera prosigue con su labor como orfebre de las letras.

El checo no estaba destinado a la literatura, no había representado el interés vital que con intensidad siente desde los años 70. Él habría de ser el continuador de los intereses paternos, que eran los suyos. Kundera nació en una familia de clase media en un barrio de Brno, cuando la República Checa todavía era Checoslovaquia. Su padre fue un importante pianista, descrito como excepcional, y discípulo de Janácek, uno de los renovadores en la composición hacia la música moderna.

De niño, Kundera aprendió a tocar el piano con velocidad y capacidad, aunque sus dotes ya se mostraban inferiores a las de su progenitor, que consiguió ser rector de la academia en homenaje a su maestro. Tanto la figura del padre como la de Janácek marcaron la vida del escritor checo, quien en múltiples ocasiones ha admitido que sus novelas se escriben en paralelo como una pieza musical, trabajando el ritmo, el ruido, la resonancia, el silencio y las cadencias. Es la suya una literatura sinfónica, de cuaderno y pentagramas.

Kundera creció como uno más de esos jóvenes que nunca supo cómo había sido su país en ausencia de conflicto, una república previa a la guerra y democrática. Por ello, tanto la ocupación alemana como la Segunda Guerra Mundial jugaron un papel clave en su posicionamiento ideológico. Siendo un adolescente, se unió al Partido Comunista de Checoslovaquia y alternaba las tardes políticas con las clases de musicología y composición.

Comenzó a estudiar Literatura y Estética en la Universidad de Charles, una de las más antiguas del continente europeo. Tras dos años de buenas calificaciones, fue obligado a abandonar su formación. El Partido Comunista lo había sancionado y expulsado por "posiciones individualistas" en algunas de las relaciones sociales observadas, así como en comportamientos durante las reuniones. Las denuncias entre ciudadanos por el bien de la nación habían comenzado.

Realmente, lo acontecido para provocar un informe disciplinario había sido más anecdótico, algo que posteriormente inspiró y fue la base sobre la que construyó su debut literario, La broma. Kundera y su versión ficcionada escribieron una carta a su novia de entonces, una ferviente creyente en la causa comunista, en la que trataba sobre sus asuntos cotidianos. Kundera, que ama el humor y la ironía como pocas cosas, cerró la misiva con la frase: "¡El optimismo es el opio del pueblo!". Incomprendido, pagó el precio de su broma tras la denuncia de su amada.

Fue transferido a la Academia de Cine y Arte Dramático de Praga, en donde estudió para convertirse en guionista y cineasta. Al graduarse, fue seleccionado por la institución para ser lector en las asignaturas de literatura universal. En las aulas, fue maestro de reconocidos nombres como Milos Forman.

La ideología de Kundera se había hecho tácita en su primer poemario, el auténtico debut en la literatura del checo y del que siempre ha renegado. De hecho, su faceta como poeta es rechazada por el propio autor. En El hombre es un jardín, las posiciones pro Stalin quedan patentes al tiempo que se muestra crítico con el orden político. Es a la vez una cosa y lo contrario. Sin embargo, no es hasta su tercer poemario, Monólogos, que alcanza relevancia a nivel nacional gracias a un criticismo más obvio y abierto. Sin quererlo, se coloca una diana en la espalda.

Poco tiempo antes, el Partido Comunista había reincorporado al escritor a sus filas. Este, por su parte, era ahora mucho más reformista tras unas experiencias trágicas con el totalitarismo de Stalin.

La mutación del poeta Paul Éluard del surrealismo a la lírica stalinista llamó la atención de Kundera, quien examinaba aquellas estrofas sobre la paz, la fraternidad y la justicia. Más llamativo fue el posicionamiento de Éluard en 1950 cuando sentenciaron a muerte a Zavis Kalandra, otro surrealista e íntimo amigo de este. Éluard aprobó la ejecución en la horca, poniendo al Estado por encima de él. Kalandra cantó durante el proceso de morir y todo, en conjunto, compuso una terrorífica estampa que fue clave para Kundera y su generación.

La consumación de Kundera como una voz clave en la literatura checa y el posicionamiento como crítico al régimen llegaron con la obra Los propietarios de las llaves. El éxito de taquilla rápido advierte a los órganos de poder de lo que ocurre. Un disidente, pero uno aceptado, de nuevo le fallaba a su nación y sus camaradas. Con el estallido en 1968 de la conocida como Primavera de Praga, la vida de Kundera se volvió extremadamente complicada. El autor pasó a ser persona non grata para el nuevo régimen comunista soviético. Él era una institución a seguir en aquella causa, en aquel movimiento; él había planteado un comunismo reformista. Era su defensor. Pero cuando se pierde, las consecuencias son más veloces que los éxitos.

En 1969, un año después, Kundera fue expulsado de la Asociación de Escritores y en 1970, eliminado para siempre del Partido Comunista. Por ello, su trabajo y múltiples actividades como docente en la Academia de Cine de Praga fueron canceladas, sus ensayos desaparecieron del repertorio académico y sus publicaciones, por supuesto, prohibidas y retiradas de la industria editorial. Había caído en la desgracia de no ser él para nadie.

Milan Kundera defendió años después que ese periodo, sin embargo, había sido el más feliz de su vida. Cada día era una batalla por la supervivencia y esto lo mantuvo en activo, le enseñó la dureza de la escasez. Dedicó gran parte de este tiempo a ser pianista de jazz, jornalero, peón de obra y una serie de empleos que, de manera intermitente, no lo libraron de ser mendigo ocasional. Todo ello impuso en el escritor un carácter, un cúmulo de experiencias que ha reivindicado en alguna ocasión como óptimo para escribir mejor que otros.

Pese a todo, el escritor checo todavía gozaba de la confianza del partido, según han revelado archivos y documentos desclasificados en los que aparecen evaluaciones de su perfil. Por ello, era él uno de los pocos privilegiados que tenía la capacidad para seguir viajando al extranjero.

En julio de 1975 tras años de absurdo deambular, Kundera y su esposa Vera, una famosa presentadora en Checoslovaquia, reciben un permiso de salida del país durante 730 días. Esto significaba dejar de ser seguidos a diario por la Policía Secreta del régimen. Aprovechando esto, el escritor y su cónyuge cargaron de libros un Renault 5 azul y blanco, y partieron hacia Occidente, a Francia, para no regresar.

El país galo recibía casi con honores, pero escéptico por políticas diplomáticas, a un escritor que se había coronado con sus primeras obras. Tras La broma, habían llegado El libro de los amores ridículos (1968), La vida está en otra parte (1972) y La despedida (1973). Todas ellas mostraban la aversión de Kundera hacia los mitos fundacionales, como la patria, el amor, la familia o la realización personal. Por su aportación a la literatura europea, la Universidad de Rennes lo nombró profesor visitante desde 1975 y allí permaneció como tal durante largo tiempo.

Cuatro años después, el régimen comunista arrebata a Kundera su ciudadanía checa y lo convierte en un apátrida. Francia, ahora como hogar, hizo suyo al escritor en 1981. Casi como un gesto correspondido, Kundera infló el chauvinismo galo realizando personalmente una traducción integral de toda su obra novelística al francés. Esto incluía su último éxito, El libro de la risa y el olvido (1979). Quería entregar lo mejor de sí mismo.

El checo continuaba publicando en su lengua materna a través de una editorial canadiense y su mayor éxito comercial, La insoportable levedad del ser, llegó en 1984. Lo cambió todo. Fue la obra narrativa de una generación, un indispensable en las estanterías y bibliotecas de todo el planeta. Kundera concentraba todo aquello por lo que había trabajado en esos años en un solo tomo. Especialmente, elevó una de sus máximas, la que establece que el sexo y la intimidad son lo más radical para hacer oposición al carácter represivo de un régimen.

Negó el carácter político de esta obra porque "la condena del totalitarismo no merece una novela" y pasó a reivindicarse desde entonces como un escritor sin mensaje. La aclamada adaptación fílmica de La insoportable levedad del ser incrementó su influencia, pero el resultado espantó a Kundera, que prohibió adaptar más su trabajo al cine.

Gracias al dinero obtenido, pudo centrarse en perfeccionar su literatura publicada hasta entonces y trabajar en su última novela en checo, La inmortalidad (1988), una obra casi ensayística sobre la condición humana. En 1993, toma una decisión fundamental. A partir de entonces, solo publicará en francés, no más traducciones ni chapuzas lingüísticas. Puede que las ventas funcionasen en cada estreno, pero a continuación debía volver a trabajos clandestinos, como redactar horóscopos.

Entonces, Kundera ya llevaba 10 años sin conceder entrevistas, sus conferencias eran cada vez menores y más vacías, y su ánimo por hacer otra cosa que no fuese la literatura, ínfimo. Se recluyó en ese piso al que pocas personalidades han tenido acceso. Tres libros más se publicaron antes de la llegada del cambio de milenio y luego incluso eso se detuvo. Los premios a toda una trayectoria comenzaban a surgir y también sus desplantes, como el que hizo a la República Checa cuando recibió el Premio Nacional de Literatura en 2007.

Los motivos eran claros. Desde la llegada de la democracia a su país, a lo que quedaba de él, ningún gobierno se había dignado a restablecerlo. Su obra más influyente y exitosa, La insoportable levedad del ser, se había vendido por primera vez allí en 2006. No visitaba a nadie, no viajaba a la república para nada. Solo en contadas ocasiones y de las que no quedaron registros, porque lo hacía de incógnito. Es decir, como si el retorno no existiese.

Tras varios escándalos fruto de la desclasificación de documentos del régimen, como la falta de filiación a órganos clandestinos o la supuesta acusación que llevó a un joven a conmutar su pena con 14 años de trabajo en una mina de uranio, Milan Kundera volvió a la conversación, aunque sin examinarse su aportación a la literatura universal.

En 2020, tras recibir el Premio Franz Kafka a toda una trayectoria de influencia global, el gobierno de la República Checa anunció su interés por restablecer la nacionalidad del autor, al tiempo que asumió los errores del régimen totalitario y el fracaso de la democracia con él. Por su parte, el escritor de 91 años se limitó a decir: "Espero que el proceso no lleve mucho papeleo".

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