Quién miente a la risa
Hace tiempo que el territorio de la comedia es más creativo e interesante que el del drama, televisivamente hablando. Se trata de una ventana más pequeña y competitiva, sufridora de base y menos reconocida. El éxito es aún más raro. La lágrima sigue venciendo a la carcajada en términos cualitativos. A raíz del ánimo para el guion, quise aproximarme a los dos éxitos de la temporada en ese ámbito, Adults (Disney+) y Overcompensating (Prime Video), para documentarme.
Antes de pulsar el botón de inicio, di rienda suelta a mi socrática interrogación: ¿Cuál es el origen de la risa? Con menos teatralidad, la pregunta sería más acotada a un simple: ¿Qué nos hace reír? Caminé alrededor de la cuestión y de manera pedestre o inconsciente creo haber encontrado varias respuestas. Somos proclives a soltar una carcajada ante lo absurdo, lo grotesco, lo exagerado, lo enmarañado, lo inverosímil, la burla o lo sagaz. Pero esos, en realidad, son resultados. ¿Cuál es el mecanismo cómico que lo genera todo? Trazando un análisis ligero, logro adivinar un nexo común en una amplia mayoría: la mentira.
Adults se revela entre las ingentes novedades de la temporada como una pieza genuina, de raza, sobre la idiosincrasia de los actuales veinteañeros casi treintañeros. Un lenguaje veloz que no deja ese hueco a la carcajada, principio básico del humor, y revierte el diseño de los personajes para construirlos tan insufribles que no lo resultan.
En esa década vital de extremos, la comedia solo puede trazarse en dos direcciones: por exceso o por escasez. Esta serie representa el primer escenario. Si bien sus mentiras deambulan por el territorio de lo cotidiano, lo que altera el sentido mismo de la rutina, la risa del espectador surge en cómo se moldea la resolución del conflicto. No se trata de enredo, sino de estupor. Recorren la vía difícil o la menos recomendable, la vuelta innecesaria, el error preavisado, las arenas movedizas; pero conscientes. No sufren de autoengaño.
Así, en Adults apreciamos lo contemporáneo en estado puro, al menos para esta parte del planeta. Los clichés se desintegran por desuso o se detonan por exageración. Quizá su baza mejor jugada para resultar tan fresco como actual es hablar de frente y no jugar a esconder la mano. Sus protagonistas funcionan como ese manojo de neuras, de sexo y de drogas, de aburrimiento y defectos, de fracasos y lealtad que carece de interés en aprender nada. No buscan extraer lecciones, solamente hay cagadas.
Los disparates cotidianos siguen funcionando desde la Antigüedad porque son accesibles a toda la sociedad. Responden a la pregunta del “y si aquella vez…”, esa que activamos cuando no se toma la vía arriesgada, presentando escenarios delirantes también como un preaviso a no abandonar el comportamiento normativo. Y es que en esencia, el bufón o el muñeco sufridor de la situación graciosa, es un ejemplo de lo que sucede si abandonas lo gris o predeterminado. Nadie quiere ser la broma, pero todo el mundo quiere reírse.
En el espectro contrario se mueve ‘Overcompensating’, la apuesta de Prime Video para esta temporada. Con esta comedia regresamos al escenario de la escasez, es decir, de lo prediseñado y establecido para intentar que funcione activando algún resorte ya construido. Si los primeros tienen a Julia Fox, la verdadera it-girl de nuestra era; los segundos tiran de Charli XCX, una malota disfrazada.
l problema que lastran sus ocho episodios es saber, o al menos intuir, lo que ocurrirá en la gran mayoría de ellos, lo cual resulta ligeramente insufrible si se busca algo original. Somos una humanidad sobreexpuesta a su creación, difíciles de sorprender como el hijo malcriado de un magnate. Se agradece su falta de temeridad a la hora de actualizar referentes y modernizar la generación protagonista, pero la ambientación universitaria sigue resultando problemática a este lado del charco. Todo el guion está cubierto de una pátina estadounidense que huele a pasado.
Los discursos más interesantes en Overcompensating son la perpetuación de ciertos roles sociales, tan anacrónicos como atrapantes, y cómo la masculinidad sigue cayendo por la espiral del ridículo en la presente crisis que atraviesa. Los hombres pueden y deben ser tantas cosas que confunden modelos y posibilidades, o eso nos cuentan. El problema es jugar al desagrado visual, exponer al espectador a esa fuerza repelente.
La mentira activa el motor de esta trama porque todos ocultan hasta las últimas consecuencias, o emplean el engaño como una excusa. Opera, sin lugar a duda, como la materia prima sobre la que se levantan tanto los personajes como los conflictos. Un gran juego del escondite que cada vez que sale a la luz, por partes, se resuelve con una fórmulas ya conocidas: a quién le importa, vale, y ahora qué, no era para tanto, todo esto para qué.
Una vez superado el visionado de ambas series y con la idea aplazada de escribir un capítulo piloto de una serie cómica, me gustaría asumir el desafío que parece evitarse desde hace tiempo: buscar la carcajada a través de la verdad. ¿Nos reiremos?