Un ánade cómico e anarquista

Fernando Fernán Gómez en 'A lingua das bolboretas'. AEP
El gran ganador de la primera gala de los premios Goya, celebrada en 1987, no acudió a la ceremnia. Sus amigos ya lo sabían. Marisa Paredes admitió en el escenario que a él lo de no saber si ganaba o perdía le generaba ansiedad y en caso de perder, sonreír no le salía natural. Fernando Fernán Gómez (1921-2007) mientras tanto dormía plácidamente

Con frecuencia el uso de la expresión "hombre del Renacimiento", referida a quien posee genialmente conocimientos variados, se vilipendia malgastándola con quien no la merece. En otros casos, sin embargo, se niega tajante a alguien digno. Fernando Fernán Gómez se convirtió en un creador total, un artista clave en el siglo XX español, e inclasificable. Para los cineastas, era un dramaturgo; para los dramaturgos, era un actor; para los actores, era un cómico; para los cómicos, un intelectual; para los intelectuales, un hombre del espectáculo. Él solo se consideraba un galán feo, un vago abnegado, un anarquista cobarde.

La vida de Fernán Gómez sucedió con el mismo arte enrevesado que él mismo practicaba en el habla, en la escritura y especialmente en la narración oral en privado a sus amistades. Digresiones, pausas, sorpresas y giros conformaron una trayectoria artística y vital en paralelo a un país, su política y su cultura, o falta de ella. Con más de 210 interpretaciones en películas, 30 dirigidas, 36 guiones para cine y televisión, 13 novelas, 12 obras de teatro, y una decena de libros de conferencias, solo es posible condensar tal biografía en escenas como un hilo conductor.

Nació en Lima, capital de Perú, por una cuestión que explica en sí mismo su vida familiar. La madre trabajaba como actriz y dio a luz durante una gira teatral. Tardaron varios días en registrar el nacimiento, tanto que lo hizo en Buenos Aires, adquiriendo así el bebé la nacionalidad argentina. La abuela materna se trasladó al país para cuidarlo y tres años después regresaron los tres a Madrid. La figura del padre existió al comienzo de la infancia como una incógnita difícil de resolver.

La educación del niño bebe de diferentes fuentes, dispares y contrarias. Mientras que su madre defendía la monarquía, la abuela inculcaba revolución socialista a su nieto. Los panfletos políticos se compaginaban con las novelas, los folletines y los guiones teatrales. De la escuela a las bambalinas, obviando el deporte y cualquier otra actividad.

Descubre el misterio de quien era su padre

A los seis años aprovechando una ausencia de su madre, Fernán Gómez descubre el misterio de su padre por boca de su abuela, que lo confiesa sin medir sus palabras. Le explica que es hijo de otro actor y dueño de la compañía en la que su madre trabajaba, también que su otra abuela es María Guerrero, figura clave del teatro español, quien les impidió casarse y ser una familia corriente. Aquel estigma lo arrastraría hasta el final de sus días no solo por hijo de soltera, sino por ser el hijo de la cómica.

Con 12 años debutó como intérprete en ‘El padrón municipal’, de Vital Aza, y entendió que aquello de actuar sería su oficio, con el disgusto que supondría en su casa. La Segunda República fue una época fundamental para él porque gozó de una libertad engrandecedora. En sus memorias, ‘El tiempo amarillo’, relata el día de la proclamación como una gran fiesta y un paseo cargado de enhorabuenas hacia su abuela.

Conforme crecía, Fernán Gómez se aproximaba más y más hacia el anarquismo. Se unió a la CNT y en su escuela de actores recibió formación. Ante la inminente entrada del bando franquista en Madrid en el marco de la Guerra Civil, toma la decisión de quemar su carné y mantener un perfil bajo. El conflicto bélico también había truncado su aspiración de estudiar Filosofía y Letras. Recordó en alguna entrevista su profundo deseo de que llegasen los militares para ganar, pues "eso" —como llamaban en su casa a la guerra— había paralizado la vida y él se encontraba en la adolescencia. Por causa de la opresión, se afianzó en la ideología revolucionaria y combativa contra el régimen.

La supervivencia a base de pequeños papeles teatrales le resultaba compleja. Él era un animal exótico en aquel contexto. Un hombre pálido y alto, pelirrojo y español, de voz grave y rostro aniñado, incierto galán aunque carismático. En uno de esos pases, el dramaturgo Jardiel Poncela atisba su talento y lo ficha para el reparto de ‘Los ladrones somos gente honrada’, hecho que transforma su vida para siempre. A cambio de la confianza, de manera anónima Fernán Gómez financió los últimos años de Poncela, cuando se había arruinado.

El teatro como desafío

Sin embargo, el teatro resultaba desafiante para él. Muchas décadas después manifestaba claro el desa-grado que le había generado salir a escena, tanto por el miedo a olvidar el texto como por el público. Bromeaba sobre esto diciendo que no le gustaba ser observado mientras trabajaba, que él no lo hacía con otros oficios. Prefería la escritura del texto o la creación intelectual del personaje, no tanto su ejecución y mucho menos las giras. Según comenta José Sacristán, amigo y compañero en infinidad de repartos, Fernán Gómez era partidario de la función única.

Por ello, en cuanto la oportunidad pasó por delante, aceptó trabajar en cine. Firmó con Cifesa y en 1944 destacó en la película ‘Cristina Guzmán, profesora de idiomas’, en la cual interpretaba a un hombre extranjero gracias a su aspecto. Al año siguiente obtuvo su primer papel protagonista en una obra menor, aunque recibió uno de los grandes consejos de su carrera. El director le recomendó dejar de estudiar tanto a Spencer Tracy y abrazar su autenticidad, su carácter español.

Su primera década de trabajo actoral sirve como cantera y entrenamiento, como toma de contacto y experiencia base. La necesidad monetaria lo lleva a aceptar roles que lo molestaban en lo político, aunque no lo manifestaba nunca. Él, que apenas sabía nada del cine, pasaba horas yendo a ver las mismas películas para anotar técnicas y apreciar sutilezas que marcaban la diferencia.

La gran explosión de popularidad le llegó a través de dos papeles: ‘Botón de ancla’ y ‘Balarrasa’. Estos papeles se encajan en dos de las corrientes más impulsadas por el régimen franquista. Por un lado, el militarismo derivado de la cinta ‘Raza’ y en otra banda, el catolicismo exaltado. Pese al éxito total, la capacidad económica del actor no mejora igualitariamente. En paralelo dio inicio a una carrera como guionista de radio que no abandonaría.

Al mudarse a Barcelona para buscar mejores salidas coincidieron en el tiempo diferentes realidades. Su romance y matrimonio con la cantante María Dolores Pradera resultó un bálsamo de alivio, pero también de dolor. La pareja contó en varias ocasiones que llegaban a llorar de hambre por la penuria. En la ciudad condal las disidencias alimentaron el espíritu de Fernán Gómez, que por primera vez se enroló en un grupo artístico. Varios jóvenes cineastas, denominados los Telúricos y liderados por Carlos Serrano de Osma, dieron al actor el espacio intelectual para reflexionar sobre el medio cinematográfico y varios papeles protagonistas. Aquello comía dinero y obligó a Fernán Gómez a doblar películas de la Metro Goldwyn Mayer.

El actor alcanza la vanguardia

Protagonizar ‘Esa pareja feliz’, el debut de Bardem y Berlanga, sitúa al actor en la vanguardia al mismo tiempo que sigue en el mercado. Suma en una sola década títulos como ‘Los habitantes de la casa deshabitada’, ‘Embrujo’, ‘La mies es mucha’, y toma la decisión de pasarse al otro lado: ser director, siguiendo la estela de sus adorados Chaplin y Keaton. En ese sentido, Fernán Gómez destaca adaptando ‘El malvado Carabel’ y, sobre todo, firmando ‘La vida por delante’ y ‘La vida alrededor’.

Pese a la apertura sesentera de la dictadura, el franquismo social señalaba de modo discriminatorio a la intelectualidad. Por eso, el actor prefirió definirse como un "hombre de espectáculo" para evitar problemas. Fernán Gómez fue un habitual del Café Gijón durante décadas y allí forjó algunas de sus más profundas amistades.

La vida nocturna y trasnochada del actor es clave en su trayectoria, ya que resultó una fuente de inspiración y libertad inesperada. Los clubs, los cabarets, las borracheras y la camaradería salvaron al actor en aquellos años, que él mismo calificaba de los más bajos, privado de viabilidad artística y atrapado en un contexto asfixiante, sin el éxito del pasado y vigilado por la censura.

Los años sesenta supusieron su transformación personal porque de manera absoluta abrió su profesión y expuso su visión individual como artista. En 1963 y 1964 rodó dos de las obras cumbre del cine español, muy adelantadas y en sintonía con la creación europea, ‘El extraño viaje’ y ‘El mundo sigue’. Ambas sufren el bloqueo censor y apenas duran un par de semanas en la cartelera de un cine bilbaíno antes de ser enterradas para siempre. El gasto económico, asumido enteramente por él, y el desgaste en su ánimo provocaron que se dedicara al denominado cine alimenticio. También en esa época debutó como novelista con ‘El vendedor de naranjas’.

En la década siguiente se repondrá todo el dolor y la opresión sufrida por diferentes vías. En lo romántico, Fernán Gómez encuentra a la que ya será su pareja definitiva, la actriz Emma Cohen, 25 años menor que él. La Transición resultó una época dorada para él como actor y lo colocó en una posición dominante dentro del cine intelectual y de autor del momento. Así se puso al frente de ‘El espíritu de la colmena’, ‘Mamá cumple cien años’, ‘Mi hija Hildegart’ o ‘El anacoreta’, entre otros títulos.

Recupera su popularidad

La recuperación de su popularidad llegó a través de la televisión en formato miniserie. Volvía al gran público a través del medio dominante y al alza, ahora mucho más maduro y capaz de controlar los elementos que lo diferenciaban: su voz, su seriedad, su elocuencia y un poso sabio muy distinguido. En cierto modo, Fernán Gómez logra la cumbre de su carrera al aunar todo el éxito posible a una avanzada edad y que, sin embargo, parecía destinada a ser la suya.

A lo largo de los años 80 se reconoce su fundamental existencia para el arte español con la Medalla de Oro de las Bellas Artes (1981), el Premio Nacional de Teatro (1985) y el Premio Nacional de Cinematografía (1989). Por otro lado, su rol total de actor-director-guionista en ‘Mambrú se fue a la guerra’ y ‘El viaje a ninguna parte’ lo coronan en la primera gala de los premios Goya con cuatro cabezones en una misma noche. Y como autor de teatro, su gran cuenta pendiente, entrega ‘Las bicicletas son para el verano’, ampliamente reconocida como uno de los mejores textos dramáticos del siglo pasado y quizá el texto clave sobre la cotidianidad de la Guerra Civil.

El estudio sobre el trabajo de Fernán Gómez evidencia su gran capacidad para exponer la complejidad tanto del carácter humano como de la posguerra. En su creación de personajes concentra la pillería, la sublimación ante el desastre y la miseria en sus múltiples expresiones, desde la delincuencia hasta la amoralidad. Sus historias captan y reproducen la supervivencia como un binomio compuesto de honestidad e ironía, es decir, de verdad e inteligencia.

Después del esfuerzo de una vida, en los años 90 logró mucho con poco. Su presencia en dos películas ganadoras del Oscar (‘Belle epoque’, ‘Todo sobre mi madre’) y en otra nominada (‘El abuelo’) constatan su estado de gracia, completado con el premio Príncipe de Asturias, Donosti y sendos Goya. Cierra la década con algunos de sus personajes trascendentales y su papel más recordado, Don Gregorio, en ‘La lengua de las mariposas’.

Después de un achaque de salud y su lenta retirada, Fernán Gómez ingresó un mes por culpa de un cáncer fatal. Falleció en 2007 y por petición expresa lo velaron con la bandera anarquista cubriendo el ataúd. Durante un día entero, el Teatro Español de Madrid vio cómo compañeros, políticos y anónimos despedían al abuelo de indudable compromiso, abuelo de toda la industria.

Entre tangos y ramos de rosas quedó sepultado Fernán Gómez, recordado hoy por sus citas filosóficas y monólogos de cine, como aquel de Don Gregorio, que habla también de él mismo: "El ánade salvaje vuelve a su tierra para las nupcias. Nada ni nadie podrá detenerlo. Si le cortan las alas, irá a nado. Si le cortan las patas, se impulsará con el pico como un remo en la corriente. Ese viaje es su razón de ser".