Verano, hasta la derrota
OCURRIÓ UN jueves, sobre una toalla azul y bajo un cielo del Norte despejado. El escritor Francesco Pecoraro me había entregado la lectura definitiva, quizás del año, con Lo único que importa es el verano (Editorial Periférica). Terminar un libro en esta época es otra forma de privilegio al cual no renunciar. Cerrar desde la última página, rozar la contraportada y voltearlo para revisar el título, el autor y la imagen. Así es el proceso y en caso de ser una buena historia, no finaliza ahí.
Cuando en un libro se filosofa y narra el verano, tiendo a creer que es tan similar al mío como radicalmente distinto. Jamás he ido al Tirreno ni alrededores y, sin embargo, juraría que en algún momento vital tuve la suerte de nadar junto a la villa imperial de Nerón en Anzio. Como ocurre con el sol, más bien sus rayos, que se comporta igual sobre todas las pieles y cada una adopta su tonalidad distintiva. Se trata de resistencia o de predisposición. De habilidades innatas, en cualquier caso, para enfrentarse a la estación de secano.
También creo a fe que en las historias protagonizadas por un grupo de amigos, como en la de Pecoraro, nadie es solo alguien y todos somos un poco los demás. En la defensa fiera de ser uno pero jamás el opuesto se esconde el verdadero individuo, camuflado entre la apariencia y el autodesprecio. Así, por mucho que una persona no se identifique con Biba, de carácter pasional y conciencia política dispersa, es tanto ella como Filippo, aburrido de sí mismo y el sistema pero con capacidad de vivir activo, Enzo, sagaz e inconformista aunque frustrado, o Giacomo, esclavo de su debilidad y temeroso por tanto saber.
Pecoraro se expresa barroco, retorciendo los párrafos y el límite de las palabras. Él, como Capote, opina que este es el mayor signo de juventud. Lo barroco, oculto tras la máscara para evitar hablar con simple honestidad, que es la adultez en sí misma. Renunciar al adorno, ir al grano. Jugar al descubierto, que es, sin embargo, un modo de vida más vulnerable. Por tanto lo barroco es un escudo de vergüenza, entretenido y juvenil; mientras que lo adulto, como mucho, una hoja de parra transparente que muestra y nunca sugiere.
Nuestra identidad es tan propia como el tono y la marca de moreno. Habla de la paciencia y el tesón, de la importancia hedonista, del cuerpo, del tiempo disponible, de la genética y el pasado, de la entrega, del gusto, de la latitud, de la clase social. Y cuando no existe, sigue expresando igualmente. Entonces ahora, que se ondula el aire sobre el asfalto y los cuervos piden agua en sus quejidos, renuncio a la espera del otoño para analizar de frente lo estival.
El verano se condensa en el "Uy" que pronuncia Amaia al principio de la canción El Encuentro, junto a Alizzz. Expresa inocencia, porque aún puede descubrirse algo, y sorpresa, como cruzarse con lo inesperado una noche o entender al ver a un antiguo amante que todavía podría serlo. Encierra también picardía, el tipo de fuerza para orquestar una malicia sin daño con la que alegrarse semanas. Ese "Uy" es a la vez el sudar por sudar y el sudar con motivo, la gota que cae a cualquier parte y sobre una diana. Ese corto sonido, como corta la inconsciencia. Apenas un segundo, como apenas unos meses.
Claro que el verano no suena únicamente a una onomatopeya o el concierto de insectos en las noches. Crece de quincena en quincena aglutinando cansancio y descanso en cataras de conversaciones, de terrazas a oficinas, de parques a arenales. Todo el charloteo de palabras horadadas de significado alcanza una trascendencia vaga porque se pronuncia intentando alcanzar el Universo, apenas llegando a la orilla y muriendo, con casi total seguridad, sin que el receptor se inmute. Para qué hablar si en ese momento de la confesión o de la mentira un rayo de sol te elige y te aparta.
A veces suenan disparos y la violencia raja el espejismo estival, porque los políticos toman vacaciones pero los señores de la guerra no necesitan descanso alguno. Pecoraro expone a Berlusconi y a su fascismo mediático, al G8 en Génova, a otro mártir de la democracia italiana. Y es cierto que tampoco el verano puede escapar a las relaciones internacionales, ni siquiera el sol causa el fin de la crueldad. Por eso, en este nuestro, hay sangre seca en el mundo, en las calles palestinas y entre los escombros de cada continente. Dice la televisión al fondo que viven siete periodistas menos, que Israel los ha matado. A continuación, información meteorológica. Bajarán las temperaturas.
Afuera cae un sol de justicia que, paradójicamente, no se aplica. Cae en mala igualdad. Me encuentro en el campo y es extraño, porque juraría que paseaba por cualquier paseo marítimo de Italia. Me había parecido ver al anciano napolitano, moreno como cuero tratado, sentado en su silla y marcado con el tatuaje Tutto passa. Pensaba verlo, incluso pensaba serlo en la vejez. Pero esa pose desafiante frente al verano se logra solo después de la derrota. La mayor de ellas, en la que comprendes que nada importa y todo pasa. Entonces te sientas y te confunden por chulo, cuando solo sucede que has perdido.
Comprendo que lo veo porque no lo soy. Estoy en la barandilla mirando hacia la roca. Sigo el paseo y canturreo aquello de Charles Aznavour: "Me parece que la miseria / Sería menos dolorosa al sol". Agosto, todavía.