Opinión

Mujeres en la cultura

Visibilidad y participación mediática

EN EL MUNDO del periodismo, según el informe de la A.P.M., las mujeres se enfrentan a un gigantesco techo de cristal. Señala que salvo excepciones como el Diario Ara o Público, ninguno de los diarios más leídos en España tiene al frente a una mujer. En cuanto a servicios informativos de radio y televisión, tampoco la situación mejora.

El Gran Wyoming definía hace poco la situación de las mujeres en España como "personas con muchas cargas y pocos cargos" y, en tono de humor como es habitual en él, ironizaba con que "demasiadas empresas de comunicación en España piensan que la única mujer preparada para dirigir a un hombre es la del GPS".

La precariedad de la crisis también en ese medio afecta en mayor medida a las mujeres. En 2017 estaban en paro el 60% de las mujeres periodistas; por otra parte, son las que más contratos por obra, o de falsos autónomos tienen y las que menos cobran; ocupan los mayores porcentajes de los salarios más precarios y los de menores cuando los contratos son de remuneración por encima de los 2.000 euros.

En cuanto a visibilidad de las mujeres merece ser nombrada una española: Carmen Sarmiento. Fue la primera mujer periodista española corresponsal de guerra. Dirigió la serie de Documentales Los marginados y Mujeres de América Latina. Periodista comprometida y feminista, luchó por las mujeres y denunció los atropellos de sus derechos y se puede decir que ella llevó el feminismo a la televisión y voz a las mujeres silenciadas.

Son muchas las mujeres que habiendo realizado grandes obras en el campo de la ciencia, la cultura y el arte, fueron silenciadas y olvidadas por la historia y muchas veces, sus logros se conocieron atribuyéndolos a otro.

Tenemos múltiples ejemplos de mujeres que se hicieron pasar por hombres para poder escribir o para estudiar en la universidad. Son muchos los nombres escondidos detrás de grandes obras de la literatura: Amantine Lucile Aurore, escribió con el seudónimo de George Sand La charca del diablo. Las hermanas Bronte, autoras de Cumbres borrascosas firmaron como los hermanos Bell durante mucho tiempo. Mary Ann Evans firmó como George Elliot. Laura Albert se ocultó toda su vida bajo el seudónimo de J. T. Leroy, porque pensó que de otro modo nadie la leería. Sidonie-Gabrielle Colette renunció a firmar sus relatos eróticos a principios del siglo XX porque pensaba que nadie iba a leer historias subidas de tono escritas por una mujer y hubo de ver como su esposo se jactaba del éxito. Louisa May Ascott, a la que tenemos que agradecer grandes obras de la literatura como Mujercitas, escribió bajo nombre masculino de A. M. Barnard una colección de novelas y relatos en los que se trataban temas tabúes para la época como el adulterio y el incesto y fue una gran sufragista. Mary Wollstonecraf, cambió su apellido por el de su pareja sentimental, el poeta Percy Shelley, para publicar su obra Frankenstein.

La española Cecilia Böhl de Faber, autora de La Gaviota publicó sus obras con el sobrenombre masculino de Fernán Caballero. Caterina Albert utilizó durante toda su vida el nombre de Victor Catalá para escribir, Solicitud, o Dramas rurales, son obras que la hicieron la máxima representante modernista de la novela rural en lengua catalana.

Más recientemente, Joanne Rowling, autora de Harry Potter, y una le las autoras vivas que más libros ha vendido en el mundo, fue convencida por su editor para utilizar solamente sus iniciales, porque sería más fácil para el triunfo de su obra.

A todas estas mujeres, entre otras muchas escondidas detrás de sus iniciales o de un nombre masculino, debemos algunas de las mejores obras de la literatura universal. El camino que han tenido que recorrer hasta ser consideradas profesionales de la literatura ha estado plagado de obstáculos para las mujeres que intentaban el acceso a la escritura; por un lado estaba la dificultad para acceder a la cultura y de otro, la infravaloración imperante en cuanto a la capacidad creativa de la mujer.

Es por esa razón que les debemos el reconocimiento por el tesón y valía con que han luchado y porque, gracias a su obra, la descripción en sus novelas de vidas marginales, de mujeres que no seguían el camino socialmente estipulado para ellas, pudo servir de revulsivo para que se produjeran cambios sociales en los valores imperantes. Una literatura inicialmente anónima y oral, trasmitida por las propias mujeres, hasta que esta literatura ligada al ciclo vital y la temática amorosa comenzó a reivindicar su espacio en la creación literaria, hasta que, como dijo Virginia Wolf, autora de Una habitación propia, la mujer logra un espacio propio entendido como espacio vital propio, individual e independiente que la hiciera dueña de su tiempo. Entonces también será dueña de su obra.

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