"El catastrofismo ecológico paraliza en vez de movilizar y empuja a errores de análisis"

En el libro 'Contra el mito del colapso ecológico', el ferrolano Emilio Santiago, investigador en antropología climática del CSIC, invita a no dejarse desanimar por mensajes apocalípticos y a valorar los argumentos que hay para la esperanza para reaccionar y de exigir políticas transformadoras contra una crisis de extrema gravedad"
Emilio Santiago Muíño (Ferrol, 1984). EP
photo_camera Emilio Santiago Muíño (Ferrol, 1984). EP

Defiende que dejarse arrastrar por el miedo paralizante del "colapsismo ecológico" es casi tan suicida como restar importancia a esta crisis.
Hay que encontrar un punto medio entre la indolencia –por la creencia en que nos salvará un milagro tecnológico– y el pánico –por considerar que todo está perdido–. Son dos maneras de contribuir al desastre ecológico hacia el que vamos encaminados pero al que no estamos destinados.

Pero la amenaza es evidente.
Estamos inmersos en una crisis ecológica de dimensiones civilizatorias que pone en peligro la continuidad de nuestro modo de vida. La situación no admite ningún tipo de relax o minusvaloración. Lo que hace el libro es discutir con aquellas corrientes del ecologismo que otorgan a este escenario de extrema gravedad una categoría de hecho consumado. Pensada, además, bajo la noción de colapso, que es muy problemática.

¿Por qué? ¿Qué efectos tiene?
Lo más llamativo es que induce a toda una serie de errores políticos relacionados mensajes catastrofistas que paralizan en vez de movilizar, pero casi más importante es que empuja a errores en el análisis. Porque, desde esa categoría de colapso, cabe imaginar un desorden social generalizado en el que las pequeñas comunidades podrían tener una oportunidad para avanzar desde una resistencia local. El problema es que nuestra época está mucho más preñada de ecofascismo: para intentar dar salida a las tensiones ecológicas que se acumulan, estamos más al borde de una involución democrática que de una descomposición del poder político y de la sociedad.

¿Por dónde hay que comenzar a sacudirse la parálisis?
La cuestión fundamental es vincular la transición ecológica con la justicia social, porque si no vamos a afrontar muchísimos obstáculos por las desigualdades sociales. Y, de un modo más concreto, dar la batalla ecológica por la disputa del tipo de economía que va a venir después de un neoliberalismo que ya es un muerto viviente. Toca dar la pelea para que el régimen económico que venga, que sin duda va a tener una mayor participación del Estado en la regulación y la planificación, se oriente hacia una sociedad poscrecimiento que permita una vida buena para todos dentro de los límites planetarios.
 

"En esta crisis estamos más al borde de una involución democrática que de una descomposición del poder político y la sociedad"


También defiendes que el ecologismo debe poner en su discurso "horizontes de salida" que ilusionen.
Así como estamos en una situación crítica, también hay argumentos para la esperanza. Algunos tienen que ver con la tecnología, que no son los más importantes pero hay que tenerlos en consideración. Las renovables están protagonizando una reducción de costes espectacular y están poniendo más fácil la descarbonización. Y hay motivos por el lado social: hemos conocido unas movilizaciones históricas que han transformado el sentido común y han puesto la cuestión climática en el centro del debate público; hay una ciencia que ha dado un paso militante para tratar de movilizar a la sociedad y caminar hacia esta transición; se ven cambios culturales desde en la alimentación hasta en la movilidad; está la transformación que se está dando en muchas ciudades de Europa, con más presencia de la vida peatonal, de barrio, con huertos urbanos... Todo esto nos puede llevar a trazar una conexión clara entre transición ecológica y prosperidad. Hoy, el mayor yacimiento de empleos nuevos está vinculado con una reindustrialización verde. Son elementos que pueden ayudar a algo fundamental: que el ecologismo dispute ese horizonte del mañana desde el deseo y no solo desde el miedo o la recriminación moral. Que podemos llevar una vida mejor con un impacto ecológico mucho menor. 

Ha sido director técnico de medio ambiente del Ayuntamiento de Móstoles y asesor de Más Madrid en el Parlamento madrileño. ¿Se pueden conseguir cosas ya desde el nivel local y autonómico?
Sí. Es cierto que tienen problemas competenciales, pero se pueden conseguir y se están consiguiendo transformaciones. Lo que tenemos que hacer es que sean más rápidas y más justas.

¿Y cómo está abordando la situación la política española?
En una visión pragmática y dentro del margen de lo posible, creo que en los últimos seis años es un país que está liderando la idea de transición energética. Al menos en este sentido está yendo por el buen camino, aunque quizás a pasos muy lentos y no del todo asegurados, porque hay riesgos de regresión. Y queda mucho por mejorar en justicia social y reparto de cargas. Además, la transición ecológica no es solo transición energética.

¿Hasta qué punto tiene capacidad de maniobra frente a los grandes intereses privados? Porque también la contaminan de raíz.
Es verdad que la política está atravesada por ellos, pero para quien tenga dudas de la capacidad de intervención del Estado ahí tiene la pandemia, que puso negro sobre blanco que no era cierta esa supuesta incapacidad para provocar cambios rápidos y drásticos. Los Estados están capturados por oligarquías con agendas muy concretas que dificultan las cosas, pero no las impiden. Lo que hay que hacer es poner democráticamente toda la fuerza del Estado al servicio de la transición ecológica justa.

Pues vienen elecciones europeas.
Sí, y son elecciones que suponen un riesgo de involución en lo que ha sido uno de los pilares de consenso del proyecto comunitario en los últimos treinta años, que es tomarse en serio la transición ecológica hasta donde el capitalismo deja. Si el Parlamento europeo gira a la derecha y da espacio a los discursos más negacionistas sobre la crisis ecológica, dudo que tengamos un retroceso absoluto, porque al menos esa transición energética es más rentable en términos capitalistas que los combustibles fósiles y solo se ralentizaría, pero se pondrían en peligro otros aspectos como la preservación de la biodiversidad y, sobre todo, la justicia social, la redistribución de la riqueza para facilitar a todos los ciudadanos una transición que debe ser justa no solo desde una perspectiva moral, sino de eficacia. Porque si no es así, va a despertar fricciones que la pueden hacer fracasar. Y el margen de maniobra es muy estrecho.

"Está yendo por el buen camino la transición energética, aunque a pasos muy lentos y queda mucha mejorar en la justicia social"

En todo caso, añade que esta visión apocalíptica es un rasgo recurrente de la sociedad contemporánea.
Ese espíritu colapsista tiene vasos comunicantes con la economía y la obsesión por el déficit fiscal; el colapsismo clásico de las extremas derechas que hablan de la ruina de occidente y el suicidio demográfico; el feminismo antitrans y su alusión al borrado de las mujeres... Hay un espíritu de época. De una época en la que se ha perdido la capacidad de imaginar un futuro distinto, que se siente en el umbral de transformaciones dramáticas y que responde con una pulsión de retorno a un pasado que se idealiza. Tiene que ver con la victoria cultural neoliberal, que ha inoculado el "no hay alternativa" de Thatcher y somos incapaces de imaginar el enorme efecto transformador de la política. Y ante una situación tan complicada, nos encamina al desastre.

El activista Xan López deslizaba que el greenwashing empresarial al menos se puede interpretar como un triunfo cultural de años de esfuerzo del movimiento ecologista. ¿Tenemos más fuerza como consumidores que como ciudadanos?
No creo que podamos decirlo así, pero sí que es verdad que el greenwashing puede servir como termómetro. Cuando aquellas fuerzas que han sido enemigas de la transición económica durante décadas y que la han obstaculizado sistemáticamente asumen este discurso e intentan parecer un poco verdes, no es ninguna victoria, pero sí una señal de que la iniciativa cultural e ideológica la llevamos nosotros. Cuando tu enemigo se quiere parecer a ti, es que estamos haciendo algo bien. Pero esto no significa que haya que dar por válido al greenwashing. Hay que combatirlo, con organismos públicos que ejerzan como observatorio. Y hay que pensar cómo seguir conquistando el sentido común para poder efectuar transformaciones más ambiciosas.

Entonces, ¿cómo puede ganar el ecologismo?
No hay una receta, pero sí unas ideas generales que tienen que ver con muchas estrategias distintas, porque no hay una sola bala de plata. Necesitamos movilización en las calles, construir proyectos alternativos en el consumo, el transporte o la vivienda; y ser gobierno durante un ciclo largo para poder impulsar las políticas públicas necesarias para una transformación de este calado. La gran pregunta es cómo. No es que la sepamos contestar, pero por ejemplo en el Gobierno hay fuerzas netamente ecologistas que están influyendo y el propio PSOE ha desarrollado un trabajo que, si bien no es suficiente, sí se encamina en la buena dirección. Toca seguir profundizando en lo que ya hemos empezado a hacer pero todavía no ha dado sus frutos.

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