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Alma en combustión

Tina Modotti vivió, después de morir, a la sombra de sus parejas. En la actualidad empieza a reivindicarse como todas las mujeres que fue, una sola

CIUDAD DE México, 1928. Los muros del edificio de la Secretaría de Educación Pública se están volviendo una alegoría. Nace, renace, un ser humano fortalecido con la lucha obrera, la revuelta campesina; un ser humano apegado a la tierra, enraizado en ella, celebrando su naturaleza, propagando la educación, la justicia, la igualdad y la paz universales.

Hace calor. En el tercer piso de la SEP, sentado en un andamio, con las piernas colgando, contoneándose un poco, siguiendo tal vez un ritmo interior, se encuentra Diego Rivera, pincel en mano, perfilando un rostro para él conocido y también querido, durante un tiempo. Ha pintado ya a otros amigos, también a su último amor, Frida Kahlo, en el centro de la composición, dominando la escena. Por la margen izquierda asoma Siqueiros, compañero de arte y lucha; por el lado derecho, le ha dado color a Vittorio Vidali, agente soviético, y a Julio Antonio Mella, fundador del Partido Comunista cubano. Allí mismo, junto a ellos, comienza a vislumbrarse la figura de una mujer que alza los ojos hacia Mella y sonríe mientras le entrega una cartuchera repleta de balas. Ella es Tina Modotti, nacida Assunta, igual que su madre, conocida después —según para quién y en qué momento— como Marie, María o Carmen. Nombres clandestinos con un vida entera dentro de cada uno. Tina Modotti la modelo, la actriz, la fotógrafa, la revolucionaria.

A pesar de las altas temperaturas, el mural será acabado, se llamará ‘En el arsenal’ y pasará a formar parte de la historia, de la pintura y de los sueños de muchos en una época convulsa. El día en que Tina Modotti apareció en el fresco mexicano hizo mucho calor, sin embargo, no fue tan sofocante como el fuego formado durante aquellos años en los que casi todo lo humano acabó restallando en llamas de gran júbilo y de terrible aflicción también.

Assunta Modotti Mondini nació en 1896, en Udine, al norte de Italia. La transición hacia el siglo XX estaba resultando difícil por lo que muchos cruzaron a Austria en busca de oportunidades. La familia Modotti fue una de tantas que, como tantas, no consiguió labrarse un futuro y se vio obligada a regresar al punto de partida. En 1906, Giuseppe Modotti, mecánico de profesión, de espíritu inquieto, aspirante a inventor, comprometido con el socialismo, decidió probar suerte en América. Recaló en San Francisco, abrió un taller y comenzó a hacer planes para llevarse a su familia. Vivía en Taylor Street, una de las calles que conformaban La Pequeña Italia y que se convirtió en un barrio efervescente, un semillero de emprendimiento que pronto dio sus frutos.

Tina, con 16 años y tras una infancia de penuria económica, llegó al nuevo mundo. Entró a trabajar en los talleres de I. Magnin, una firma de confección de ropa. En medio del hervidero social, el sindicalismo se hacía notar con una fuerza creciente, así como un incesante interés por la cultura, que se manifestaba en actividades artísticas variopintas. El teatro operístico llegó al barrio de la mano de compañías emergentes que representaban obras a la manera italiana. La zona se transformó en un foco activo, no sólo de trabajo, sino también de arte. Y Tina Modotti no lo desaprovechó. Dicen que su belleza era cautivadora. A lo largo de su vida se encontraría atrapada en ella y en sus derivas. Se inició como modelo y poco después pasó a la interpretación teatral.

En 1915 se inauguró en San Francisco la Exposición Universal. Fue allí donde Tina conoció al que sería su futuro marido, el pintor y poeta, Roubaix de L’Abrie, conocido como Robo. Entró en contacto además con el arte y la fotografía modernas, y vio por primera vez una muestra del que sería su futuro amante, Edward Weston, un fotógrafo ya reconocido. Mientras tanto, en Europa, era la guerra. En 1918, Tina y Robo se mudaron a Hollywood y ella continuó su faceta de actriz en películas mudas. Se integraron en los grupos de artistas donde habitaba una comunidad creciente de exiliados mexicanos que lograron transmitirles una exaltación nueva: la Revolución Mexicana. Ella se enamoró de Weston, Robo intuyó o supo, y se fue a México. Allí morirá de viruela.

Ella aprendió fotografía e inició un camino en solitario. Ambos se adentraron en la vida bohemia mexicana y participaron del renacimiento creativo

Tras su muerte, Tina viajó a México en el momento en que Vasconcelos ocupaba la Secretaría de Educación y hacía estallar las fronteras culturales. Aquí entra Diego Rivera pintando símbolos. Se conocieron y ella posó para él. Tras un breve regreso a Los Ángeles, Tina y Edward se trasladaron a México. Ella aprendió fotografía e inició un camino en solitario. Ambos se adentraron en la vida bohemia mexicana y participaron del renacimiento creativo. La fotógrafa Tina Modotti comienzó a ser apreciada por su mirada distinta y mientras, fue ampliando su círculo de amistades. La política encendió una llama; primero levemente, después con el arrebato de la urgencia. Nadie supo nunca si se salvó o se quemó con ella.

Ciudad de México, 1927. En la redacción de El Machete, publicación oficial del Partido Comunista, se vive una tensión evidente, reflejo de calles en protesta, de cuerpos erguidos en grito unánime, de voces en lucha. Están todos. Los Wolfe, encargados de unificar el partido comunista mexicano; los Goldschmidt, integrantes del Socorro Obrero Internacional; los pintores Siqueiros, Rivera, Xavier Guerrero. Está Vittorio Vidali, brazo ejecutor de los dictados de Stalin; Julio Antonio Mella, revolucionario comunista cubano. Y está Tina Modotti, que allí, en medio de máquinas de escribir con consignas incendiarias por el asesinato de Sacco y Vanzetti, decide poner el arte al servicio de la política. Weston queda lejos ya y, aunque mantiene una relación con Guerrero, se enamora de Mella, que será asesinado dos años más tarde. Su retrato de perfil, hecho por Tina, se convertirá en la imagen del héroe comunista por excelencia.

La prensa sensacionalista se cebó con Tina Modotti. Las autoridades también. Estuvo detenida por lo que se calificó de crimen pasional. Se convirtió en femme fatal, devoradora de hombres, mujer perdida. Aunque fue absuelta. Y siguió su camino cada vez más dentro de la revolución. Escribía, traducía, daba discursos, dirigía la sección mexicana del Socorro Rojo Internacional. Inauguró la que se conoce como primera exposición revolucionaria en México. Fue detenida e invitada a dejar el país. Sale también de escena Diego Rivera, es tiempo de purgar las desviaciones.

Ella, con una misión: organizar un hospital. Su nombre: Marie o María, dependiendo de quién preguntase. Y miembro del batallón femenino del Quinto Regimiento.

Llegó a Berlín acompañada por Vidali, después Moscú. A la misma boca del fuego. Decidió entonces abandonar la fotografía para dedicarse al partido. En Europa era la guerra. A partir de 1931 fue enviada a misiones secretas llevando fondos para la defensa de los presos políticos. En París dirigió la oficina del Socorro Rojo y organizó el Congreso Internacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo. 

Luego, España, donde Vidali ya trabajaba clandestinamente. Su nombre: Carlos Contreras, el comandante Carlos, al mando del Quinto Regimiento. Ella, con una misión: organizar un hospital. Su nombre: Marie o María, dependiendo de quién preguntase. Y miembro del batallón femenino del Quinto Regimiento. Escribió artículos que firmaba como Carmen Ruiz. Cruzó los Pirineos, como tantos, e intentó llegar a Nueva York. No le reconocieron el visado y se trasladó a México. De nuevo. Trabajó allí con los exiliados españoles. No renovó su afiliación tras el pacto Ribbentrop-Mólotov, en 1939. Se distanció de Vidali. Se fue apagando un incendio que atravesaría el mundo.


Interior de un taxi, 1942. Hace frío. Hay algo dentro de sí, algo que oprime. No puede respirar. Quizás observe fotos ausentes a través de la ventanilla. Quizás recuerde un mural. Es muy probable que sienta miedo. Pide al taxista, con urgencia, que la lleve al hospital. Pero ya no está allí cuando llega. Tenía 46 años y nadie supo nunca, exactamente, por qué ardió ni por qué tan pronto.

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