María Valcárcel

Motas de polvo en suspensión

Kazuo Ishiguro AEP
Kazuo Ishiguro AEP
Este mes cumple 61 años un autor que sabe, en sus libros, agarrar las palabras para que salgan apenas las justas, suavemente, contando el mundo

HAY QUE dejar mucho sentido bajo la superficie".​ Así respondía Kazuo Ishiguro a una pregunta de un periodista de The New York Times, tras ganar el Premio Nobel de Literatura, en el año 2017. Una narrativa que entrelaza memoria, identidad y silencio, de modo que lo que no se dice de la manera habitual —con palabras— acaba siempre siendo la clave de la existencia o, al menos, de cierto sentido que sirve para vivir. Aunque ha afirmado en varias ocasiones que recibir premios no es tan importante si se compara con las grandes cuestiones que nos afectan, el Nobel no es un galardón cualquiera y supuso, si lo medimos en grados de fama y fortuna, un asunto no del todo menor. Aun así, mantiene, a día de hoy, tiempos chillones y embrutecidos, un bajo perfil, que conduce a que se hable más de sus novelas que de su biografía. 

Lo que sabemos, pinceladas que nos sitúan y nos dan contexto, es que Ishiguro nació en Nagasaki, Japón, un ocho de noviembre de 1954. Pocos años antes, una bomba atómica había sido lanzada sobre la ciudad, y muchos años después, hasta el momento actual, el hecho mismo y sus consecuencias siguen siendo motivo de reflexión y debate. La cosa, entonces, funciona de esta manera: alguien hace algo y lo que queda, pasa a ser el centro existencial para mucha gente. Esto puede ser tratado en clave individual o colectiva y resulta ser un tema infinito. Él llega al mundo con ese pasado a cuestas. A los cinco años la familia se muda a Inglaterra tras la aceptación de su padre —que era oceanógrafo— de un puesto en el Instituto Nacional Británico de Oceanografía. Abandonan Japón con la idea del regreso. Pero nunca volverán. Y se empieza a tejer una circunstancia que tiene que ver con lo que significa una grieta o una herida o algo sin cerrar del todo. En Guildford, condado de Surrey, sureste de Inglaterra, hay, al menos, un hogar, en el que se contemplan las tradiciones y se educa en base a una cultura dejada atrás. [Era] "el único niño japonés del vecindario". Ese temprano extrañamiento. Pensemos en motas de polvo suspendidas y un rayo de luz que, de pronto, las convierte en visibles a ojos de los presentes. Repentinamente y, como sin querer, el sol las evidencia. Puede parecer absurdo, pero, si se piensa, la narrativa de Ishiguro está hecha de cosas así. 

Al principio, en los años de los querer ser y querer brillar, que pueden ser todos, pero más en el arranque vital, su impulso fue convertirse en cantautor. Leía obsesivamente y estudiaba piano, pero las fantasías lo llevaban a situarse en la estela de Bob Dylan, a la espera de recibir su aliento rítmico. Escribía canciones en su cuarto, tocaba en algún club y enviaba, de vez en cuando, una maqueta a alguna casa discográfica. Al finalizar sus estudios de secundaria, se tomó un año sabático y viajó a Estados Unidos con su guitarra. Podemos suponer que con la tierna fantasía de toparse con Bob y transformarlo todo. El arrebato, sin embargo, no pasó de ahí.

Regresó a Inglaterra y se matriculó en Literatura Inglesa y Filosofía en la Universidad de Kent. Después de eso consiguió ser admitido en un Máster de Escritura Creativa de la Universidad de East Anglia, con un prestigioso programa impartido por no menos prestigiosos docentes. Lo que salió de ahí fue una tesis final que poco más tarde sería un libro. Su primer libro. Editado en 1982 y titulado 'Pálida luz en las colinas', con el que ganó su primer premio. Obviamente, continuó escribiendo. Aunque no rápidamente. Antes de eso trabajó en varias organizaciones de asistencia a personas sin hogar y fue en ese ámbito donde conoció a la que es su esposa, una trabajadora social llamada Lorna Anne MacDougall, con la que se casó en 1984. 

Se dice de sus siguientes novelas que abordan el mismo tema que la primera o que son variaciones o enfoques o miradas sobre la misma cosa. A lo que él responde: "Muchos grandes novelistas se sienten a la defensiva sobre ser repetitivos. Yo creo que está justificado: persigues el mismo libro hasta que te aproxima a lo que quieres decir".​ 'Un artista del mundo flotante' y 'Los restos de día' (o  'Lo que queda del día') tratan de aquello. Si se acuerdan. De las motas de polvo suspendidas. Esta última novela, publicada en 1989, supuso la ascensión de Ishiguro a ese peldaño en el que crítica y público adoran por igual. Con ella ganó el Premio Booker y a partir de ella se adaptó el guion para una película que se estrenaría en 1993, que sería dirigida por James Ivory y que llegaría a ser el epítome de la palabra contención en el trabajo actoral de Anthony Hopkins, quien se llevaría el Premio Bafta al mejor actor al año siguiente, quedándose sin nada el resto del equipo, pese a tener numerosas candidaturas a los Óscar, Globos de Oro y los mencionados BAFTA. El libro fue traducido a veintiocho idiomas y se convirtió en un fenómeno internacional de ventas. Se habla de más de un millón de ejemplares vendidos a lo largo de las décadas, siempre presente en el catálogo de literatura contemporánea en inglés y en traducciones globales.

En 1995 se publicó 'Los inconsolables', en el 2000, 'Cuando fuimos huérfanos' y en el 2005, 'Nunca me abandones', novela en la que aborda el asunto de la clonación con sus derivadas éticas y que no dejan de ser, de nuevo, a su manera, partículas enganchadas a un aire conocido y extranjero a la vez. Esta última también sería adaptada al cine y dirigida por Mark Romanek, y replicó con algo menos de brillantez mediática, las numerosas candidaturas y el único premio al mejor actor secundario. Y tras todo eso llegó el Nobel. En la Academia le dijeron que era algo como esto: "Una mezcla de Jane Austen y Kafka, con una pizca de Proust". Él, poco más tarde, diría en aquella entrevista aquella frase: "Hay que dejar mucho sentido bajo la superficie."​ 

Y con respecto a los premios: "Es maravilloso ganar premios como el Nobel, pero cuando los ganas te das cuenta de que no son tan especiales. Sí, es genial recibirlos, me siento honrado, pero a la vez te das cuenta de que en realidad no tocan los temas fundamentales de la existencia: ¿merece la pena la vida?, ¿lo que haces tiene sentido o vale la pena hacerlo?". "Ganar premios ocurre en un mundo paralelo a la escritura. Tengo mi propia percepción de cuándo he tenido éxito y de cuándo he fracasado, y no siempre coincide con los galardones."

Su último libro publicado lleva por título 'Klara y el sol' y esto ocurrió en 2021. Ya nos damos cuenta de que se toma su tiempo y tiene su sentido. Es difícil pensar en términos como velocidad o prisa al evocar un interior súbitamente iluminado por un sol crepuscular.

En su discurso de aceptación del Premio Nobel, hace ya ocho largos años, concluyó con un llamamiento: "En unos tiempos de divisiones peligrosamente crecientes, debemos escuchar. La buena escritura y la buena lectura derribarán barreras. Debemos incluso encontrar una nueva idea, una gran visión humanista, alrededor de la que congregarnos". Ese impulso constante hacia lo humano hace de la literatura de Kazuo Ishiguro algo con lo que convivir y conmoverse. No parece, en este casi agotado —en todos los sentidos— 2025, que hayamos alcanzado esa nueva idea a la que apelaba el escritor. Sus libros, y el resto de libros, están ahí para seguir buscando. Una anécdota recordada por él puede animarnos: "Me dio [la madre de Ishiguro] un ajado ejemplar de 'Crimen y castigo' y me dijo algo así como: ‘Deberías leerlo, te sentirás como si estuvieras saliendo de tu mente’. Así que lo leí y quedé completamente fascinado desde el principio". Puede que la nueva idea siga esa senda.

¿Y qué quedó de la música? Aunque no la aspiración primera, sí, quizá, la pasión. De aquellas letras de canciones que escribía en su cuarto, a estas de ahora, para la cantante de jazz Stacey Kent, con la que colabora desde hace años. Siempre queda, siempre queda, siempre queda.

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