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Nervo, nunca falla la noche

Hace poco leí un libro de Amado Nervo. Tenía mis reservas sobre él. Me parecía que sería cursi, pesado, relamido. Conocí a un beato hace tiempo que leía mucho a Amado Nervo y eso me echaba para atrás. Pero cuando leí que fue íntimo amigo de Rubén Darío en París, eso ya me animó a leerlo.

Amado Nervo.TR
photo_camera Amado Nervo.TR

PARECERÁ RARO, pero hago una invitación a la noche. Y a todo lo que ella significa. A la libertad íntima, a manifestar los secretos, a revelar lo que está escondido. A escuchar los latidos que no se oyen durante el día. A conectar con el universo entero que el sol nos tapa durante el día. A superar las convenciones sociales y las ceremonias falsas y ser sincero escuchando a Chopin. A escuchar y sentir más que ver, a percibir libremente más que razonar y simplificar. Ya está bien de tanto sol estridente, de tanta luz que vigila todas las esquinas y hace que todo se esconda.

Hace poco leí un libro de Amado Nervo. Tenía mis reservas sobre él. No sé por qué, en realidad eran manías, chorradas. Me parecía que sería cursi, pesado, relamido. Conocí a un beato hace tiempo que leía mucho a Amado Nervo y eso me echaba para atrás. Pero cuando leí que fue íntimo amigo de Rubén Darío en París, que tuvo muchas vivencias con él, eso ya me animó a leerlo.

Pero hace poco encontré de casualidad un libro amarillento en una librería de segunda mano. Me fascinan los libros amarillentos que huelen y llenan las manos y han pasado por cien vidas, y no los libros asépticos metidos en una caja electrónica. Y más si para conseguirlos he tenido una pequeña aventura, ojalá hubiera tenido que atravesar los desiertos de Asia para agenciarlo, o tuviera que convencer con sorpresas a un mercader en un zoco de África. Además es un autor mejicano y yo iba a viajar por Méjico y Centroamérica.

Vas a estar enfermo, vas a perder tu dinero, vas a morirte. Y siempre puedes decirte: «Bueno ¿y qué?»

El libro se titula Plenitud y he encontrado en él al menos dos capítulos maravillosos. Uno se titula Bueno ¿y qué? y dice que ante todas las inquietudes y temores uno siempre puede decirse: «Bueno ¿y qué?». Vas a estar enfermo, vas a perder tu dinero, vas a morirte. Y siempre puedes decirte: «Bueno ¿y qué?». Nervo dice que es una receta sencilla e ingenua, pero a mí me parece deslumbrante. Esa frase sugiere que hay algo infinito e interminable debajo de todo, que nadie puede destruir. Yo he sentido eso en ocasiones, debajo de las angustias más agudas, de los mayores fracasos, siempre había un fondo inagotable que me hacía empezar otra vez, una vitalidad infinita, un resto de obstinación como diría Herman Hesse. Y a veces sentía, como los sabios hindúes, como ciertos místicos, que nada de lo nombrable tenía importancia, que nada valía nada, siempre había detrás algo innombrable. Lo he sentido como una verdadera experiencia, no como un pensamiento, y he sentido que hicieran lo que hicieran conmigo siempre habría algo detrás que no podrían desvirtuar. Y no importa cómo se llame.

El otro capítulo tal vez sea todavía más deslumbrante, se titula 'La heredad'. Amado Nervo dice que el mundo se hace pequeño, y que lo empequeñecen todavía más los prejuicios. Y yo diría ahora el prejuicio actual de que las máquinas lo resuelven todo y de que el mundo entero no es más que una máquina. Es el empobrecimiento más horrible de la vida. Eliminamos el encanto del mundo, como decía Max Weber, eliminamos el aura de la que hablaba Walter Benjamín, eliminamos del todo el espíritu. Y dice Nervo: ya no puedes viajar, para qué, todo es lo mismo, el turismo uniformiza el planeta, y ya no hay ningún rincón inédito. Si Amado Nervo decía eso hace cien años ¿qué no podremos decir ahora? Parece la miseria completa.

Pero Amado Nervo añade: «Mas yo te digo: ¿qué te importa esto si te queda la noche? La noche con todos sus milagros, la noche con todos sus soles y mundos». Siempre he dicho yo también que la noche da la libertad, acaba con los ruidos que distraen y nos permite escuchar el mundo y nuestro interior, elimina las cerrazones y las retóricas, descarta la luz policíaca que quiere controlarlo todo y simplificarlo todo. En la noche y su silencio todo vuelve de verdad: el espíritu eliminado, el encanto que negamos, la infinitud, todas las estrellas que de día no vemos, el sentimiento del cosmos, los pensamientos soterrados, los recuerdos bajo tierra, el inconsciente, los sueños, los deseos que no nos atrevemos a decir, los susurros que ahora ya se escuchan, el canto del mundo que entonces sí puede escucharse. Toda la libertad y toda la elocuencia del silencio. Todo lo que de día callamos o no podemos escuchar y de noche sale de puntillas, como los fantasmas, como los espectros, como nuestros sentimientos secretos.

De noche se apaga el ruido de las máquinas y sale el espíritu olvidado.

Yo ya decía al frente de mi libro El fuego y el sueño: «El día solo tiene una estrella, de noche hay millones de estrellas». Y repito que en la noche son los encuentros místicos, es la llegada de los dioses, es la salida de los sentimientos apagados, de todo lo que el día no permite ver y persigue con saña. De noche se apaga el ruido de las máquinas y sale el espíritu olvidado. De noche se oye lo que no queremos oír nunca o lo que no nos dejan oír, el ruido de nuestra sangre, el rumor de los ríos escondidos.

De noche ya no hay ideologías que encierren, el rumor de la vida secreta es demasiado rico para encerrarse en ellas. De noche ya no hay prejuicios, el silencio rumoroso los desborda todos. De noche sale el misterio que no queremos escuchar, salen las viejas historias, salen las pasiones que nos daba vergüenza mostrar durante el día. Como no nos vemos las caras o máscaras somos capaces de decirlo todo. En la oscuridad podemos tocarnos y palpar oscuramente quienes somos. En la noche podemos extendernos plenamente sin caber en los rostros ni en los nombres.

Por estoy entusiasmado por haber leído Plenitud de Amado Nervo. Le doy las gracias, lo considero mi amigo profundo, y ya no me importa nada lo que me puedan decir de él. Me ha dado al menos dos fogonazos oscuros con su libro y valía la pena seguramente esperar cincuenta años para leerlo. Y tiene algo que decirnos a pesar de todo, insistentemente, con la insistencia de la vida que negamos con nuestros conceptos: más allá de nuestras máquinas que lo mecanizan todo, de nuestros perjuicios que lo escamotean todo, está algo que dice: «Bueno ¿y qué?», está la noche que nos devuelve todos los mundos que el día nos esconde: «En cuanto sales a tu balcón , se te ofrece ella en su inmensidad divina. Y cuando el sueño sella tus párpados, tus ojos y tu corazón están llenos de maravillas». Allá los que quieran mecanizar el mundo entero y quitarle su magia. Yo prefiero la noche y la vida secreta.

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