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Dejarse ir

El francesismo es la debilidad por todo lo francés que aparece en las películas francesas

CONOCÍ A Pablo Villapol en la barra de un bar de madrugada hace dos millones de años, cuando tenía livianas preocupaciones. Él llevaba un tremendo sombrero de romero, practiquísimo para hacer sitio alrededor en los garitos abarrotados. Yo, no. Habíamos estudiado la misma carrera en el mismo sitio, éramos de la misma provincia, trabajábamos en el mismo periódico, pero hasta que no intervino la romería, el bar y el sombrero no nos cruzamos.

Ahora hace años que no nos vemos, pero ocupamos la misma página del periódico con nuestros artículos y sufrimos de la misma patología: el francesismo.

El francesismo es cierta debilidad no solo por el cine francés, sino muy especialmente por todo lo francés que aparece en las películas francesas. Es devoción por el estereotipo, pero por el estereotipo sofisticado, destilado, trabajado. No es suficiente una chica en boina, o la solapa de una gabardina levantada, un cielo gris o una cafetería con las mesas juntísimas y los protagonistas hablando ahí, en medio del mogollón, sobre cuestiones existenciales. No somos novatos, lo que nos gusta es un estereotipo para ya iniciados, para quien tiene ya el ojo entrenado. La segunda, o tercera, capa del estereotipo.

Tampoco es cinefilia lo que nos pasa, o no solo eso, porque se ejerce con un criterio bastante relajado. Se ven películas francesas porque se confía en las películas francesas y se confía, sobre todo, en que aportarán dosis adecuadas de lo francés. Si eso ocurre, los francesistas nos conformamos. Es decir, que vemos cine francés por entrar en terreno conocido, cuyas premisas manejamos, que es más o menos la razón por la que se hace todo en la mediana edad: por la maldita nostalgia.

Sé que Pablo es francesista porque tenemos un acuerdo. Hace poco caímos en que los dos usamos Filmin y eso es un catálogo peliculero salvaje que alguien nos tiene que desbrozar. Nuestro convenio de colaboración exige, por encima de todo, avisarnos de las malísimas, de la morralla, de aquellas a las que ni la presencia de lo francés salva. Y eso hay que hacerlo con devoción y, sobre todo, con urgencia.

Hace poco, por ejemplo, me puse a ver ‘Cosas de la edad’. Por esa época (hace tres semanas) andaba yo bastante enamorada de Guillaume Canet y en esa película él se interpreta a sí mismo, Marion Cotillard a sí misma, viven en París en un ático maravilloso, casi toda la acción transcurre en otoño, beben y fuman, muchos personajes llevan jerseys buenos pero gastados, lucen pelazo pero jamás se peinan, los niños tienen una cualidad un poco adulta, los hombres se besan al saludarse, no hay adulterio pero se intenta con denuedo. Canet está pasando, además, por una crisis de la mediana edad y ya nada le sale como antes. A Cotillard cada vez le va mejor y trabaja sin descanso en sus papeles, así que sale en su casa, en pijama, hablando con acento y arrastrando la pierna para fingir cojera mientras ensaya durante su vida cotidiana, sin salirse del papel. En fin, que tenía todo para gustarme.

Sin embargo, no muy avanzada, la película empieza a degenerar ante mis ojos, todo se retuerce, se hunde sin remedio y acaba siendo un bodrio monumental, de proporciones épicas. Es tan mala, pero tanto, que en ese momento ya preveo la posibilidad hasta de que se dé la vuelta como un calcetín y acabe encontrándole algo. A veces pasa. En cuanto empecé a ver el cariz que tomaba escribí un whatsapp a Pablo para que no reprodujese mi error. "Pero si te escribí un correo avisándote", contestó, usando muchísimos signos de exclamación. Fíjense lo malitos de francesismo que estamos que, incluso así, nos admiramos de la ida de olla y nos preguntamos si no sería tal bodrio fruto de un conflicto con los productores. Nos parecía inconcebible que aquello hubiese sido planteado en serio y no como un castigo para alguien.

Las consecuencias no han pasado de ahí. A mí se me pasó lo de Canet y ya ando a otras cosas, Pablo me escribió un correo de recomendaciones/ advertencias que creo que debería vender al Filmin. Está llena de los consejos que alguien quiere recibir. Por ejemplo, dice de una ‘no ver bajo ninguna circunstancia’, sin zarandajas, o hace una brevísima sinopsis, alaba la película y concluye con un ‘yo la vería’. Esto lo dice de una película que ya ha visto, qué chispa tiene.

En este mar tranquilo, hay una señal de alerta. Han colgado una película con Juliette Binoche medio basada en ‘Fragmentos del discurso amoroso’ de Barthes. Sin verla, le escribo para avisarle de que seguro que acabamos viéndola y lamentándolo. Contesta "sé que me voy a arrepentir". También él la tenía guardada para ver después. Si es que nos dejamos ir.

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