Demasiado tarde, Marguerite
"Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los 18 años ya era demasiado tarde". Así arranca la novela. El amante, en el que una adolescente inicia una relación con un joven considerablemente mayor. Rico, indígena –y, por tanto, prohibido de cara a la sociedad, en aquella Indochina (hoy, Vietnam) colonizada por los franceses–. Estaba entonces el asunto de la edad, el asunto de la clase, el asunto del dinero. Estaba el rompimiento de toda norma y de todo decoro y de toda concepción acerca de la decencia y posicionamiento social. La novela la firma Marguerite Duras, nacida Donnadieu, en 1914, en la localidad de Gia Dinh, cerca de Saigón, que formaba parte, a principios del siglo XX, de la Indochina francesa. Y ya allí, de algún modo, fue la otra. La que siempre se encontraba fuera de, la que jamás se ubicaba en el sitio que supuestamente le correspondía. Su infancia resultó un constante mirar el mundo desde el otro lado. Y si todo, o mucho, queda marcado en los primeros años de una vida, probablemente, crecer así, en el lugar distinto, tuvo una significación profunda, inexorablemente pegada a las venas, a los órganos, a la piel de la niña que llegó tarde a todos los tiempos de una existencia, vamos a decir, al uso.
Si hablamos de llegar tarde, hay que hacer referencia a la idea de irrupción inoportuna. Una especie de arribar extemporáneo. Y si esa idea la trasladamos a un ser humano, la personificamos, podríamos pensar en Marguerite Duras, la persona y la escritora, enmarañadas y ajenas, constantemente fuera de.
Donnadieu, Henri, era su padre. Profesor de matemáticas en aquel territorio colonial, enferma gravemente y es repatriado a Francia para su tratamiento. En un pueblo llamado Duras, en la región de Aquitania, compra una casita pensando en un futuro familiar que nunca se materializará. Al poco tiempo, Henri muere y, claro, las cosas cambian. Su mujer, Marie Legrand, era también profesora, en una escuela indígena, puesto poco remunerado y muy bajo en la escala social de los franceses blancos: "El cargo de maestra de escuela indígena estaba tan mal retribuido que era muy despreciado. Yo misma lo ocultaba cuidadosamente y todo lo que podía. Ser hija de maestra me había valido sinsabores en el colegio, donde no tenía trato más que con hijas de carteros y de aduaneros, únicos rangos equivalentes al de maestra de escuela indígena".
Marie se queda viuda con tres hijos. El mayor se convierte en una figura monstruo, tirano, agresor, manipulador. Marguerite y el pequeño intentan, por momentos, huir de eso y viven una libertad que ella recordaría a menudo en sus textos. Nadan, cazan y pescan, llevan una vida asociada a los orígenes, de espaldas a toda norma. La emoción de aquellos instantes, sin embargo, se encuentra engarzada en otros, los malos, en los que se pone de manifiesto la situación precaria en la que se encontraba la familia y en los que la frustración, la violencia, la miseria y una cierta imposibilidad para atravesar las dificultades, pasan a primer plano.
Marie, con insistentes y peligrosos sueños de grandeza, no sólo busca la mejora económica para ella y sus hijos, sino la transformación de su vida: el ascenso social, la riqueza, la integración total en la clase que, como francesa blanca, se suponía que le correspondía. Pero las cosas no salieron como quería. Se endeuda cada vez más en la compra de unos arrozales que son la representación del sueño. Y la engañan. Las tierras son incultivables y nada de lo que intente va a cambiar el fracaso anunciado. La decepción de Marie se convierte en agresión de Marie, en ferocidad de Marie. En despecho. Contra su hija Marguerite, que deviene en algo muy parecido a un animal acorralado y que no deja de ser el reflejo de una madre destruida que no hace otra cosa sino destruir. Y es entonces. El amante.
Aparece en la vida de la adolescente un joven símbolo del sueño. Y ambos se aferran el uno al otro, por distintos motivos, pero que, en aquel momento, resultan válidos. No así para el resto del mundo, que repudian la unión. Él, mayor, indígena, rico. Ella, blanca, niña, pobre. A pesar del rechazo, en su familia aceptan el privilegio del dinero que les llega. Y Marguerite pasa a ser un centro que nunca es exactamente centro, es algo viscoso, que tiene una significación ambigua, que tiene mucho de condena y mucho de culpa. Un centro que resulta otra cosa. Al que, sin querer, llega cuando ya se ha desplazado, se ha deshumanizado. Llega demasiado tarde.
Infancia y adolescencia en Indochina
A los 18 años Marguerite abandona Vietnam y no volverá allí más que con la escritura. A esa etapa de su vida asomará su mirada una y otra vez. En la que fue su primera novela conocida Un dique contra el Pacífico, en El amante de la China del norte, de nuevo en la ya mencionada El amante y en el recientemente editado Cuadernos de la guerra y otros textos que recogen parte de sus diarios sobre su infancia y adolescencia en Indochina.
Y todo lo que no había estudiado antes, en una rebelión escolar continua contra la autoridad, contra los compañeros, lo estudia ahora, primero Matemáticas y después Derecho y Ciencias Políticas. Son años frenéticos, en los que se vislumbra un ansia por recuperar tiempo perdido.
El ansia de haber llegado tarde a tantas cosas. Se casa con el escritor Robert Antelme en 1939 y, junto con él, participa en la Resistencia Francesa durante el transcurso de la guerra mundial. Lo rememora como "un miedo tan enorme, que es como un recuerdo de irrealidad. No comprendo cómo pudimos hacer eso". En 1943 se cambia el apellido Donnadieu por Duras y comienza a construirse un poco la persona y un poco el mito. Su marido es apresado y deportado a un campo de concentración, de donde logrará regresar. Ella lo acoge y lo cuida, aunque ya tenía una relación con Dionys Mascolo, con quien tendrá un hijo. Es expulsada del partido comunista, un momento que ella califica de feliz. A partir de los años cincuenta y sobre todo, en la década de los 60, escribe profusamente y son de esta época las consideradas sus mejores novelas.
La publicación de Hiroshima mon amour y, sobre todo, su posterior adaptación al cine por ella misma, que firma el guión, con Alain Resnais como director, la sitúa en una posición importante en el escenario literario e intelectual francés. Se estrena como dramaturga y también como directora de cine. Escribe ensayos, novelas, busca, ansía o huye, no acabamos de saber. Lo que se intuye es que tiene prisa. Participa activamente en las causas de la izquierda y sobre todo en el Mayo del 68, donde ella es integrante del Comité de escritores y estudiantes, y es también un periodo convulso, no sólo en el terreno social, sino en su interior: "Me cambió mucho más que cualquier acontecimiento personal. Me cambió como un amor puede cambiar a alguien. Un acontecimiento inmenso".
Su éxito indiscutible le llega con El amante, novela publicada en 1987, que obtuvo el Premio Goncourt y que Jean Jacques Annaud llevaría al cine en 1992, y que supondría el definitivo reconocimiento internacional de la autora. Tiene 73 años. Y alguien puede pensar que eso es ya demasiado tarde.
Sus obras hablan del amor, del deseo, de los cuerpos, del vacío, de la pérdida, de la muerte. De ella, de otros y de ella como la otredad. De este sentirse ajeno o de este correr detrás del tiempo y no llegar, puede haber derivado su problema de alcoholismo. O puede que fuera por el amor que necesitaba y no tuvo. O por lo que se fue y no volvió. O por todo y por otra cosa que únicamente supo ella. Son textos, por veces, crípticos, experimentales y por veces claros. Sin indagaciones del yo y de su reflejo.
Murió a los 81 años y no siempre fue soportada ni admirada. Famosas fueron su egolatría y su soberbia. Dejó una obra inmensa, que sería bonito leer, antes de que sea demasiado tarde.