Ese tambor, tan lejos
Se cumplen diez años de la muerte de Günter Grass, que levantó voces y conciencias con su libro más famoso: El tambor de hojalata
HOY GDANSK, Polonia. Ayer, por así decir, Danzig. Danzig era la Ciudad Libre de Danzig. Uno de esos trozos de papel que quedan sueltos en los mapas después de una guerra y que se convierten en territorio de unos u otros, en función siempre de las mismas variables. Quién fuiste durante la contienda, qué perdiste, qué te quedas. Tras la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles reparte, establece y castiga. Con un aproximado 85% de su población de origen alemán, Danzig suponía un problema. Se toma entonces la decisión crear una entidad propia, bajo tutela de la Sociedad de Naciones, más o menos autónoma, con algún que otro derecho para Polonia –—el más importante su acceso al mar Báltico —. Polacos entrando y saliendo, haciendo negocios, controlando mercancías por tierra y mar, gozando de privilegios importantes… ¿Se puede intuir que se respiraba un aire espeso, una urdimbre de sentimientos arraigados en combinación tóxica con las nuevas emociones, recién salidas de Versalles? Quizá sí.
Bajo esa atmósfera identitaria enrarecida trabajaban Wilhelm Grass y su esposa, Helene Magdalena Knoff, en su tienda de ultramarinos que, casualmente, eran la representación de la tensión histórica, étnica, religiosa y cultural de la región. Uno, protestante pomerano-alemán; otra, católica, de origen casubio-polaco. En ese ambiente pobre, sacrificado, difícil, nacieron cuatro hijos. A uno de ellos lo llamaron Günter, quien mucho más tarde recordará cómo su madre le contaba historias de aquel pueblo suyo, el kashubio (o casubio), procedente del norte de Polonia, le enseñaba recetas, perpetuaba su nombre. De su padre aprendía, observándolo, una serie de asociaciones que, siendo injustas, no significa que sean inciertas, como el trabajo duro, la perpetua pobreza y la escasa felicidad.
El apartamento era pequeño, aunque no tanto como para no permitirse soñar o crear. Günter pronto demostró talento para dibujar y para escribir. Y los años, como quien no quiere la cosa, pasaron así.
Llegó el día en que cumplió 17 años. Para entonces, el aire se había vuelto más y más denso. La pulsión nacionalsocialista, pacientemente tejida con rencor y orgullo, tenía ya objetivos marcados. Era 1944. Ya llevaban operando desde hacía diez. Entrenando duro, siendo adoctrinados, despreciando la impureza. Unidades selectas preparándose para odiar y matar. Heinrich Himmler dirigía el aire nuevo, brazo en alto. Heil Hitler, las Waffen-SS te saludan. Y allá fue Günter. "Me dejé seducir por el nazismo sin hacer preguntas".
Tras la Segunda Guerra Mundial, en un paisaje devastado, irrespirable ya, trabaja como minero y como cantero, sin haber olvidado sus primeros impulsos creativos. Consigue, más tarde, volver a ese camino y estudiar escultura y grabado en la Escuela Superior de Bellas Artes de Düsseldorf y en Berlín. "Cuando escribo, esculpo con palabras". En 1954 se casa con Anna Schwarz, con quien tendrá cuatro hijos y, cincel en mano, escribe una convulsión: El tambor de hojalata (Die Blechtrommel), que será publicada en 1959, y que se convierte velozmente en un símbolo de culpa colectiva y memoria histórica. "El niño protagonista, Oskar Matzerath] salió a redoblar su tambor para anunciar el apocalipsis de una Europa deshecha por el totalitarismo y acabar con el silencio de la conciencia de un pueblo que prefería disfrazar la verdad". Le seguirán El gato y el ratón y Años de perro, respectivamente escritos en 1961 y 1963 y con ellos completará la que será conocida como Trilogía de Danzig, a través de la cual, Günter Grass, concluye su pieza escultórica. Que es él y Alemania; su historia y su lengua; la destrucción del nazismo y la recuperación de la palabra alemana, incontaminada. Una misión, esta última que compartía con el grupo literario Gruppe 47, al que Grass se unió junto a otros autores como Heinrich Böll o Ingeborg Bachmann.
Escultor, escritor, conciencia política
Milita en el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), apoya campañas electorales, participa en debates públicos, de pronto es Günter, escultor, escritor, conciencia política. Su voz es la alerta ante un riesgo nunca desaparecido por completo de la vuelta a la barbarie y una esperanza en la Europa unida.
Se publican sus libros a lo largo de las décadas: El rodaballo, La ratesa, Malos presagios, Es cuento largo y en 1999 recibe el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca destacó su capacidad para "retratar el rostro olvidado de la historia con un humor oscuro y una imaginación vibrante". Él dijo en aquella ocasión cosas así: "En mi impiedad, sólo puedo doblar la rodilla ante el santo que, hasta hoy, me ha sido de más ayuda y ha hecho rodar los peñascos más pesados. Por eso imploro: ¡Santo Sísifo, Nobelado por la gracia de Camus, te lo ruego, haz que la piedra no se quede arriba y podamos seguir haciéndola rodar...!" y así: "El norte y el oeste opulentos pueden seguir queriendo protegerse y afirmarse como fortaleza contra el sur pobre; las corrientes de refugiados los alcanzarán sin embargo y ninguna reja podrá contener la afluencia de hambrientos. De eso habrá que hablar en el futuro".
En el año 2016 salen sus memorias, tituladas, Pelando la cebolla, y ocurre algo. En algunas páginas aparece una revelación: cuando era joven estuvo enrolado unos meses en las Waffen-SS. Y esa figura profundamente comprometida con la justicia, la paz, el bien común, en unas pocas páginas, consigue romper la escultura tan delicadamente construida. Hubo defensores. Hubo detractores. Pese a todo, el cincel no cayó de su mano: "Nosotros nos dejamos seducir... No quiere ser una excusa, sino una explicación. La organización juvenil de los nazis tuvo un atractivo tremendo y un poder de seducción impresionante. Y nosotros nos dejamos fascinar sin hacer preguntas. Ésa es la explicación que puedo dar hoy". Y esa es la que dio.
¿Se puede intuir una culpa negra en el interior de un joven que crece y se adhiere a los órganos y a la piel y a la tinta que dibuja formas en sus libros durante años y años y años? Quizá sí. "Si uno escribe una autobiografía es para ponerse en duda a sí mismo, a la persona entera. Así ha sido conmigo".
Dibuja, es artista visual
Günter no es únicamente un novelista; escribe también poesía, teatro y ensayo. Dibuja, es artista visual. Trata de contemplar su obra como un todo, crear redes interconectadas que dialogan y que combinan lenguajes y técnicas diferentes. Es una obra múltiple, de muchas caras y muchas voces y muchas manos. "Cuando termino un libro, cambio de medio… modelo en terracota, dibujo, pinto… y todo eso me proporciona otras perspectivas en las que la creación literaria queda al margen". ¿Se podría decir que de muchos gritos tan agudos como para romper cristal? Quizá sí.
Tiene un estudio en Berlín, donde todo cabe, donde todo empieza. Así transcurren sus años hasta que envejece. Vive en Behlendorf, cerca de Lübeck, donde se había trasladado tiempo atrás. Fuma, fuma mucho, en pipa, rodeado de libros. Tiene 87 años. Y entonces deja de vivir. Un 13 de abril de 2015.
Quedan, sin embargo, para los vivos. Lo que escribió, lo que dibujó, lo que esculpió. Así finalizó su discurso de aceptación del Nobel: "En definitiva, la novela de todos nosotros debe continuar. Y aunque un día no se escriba o pueda escribirse o imprimirse ya, cuando no se disponga de libros como medios de supervivencia, habrá narradores que nos hablarán al oído, devanando otra vez las viejas historias, a veces próximas a la risa y a veces próximas al llanto".
Algo suena a lo lejos. Inquieta, al principio. Remueve, sin saber por qué. La gente se mira, mira al horizonte, trata de averiguar. El sonido de pronto está más cerca. Tiene un compás, pero no alegre. Parece una señal sin saber nadie el motivo de una señal así, a esta hora, en este mundo. Es un tambor. Alguien dice. Y los demás asienten. Suena aquí. Tiembla ya aquí. Es un niño. Dice una madre. Y los demás asienten. Es Oskar Matzerath, tocando su tambor de hojalata. Otra vez.