Un sueño en ruinas

Mircea Cartarescu. EFE
Mircea Cartarescu es un novelista, ensayista, poeta y profesor rumano. Mira de una manera concreta y desde un punto concreto de Bucarest. A partir de ahí, escribe de corrido en unos cuadernos. Y sus libros son despliegues fantásticos del interior de todos nosotros

Como una araña que tuviera una única víctima en la red, a ella misma con otra edad: el chaval delgado, obsesionado por la literatura, de ojos morados, que es el personaje central y el espíritu vivo de cada uno de mis libros. A veces pienso que la propia literatura es un sueño gigante y que, como dijo Valéry, todas las obras de todos los tiempos son solo un inmenso poema, brotado de la mente de un solo poeta que sueña".

He aquí un escritor de 69 años que nace en Bucarest, Rumanía y que crece allí, bajo el régimen comunista de Ceaucescu. Una ciudad donde la vida se vive por debajo de la ciudad misma, donde lo que se mueve, siempre lo hace en la sombra, al abrigo de la Securitate, la policía secreta, compuesta por agentes e informantes destinados a detectar cualquier señal de oposición. La Securitate sí se distingue, bien colocada en el foco cruel de los sistemas humanos, y actúa, impune, para acallar voces. Esa ciudad subterránea, al contrario de lo que pueda parecer, es, por momentos, vibrante y esperanzadora, se leen libros prohibidos, se escucha música prohibida, se sueña con la libertad prohibida. 

Arriba, sin embargo, en la otra cara, la existencia opresiva tiene una tonalidad herrumbrosa, como alguien demasiado cansado o demasiado sucio. Aunque todo eso, claro, ni es todo el tiempo así, ni es para todo el mundo igual. "Mi padre, al igual que mi madre, procedía del campo y no tenía demasiada formación. En Bucarest se hizo obrero, y luego periodista especializado en cuestiones de agricultura. Me gusta que fuera así porque, al escribir tan solo sobre las labores del campo y sobre la cabaña bovina, no pudo hacer el mal como otros periodistas subordinados al poder. Aunque era un hombre políticamente adoctrinado y ateo, él fue siempre una persona honrada, que creía en los ideales románticos de la revolución. Pero pudo ver cómo estos ideales fueron traicionados paso a paso por las élites comunistas, que enseguida se volvieron nacionalistas, opresivas, corruptas, bajo el mando de una pareja presidencial ridícula y grotesca, la de la familia Ceaucescu".

De la infancia se sabe que es, para el Cartarescu adulto, un lugar al que volver o, sino volver, sí explorar. Poner la fantasía al servicio de aquella edad que transiciona hacia la otra, confusa y cegadora de tan brillante, de tanta posibilidad. Del joven Cartarescu hay indicios que llevan a pensar en un personaje novelesco, en un ser trágico en el fondo o el centro —que es el mismo punto del mapa— de una ciudad infortunada. "Mi adolescencia fue triste, solitaria y trágica. Yo lo sentí así. Sucedió en diez años, entre los 15 y los 25, una época en la que tuve muy pocos contactos sociales. Pasaban semanas enteras sin que hablara con nadie. No hacía nada más que leer de la mañana a la noche. Y me aislaba de todo el mundo. De aquel período vienen todos mis libros. El personaje más importante de todos ellos es este adolescente solitario. Lo considero la mejor representación de mi ego”.

No hace otra cosa más que leer. Y después. Después escribe. Poesía, poesía, poesía. Nicolae Manolescu, profesor y el crítico literario más prestigioso de Rumanía, conduce el llamado Cenáculo del Lunes, un bullicioso espacio creativo de la facultad de Letras donde los estudiantes aprenden, discuten, se ejercitan y compiten apasionadamente. Allí, un buen día, va Cartarescu a leer un poema que titula La caída. Y allí, en ese momento, Manolescu se encuentra en la sala. Y lo escucha. "Se podía decir que él fijaba la ley en la literatura contemporánea. Yo era un crío que no había publicado nada y me dio por leer un poema en este Cenáculo que dirigía este crítico. Tuve un éxito que no esperaba en absoluto. Manolescu alabó mucho mi poema, llegó a decir que no había escuchado nada tan poderoso en los últimos diez años. En cierto sentido, fue entonces cuando entré verdaderamente en el mundo de la literatura". Tiene 22 años y ese joven, o su trasunto, es el personaje de Solenoide, la novela publicada por Impedimenta en 2015, que le daría fama mundial.

Los nuevos pilares de la literatura rumana

A lo largo de la década de los 70, los jóvenes del Cenáculo empiezan a construir los nuevos pilares de la literatura rumana. Además de escribir poemas y presentarlos allí, los publica en el periódico România Literară, dirigido, asimismo, por Manolescu. Su primer poemario, Faros, escaparates, fotografías, es premiado por la Unión de Escritores de Rumania en 1980. Y es así como entra a formar parte de la generación que será conocida como los Blue Jeans. Se hace profesor. "Empecé cuando tenía 24 años y estaba terminando mis estudios, así que llevo más de 40 años en la enseñanza. Los diez primeros años los realicé en secundaria, con los niños pequeños, en un suburbio de Bucarest, donde la gente era realmente muy pobre. Parte de ellos eran rumanos, parte de ellos eran gitanos, y muchos de ellos no tenían agua corriente ni electricidad en casa. Pero los niños eran muy simpáticos. Me encantan los niños. Así que esos primeros diez años de trabajo fueron absolutamente maravillosos para mí. Después de eso me presenté a una plaza en la universidad y conseguí convertirme en un joven ayudante en la universidad".

Cumple 30 años y, de pronto, deja de escribir poesía. Comienza a participar en otro cenáculo centrado en narrativa, llamado Junimea y coordinado por otro crítico literario, Ovid S. Crohmălniceanu. En 1983 publica su primer cuento en una antología y, finalmente, en 1989, publica su primer libro titulado Visul (El sueño, que en España la publicaría Impedimenta con el título Nostalgia) y que recibe el Premio de la Academia Rumana. Al poco tiempo se doctora con una tesis sobre el posmodernismo y desde entonces, aquí y allá, se refieren a él como un escritor representante del posmodernismo rumano. Y no es que lo rechace absolutamente, pero lo matiza. Aun reconociendo en su escritura ciertos rasgos, no se identifica. "El posmodernismo y todo lo que lo rodea influyó notablemente en mi estilo. Me gusta la impureza, la mezcla de géneros y de estilos, pero no me puedo considerar un escritor posmoderno porque no creo en lo que creen ellos". Entonces, ¿qué tipo de escritor es? ¿Acaso importa?

"El verdadero camino es la fantasía, es decir, el símbolo, la metáfora reveladora, todo lo que nos viene dictado desde el subconsciente, el poder de los traumas iniciales y de la parte oscura del alma". Una especie de ciudad en ruinas en la que se sueña mucho y, vamos a decirlo, también se sufre bastante. "Las ruinas tienen un papel fundamental en toda mi escritura. Creo que las ruinas son la verdadera imagen de la condición humana, de la melancolía, del hecho de que todo esté destinado a desaparecer". Y el escritor Cartarescu afirma que dejó de escribir poesía al tiempo que asegura que su poesía está en sus novelas y está en sus ensayos y, de algún modo, en su vida. Porque "la poesía es una manera particular de ver las cosas". O sea, poesía es su mirada. Y sobre esa premisa o esa disposición existencial, Cartarescu escribe líricamente acerca de su yo o de su otro, que es él de adolescente o de su fantasma o de su hermano gemelo, Víctor, fallecido de niño, y vuelto a traer —por así decir— en El ojo castaño de nuestro amor.

He aquí, pues, un escritor que fantasea con una ciudad que es la suya, Bucarest, y con un personaje-persona, que es él; que escribe a mano en cuadernos infinitos sin editar nada. Por ejemplo, una trilogía de 1.500 páginas sin una tachadura. Así salió Orbitor, en España, Cegador. Su último libro, Theodoros, como el resto de su obra, lo publicó Impedimenta el septiembre pasado. Su escritor supremo es Kafka porque "Kafka escribe como respira". Y puede que su sueño en ruinas sea también como respirar.