El yaciminento Lessing
PARA ELLA todo empieza en Kermanshah, Irán, en el año 1919. Le dieron el nombre de Doris May, aunque años más tarde le encajarían un apodo que añadiría caos a una existencia ya confusa. Su padre, Alfred Tayler, era oficial del ejército británico. Durante la Primera Guerra Mundial fue herido de gravedad. En el hospital conoció a la enfermera Emily McVeagh, quien se ocupó de sus cuidados tras someterse a la amputación de una pierna. Se casaron poco tiempo después. Fue trasladado a Persia (hoy, Irán) como empleado del Banco Imperial. En un momento dado se mudaron a Teherán y allí, la primera infancia, puede calificarse de privilegiada. Un hogar de clase alta, con espacio propio para jugar y una educación como corresponde a una futura dama británica. Su madre, Emily, estableció desde el principio las consignas a seguir: "Y en Teherán ella se aseguró de que sus hijos aprendieran lo que debían".
Si esto fuera un relato, podría establecerse el punto mismo dónde todo se torció. Sin embargo, para ellos, los protagonistas de la historia, y, desde ellos, las cosas tendrían otro matiz, probablemente relacionado con los sueños, las esperanzas, los deseos de algo nuevo, algo mejor. En 1925, la familia parte hacia Rodesia del Sur (hoy, Zimbawe). Una granja, el cultivo del maíz, quizá más libertad, más aventura. Atrás quedaban cosas que se perderían definitivamente, aunque eso todavía no lo sabían. La infancia de Doris en África se construyó con la decepción existencial de sus progenitores: "La mezcla de un poco de placer con mucho de sufrimiento". El placer venía de la contemplación y de la imaginación. El sufrimiento vino de la transmisión de una amargura que se iba enraizando en el interior de Alfred y Emily. La granja requería grandes esfuerzos, trabajo duro, que Alfred no era capaz de afrontar. La responsabilidad, la carga, se traspasaba entonces a Emily, que sentía cómo su natural sociabilidad, su gracia para conseguir una atmósfera adecuada, respetada, incluso, admirada, iba mermando en un lugar tan poco propicio para las conquistas en ese ámbito.
A más pesadumbre interior, más presión exterior ejercida sobre los otros. Educación estricta para la niña Doris, momentos de incomprensión e, incluso, humillación que fueron el motor de la huida hacia la libertad. Aparentemente. “Durante años yo viví en un estado de constante acusación contra mi madre, en un principio ardiente, más tarde fría y dura; y el dolor, por no hablar de angustia, fue profundo y auténtico. Pero ahora me pregunto: ¿con qué expectativas, con qué promesas, comparaba yo lo que en realidad sucedía?”.
Le pusieron un apodo. Tigger. Un personaje de A.A. Milne, el creador de Winnie de Pooh. Decidido, seguro, de personalidad marcada. Y, de este modo, mediante ese desdoblamiento del yo, fue atravesando esos años complejos. "Yo era el Tigger gordo y saltarín. Los apodos son formas poderosas de reducir el tamaño de las personas. Yo era Tigger Tayler, Tigger Wisdom, Tigger Lessing... También el camarada Tigger. Se esperaba que esta personalidad fuera descarada, bromista, torpe y siempre dispuesta a reírse de sí misma, disculparse, hacer el payaso y confesar su incapacidad. Una extrovertida. En el sentido de que era una proyección de la persona que realmente soy. Había mucha energía en Tigger, esa bestia saltarina y saludable. Pero no fue Tigger quien fue al convento, sino una niña asustada y miserable".
Porque, sí, su madre la envió a un convento donde las monjas se preocuparon con ahínco de introducir el miedo y la culpa en los cuerpos de las pupilas. Doris se rebeló y se negó a permanecer en aquel lugar. Su madre la trasladó a la Escuela Superior de Harare, que le produjo el mismo rechazo. Tenía catorce años cuando decidió dejar todo eso atrás. Al poco tiempo abandonaría su casa definitivamente.
Lo que no dejó atrás fue el ansia lectora y la necesidad de escribir. Trabajó, primero de niñera, después de telefonista y, más tarde, de secretaria. Escribía relatos. Publicó en revistas sudafricanas. A los diecinueve, se casó. Su marido se llamaba Frank Wisdom y su matrimonio fue infeliz: "Yo era una niña psicológicamente, me faltaba más que un hervor... fue un matrimonio vacío". Se casó, y el desdoblamiento se hizo, si cabe, más evidente: "Hubo una boda sin gracia, que odié. Recuerdo exactamente cómo me sentí: no es una cuestión de memoria inventiva. En las fotografías de boda parezco una matrona alegre. Era Tigger quien se había casado".
Una vida previsible
Ese desarrollo disociado es, o parece, la base de las decisiones vitales de Doris —aquí, aún— Wisdom. Tuvo dos hijos y cumplía, desde fuera, lo que correspondía a una mujer de su tiempo. Pero, en realidad, no. "Creo que me desconecté por completo. En mi primer matrimonio la vida era completamente previsible, lo que comías, todo lo que hacías y yo pasé por todo aquello como si se tratara de representar un papel en una obra de teatro que, en la realidad, odiaba amargamente". Y aquella casa también la abandonó.
Desde muy joven había estado observando la injusticia social, la discriminación, la diferencia. Y había pensado en ello. El primer impacto, un trayecto en tren que atravesaba Rusia, desde Irán a Inglaterra. Ella tenía cuatro años, no más que los niños huérfanos que, tras la guerra, asaltaban las estaciones cada día para sobrevivir. El segundo impacto, África, el racismo instalado en sus raíces. Y había leído. Había leído mucho. Sobre política, sociología. Las ideas, el mundo. Comenzó a frecuentar un grupo literario marxista. Fue allí donde conoció al que sería su segundo marido, Gottfried Lessing. Y así se convertiría en Doris Lessing. Con él tuvo a su tercer hijo. Y con ese hijo, pero sin Lessing padre, se marcharía a Inglaterra en 1949.
Cuando llegó a Londres tenía treinta años: "Estaba formada por tres elementos esenciales: África Central, el legado de la Primera Guerra Mundial y por la literatura, sobre todo por Tolstoi y Dostoievski." Y tenía un manuscrito: Canta la hierba, que se publicaría, con enorme éxito, al año siguiente. Después, las cosas empezaron a resultar más fáciles. En 1951 publicó un libro de relatos y al año siguiente inauguraría la serie autobiográfica de Marta Quest, en la que se exponen los temas que dan sentido a la literatura y a la vida de Doris Lessing.
Militó en el Partido Comunista británico y rompió esos lazos pocos años después: "¿En qué creemos realmente?, fue muy doloroso, porque la mayor parte de aquello era basura y, sin embargo, allí estábamos, corriendo detrás, trabajando hasta la extenuación, ¿para qué? Era una especie de espejismo en masa". Regresó a África y vivió de cerca el Apartheid que criticó con ahínco de vuelta a Inglaterra. Como consecuencia, fue declarada persona non grata por el gobierno sudafricano, aunque, desde luego, no fue algo que la hiciera callar.
En 1962 se publicó El cuaderno dorado, el libro estrella por el que se conoce a Doris Lessing. A un tiempo, biblia del feminismo y tachada de poco femenina: "Por lo visto, lo que muchas mujeres piensan, sienten o experimentan les ha supuesto una gran sorpresa". Se movió en territorios desconocidos, extraños, quizá, para muchos y muchas. Experimentó con la ciencia ficción, la no ficción, el teatro y el cuento. A los 66 años salió a la luz su autobiografía. Recibió todos los premios posibles, incluido el Premio Nobel de Literatura, en 2007. En su discurso de aceptación reivindicó el incomparable legado de la literatura: "Tenemos un yacimiento —un tesoro— de literatura que se remonta a los egipcios, a los griegos, a los romanos. Todo está allí, esta abundancia de literatura por descubrir una y otra vez para quien tenga la suerte de encontrarla. Un tesoro. Supongamos que no existiera. Qué empobrecidos, qué vacíos estaríamos". Se fue a los 94 años dejándonos riqueza.